Es indiscutible decir que la interpretación es una labor bastante atractiva, no solo para los que han estudiado Traducción e Interpretación, sino también para los que no tienen que ver con este mundo. A pesar del desconocimiento generalizado de la traducción y de la interpretación por los que no pertenecen a esta profesión, es una de las actividades más visibles dentro de la carrera: se tiene un concepto más o menos claro de lo que hace un intérprete (aunque, a menudo, se les denomine erróneamente «traductores») gracias a organismos como la Organización de las Naciones Unidas y el Parlamento Europeo, en los que la comunicación sería mucho más difícil sin nuestros compañeros intérpretes. Además, se han incorporado los servicios continuados de interpretación en programas de televisión de gran audiencia cuando entrevistan a un invitado que no habla español.
Yo fui uno de los estudiantes que, después de darle muchas vueltas, decidí estudiar Traducción e Interpretación para convertirme en profesor, pero también en intérprete y trabajar dando la vuelta al mundo. Consideraba que era más que un mero trabajo, que era como parte de la élite de las profesiones por todas las habilidades personales y aptitudes profesionales que tenía que reunir el intérprete para desempeñar su labor de forma correcta e invisible. Supongo que también me llamaba más la atención por ser un trabajo al que consideraba más parecido a otros trabajos por ser más «personal», por estar más «presente» de alguna manera.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Toda esa maravilla que imaginaba que sería mi vida profesional como intérprete desapareció en tan solo un segundo: al hacer mi primera interpretación (o intentarlo, porque fue una experiencia desastrosa), me di cuenta de que la sensación que tenía era la que experimentaba al asomarme a la ventana de un edificio alto: vértigo, náuseas, dolor de cabeza y, sobre todo, muchísimos nervios.
Al ver que la interpretación y yo éramos la encarnación del agua y del aceite, decidí no darle más vueltas de las necesarias, sacar las asignaturas de la carrera lo mejor posible, abandonar la idea de ser intérprete (idea que ya estaba bastante muerta para entonces) y dedicarme al completo a la traducción, a la que sí que le había cogido un cariño especial y unas ganas increíbles, y a otras disciplinas que iba conociendo y que estaban relacionadas más con la comunicación escrita. Aunque no me fue mal durante las clases, notaba que mi «antidestreza» para hablar en público en general y para la interpretación en particular no me dejaba desarrollar esta habilidad a ningún nivel más allá del justo para salir del paso e hizo que el aprendizaje fuera un caos absoluto.
Cuando creía que ya me había despedido de la interpretación para siempre, me reencontré con ella casi de casualidad. Estaba tomándome algo y charlando con amigos en uno de los bares en los que trabajé en el pasado cuando uno de los camareros del bar de al lado me pidió ayuda. Al parecer, una mujer que no hablaba español estaba molestando a uno de los clientes, y me pidieron que, ya que ellos no podían comunicarse con ella y tampoco podían hacer que se marchara, actuara como puente entre las dos partes: el personal del bar y ella.
Al llegar, me encontré a una señora en un estado de embriaguez bastante importante y con la que empecé a mantener una conversación, aunque con cierta dificultad: sobre todo, por el balbuceo propio del alcohol y porque empezó a llorar sin consuelo. Lo primero que se me ocurrió fue llamar a la policía y que ellos trataran con la mujer, pero me dijo que había perdido su carné, su pasaporte y su dinero, así que pensé en que antes debería reunirse con el resto de gente que iba con ella y que luego fuera a la policía si tenía que denunciar el robo o la pérdida de sus pertenencias.
Cuando había cogido cierta confianza, decidí que era el momento de decirle que nos teníamos que ir del bar y que, si estaba perdida, debería volver al hotel en el que se hospedada, donde seguramente la buscarían. A la mujer le parecía un buen plan, excepto porque estaba demasiado bebida como para caminar a ningún lado o acordarse de ningún número de teléfono. De repente, después de un buen rato encadenando frases sin sentido, empezó a repetir el nombre de un hotel que estaba a un buen rato andando de donde estábamos, por lo que decidí llevarla a la parada de taxis más cercana y acompañarla para ver si el asunto se solucionaba.
De repente, la locura etílica hizo que se soltara de mi mano y saliera corriendo, con tan mala suerte que se tropezó con unas escaleras y cayó al suelo. Parecía que se había hecho daño, por lo que decidí llamar al servicio de emergencias del 112. Allí se personaron dos agentes de la Policía Local, que intentaron comunicarse sin éxito con la mujer, ya que parecía bastante ausente.
Fue entonces cuando, de nuevo, tuve que actuar como puente, ya que parecía que yo era la única persona de las presentes con las que quería mediar palabra. Le avisé, antes de intervenir con los agentes, que iba a traducir todo lo que dijera al español y que yo le informaría de todo lo que me decían los policías. Tras unas cuantas preguntas, decidieron que era mejor llevarla a un hospital para que le exploraran por la caída y que le trataran por el tema del alcohol, ya que era imposible hablar con ella. Los agentes la metieron en un coche de policía, me dieron las gracias por todo lo ocurrido y se fueron.
Cuando ya se habían ido, me puse a pensar en todo el proceso en el que había intervenido y analicé en todo lo que había hecho bien y en lo que había hecho mal. Supongo que crear un vínculo con la persona a la que estás interpretando no es lo más correcto, puesto que la neutralidad del discurso se pone en tela de juicio; sin embargo, hay veces en la que el que habla no dice algo claro o contextos más informales en los que una intervención no está de más, como era el caso.
La verdad es que estoy contento con el resultado de esta experiencia y de que pudiera llevar a esa mujer a un lugar seguro, que era lo que más importaba, al fin y al cabo.
- Carta abierta de una intérprete. Artículo de Laeticia Abihssira en su blog Traducir es descubrir, en el que muestra trabajos de intérpretes en los que las emociones, los nervios o la formación hicieron que el discurso no fuera correcto.
- Embarazos de 8 años y otras formas de poner a prueba a una intérprete. Gabriel Cabrera, traductor e intérprete profesional, puso a prueba a una intérprete de árabe que aprobó el examen con nota debido a sus conocimientos culturales.
¡Hola, Ismael!
Como verás, nunca sabemos dónde vamos a acabar. Este tipo de interpretaciones tienen mucho de humanidad y lo importante es que hayas quedado satisfecho con tu labor. Sí es cierto que una de las dificultades es la de poder separarse del discurso (no es lo mismo estar en una cabina que presenciar los hechos y estar al lado de los afectados) y creo que eso se aprende con el tiempo y la experiencia.
Por cierto, gracias por la mención y por el enlace de Gabriel. Me había perdido la entrada y es un ejemplo fantástico.
¡Un abrazo!
Laeticia
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Muchísimas gracias por tomarte el tiempo de leer la entrada. La verdad es que fue un poco de repente, pero la verdad es que fue una experiencia que me hizo pensar en todo lo relacionado con la interpretación, que es un campo en el que no trabajo.
Un abrazo.
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Hola, Ismael:
Quería darte las gracias por compartir esa experiencia y animarte, porque me parece que lo que hiciste fue muy amable por tu parte y no debes culparte por haber establecido un vínculo con esa persona. Al contrario, piensa que en este caso no estabas trabajando de intérprete, porque no había un profesional especializado haciéndose cargo de la situación y tuviste que involucrarte para poder ayudar. En un contexto profesional, tu rol está más definido y «simplemente» debes interpretar lo que se dice entre ambas partes, por lo que no recaería en ti el peso de tomar las decisiones ni de persuadir a nadie.
Por otra parte, en una interpretación de enlace, cuando no se entiende a una de las partes, es aconsejable preguntar para asegurarte de que puedes interpretarlo correctamente. Creo que el dilema que te planteas viene de que en la carrera nos explican que no podemos intervenir nunca, pero eso es porque nos enseñan más sobre la interpretación consecutiva o la simultánea, en la que normalmente no tienes acceso al hablante. La interpretación de enlace te da la oportunidad de pedir que te aclaren algún punto que sea necesario (antes que meter la pata o inventar) o incluso intervenir para evitar un malentendido debido a una diferencia cultural (para no confundir al personal, en ese caso se interviene con: El intérprete desea matizar/El intérprete interviene para aclarar tal o tal hecho cultural…).
Te he escrito también porque cuando terminé la carrera tenía la misma sensación que tú en cuanto a dedicarme a la interpretación. Sin embargo, poco tiempo después conseguí un trabajo de intérprete para la Policía Nacional que, aunque fueron solo 5 meses, me dio una nueva perspectiva y descubrí que realmente sí me interesaba. No es lo mismo la idea de trabajar en una simultánea para un auditorio de chorrocientas personas o en una consecutiva en una reunión entre empresas que dedicarse a la interpretación en los servicios públicos, donde se hace mayormente interpretación de enlace (con un poco de consecutiva y de simultánea a veces, incluso traducción a vista) ante un reducido número de personas, que normalmente están infinitamente agradecidas de poder hacerse entender cuando se encuentran en una situación vulnerable. La verdad es que se disfruta y se aprende muchísimo interpretando en esos casos (de interpretación y de la vida en general). Te aconsejo que no te cierres a nada y que te animes a probar si se te presenta la ocasión, que nunca sabe uno por dónde le va a llevar la vida. 😉
Un saludo y disculpa por el comentario kilométrico.
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