La Casa nació en algún momento en los años setenta, aunque, por el estado en el que está, podría haber llegado a este mundo en los años cincuenta. No tuvo una infancia fácil, pues creció rodeada de naves industriales, en lugar de edificios que le hicieran compañía. Tenía algún que otro hermano, pero acabaron muriendo para poner un supermercado. No tuvo descendencia, pero sí que tuvo muchos inquilinos. Es una lástima que el último inquilino haya decidido abandonarla. Todavía se siente muy viva, a pesar de las arrugas y de las grietas. Todavía quiere a alguien que, por última vez, le llame «hogar».