Conexiones | Capítulo 05: Inercia

Desde el episodio en Granada, las cosas se torcieron un poco entre Mario y yo, aunque él no fuera consciente. Ya no confiaba tanto en él. Me daba miedo cada vez que salía con sus amigos y, de hecho, sufrí bastantes noches en las que no pude pegar ojo, pensando en qué estaría haciendo. Hasta el fin de semana del cumpleaños de su mejor amigo.

José vivía en el pueblo, pero jamás bajaba a la ciudad. Era la típica persona que quería tenerlo todo bien controlado, y en la pequeña casa de campo que había heredado de sus abuelos estaba a gusto. No tenía vecinos, así que podía montar las fiestas que deseara, y había gestionado correctamente las tierras como para tener su propio huerto.

Invitó a Mario, además de a otros amigos, a pasar el fin de semana por allí. «Un poquito de tecno, unos colacaos y p’alante», le dijo a Mario, entre risas, mientras se liaba un porro. Mario extendió su invitación hacia mí, pero la decliné precisamente porque tenía muchos exámenes ese fin de semana. Sinceramente, noté cómo Mario respiraba tranquilo: no quería hacérmelo pasar mal, pero tampoco él se quería privar de nada.

Me prometió que estaría atento al teléfono para preguntarme cómo iba con los exámenes pero, una vez allí, dejó de hablarme. Sabía que había poca cobertura, pero a mí me dio por ser tremendista y pensar en lo peor: que estaba con otra persona, que fuera un poco menos estricto o pesado que yo; que se había tomado una pastilla más de la cuenta; que la mezcla de alcohol y drogas le había afectado…

Un día y medio después, cuando ya llevaba un cansancio mental y físico por este tema, decidí traspasar un límite que me había propuesto no cruzar jamás: hablar con algún familiar suyo de este tema. Vi a su hermana conectada en WhatsApp y decidí atacar.

𝗠𝗔𝗥𝗧𝗜́𝗡
𝘏𝘰𝘭𝘢, 𝘓𝘢𝘶𝘳𝘢. ¿𝘚𝘢𝘣𝘦𝘴 𝘢𝘭𝘨𝘰 𝘥𝘦 𝘵𝘶 𝘩𝘦𝘳𝘮𝘢𝘯𝘰? 𝘌𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘩𝘢𝘤𝘦 𝘺𝘢 𝘶𝘯 𝘥𝘪́𝘢 𝘺 𝘱𝘪𝘤𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘴𝘦́ 𝘯𝘢𝘥𝘢 𝘥𝘦 𝘦́𝘭,

𝘺 𝘦𝘴𝘵𝘰𝘺 𝘣𝘢𝘴𝘵𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘳𝘢𝘺𝘢𝘥𝘰…

Vi cómo el «En línea» pasaba a «Escribiendo…» en varias ocasiones. De nuevo, la cabeza me daba mil vueltas. Pensé que tardaba tanto porque se estaba inventando una excusa para cubrir a su hermano. Ella sí sabía que me preocupaban sus actitudes con las drogas, así que esperaba que fuera sincera conmigo.

𝗟𝗔𝗨
¡𝘏𝘰𝘭𝘢, 𝘣𝘰𝘯𝘪𝘵𝘰! 😘 𝘗𝘶𝘦𝘴 𝘮𝘪𝘳𝘢, 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘦𝘴𝘵𝘢́ 𝘴𝘰𝘣𝘢𝘥𝘰 𝘱𝘦𝘳𝘥𝘪𝘥𝘰. 𝘓𝘭𝘦𝘨𝘰́ 𝘢 𝘤𝘢𝘴𝘢 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘮𝘢𝘯̃𝘢𝘯𝘢, 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘭𝘢𝘴 10, 𝘺 𝘴𝘦 𝘩𝘢 𝘮𝘦𝘵𝘪𝘥𝘰 𝘥𝘪𝘳𝘦𝘤𝘵𝘰 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘤𝘢𝘮𝘢. 𝘠𝘢 𝘴𝘢𝘣𝘦𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘱𝘶𝘦𝘣𝘭𝘰 𝘩𝘢𝘺 𝘱𝘰𝘤𝘢 𝘤𝘰𝘣𝘦𝘳𝘵𝘶𝘳𝘢 𝘺 𝘤𝘰́𝘮𝘰 𝘦𝘴 𝘔𝘢𝘳𝘪𝘰 𝘤𝘰𝘯 𝘦𝘭 𝘵𝘦𝘭𝘦́𝘧𝘰𝘯𝘰, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘺𝘢 𝘭𝘦 𝘵𝘪𝘳𝘢𝘳𝘦́ 𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘰𝘳𝘦𝘫𝘢𝘴 𝘱𝘰𝘳 𝘯𝘰 𝘢𝘷𝘪𝘴𝘢𝘳𝘵𝘦, 𝘦𝘭 𝘮𝘶𝘺 𝘤𝘢𝘣𝘳𝘪𝘵𝘰. 🤣

Por primera vez en todo el fin de semana, respiré tranquilo: estaba bien, solo estaba disfrutando. Sin embargo, no sabía hasta qué punto me molestaba no que se lo pasara bien, sino que no me hubiera tenido en cuenta. En parte, sentía que me estaba castigando con su silencio. Y lo peor fue lo que vino después: como no había estudiado nada de nada, suspendí las dos asignaturas. Directo a septiembre.

Debido a cosas como esta, mi relación con Mario se resintió de una manera poco objetiva. Yo estaba demasiado pillado por él y, aunque esté mal decirlo, mis amigos y los suyos coincidían en que «se le cae el culo por ti, Martín». Sin embargo, a mí no me parecía suficiente.

Sentía que necesitaba espacio, tener una suerte de impasse y reflexionar. Sobre lo que quería y lo que podía pedirle a Mario, sobre lo que necesitaba en lo que teníamos y en qué podía interceder yo, de cierta manera, sin que fuera injusto para ninguno de los dos. Y llegó el verano.

Con las asignaturas que había suspendido tenía suficiente que hacer, pero tenía la sensación de que, para que la relación con Mario sobreviviera los meses siguientes, tenía que tener algún tipo de espacio, de separación, así que decidí hacer un viaje que me daba tanto miedo como ganas.

Barcelona siempre me había llamado la atención, pero jamás había tenido el dinero o la oportunidad de visitarla. Solicité, in extremis, una plaza para un curso de Escritura Creativa en una escuela de escritores en la capital catalana y, como había suficientes plazas, me aceptaron la matrícula casi de seguido. Con el dinero que había ido ahorrando, gracias a becas y demás, decidí pagarme el avión y el alojamiento.

Cuando lo tuve todo atado, se lo dije a Mario. No le hizo mucha gracia que hubiera tenido tanto secretismo, pero creo que también le vino bien desprenderse de mí unos días para que él también pensara en sus cosas. Era un poco complicado gestionar todo este escollo si estábamos juntos. Era como una interrupción constante del pensamiento que teníamos que gestionar.

Llegar a Barcelona fue como un soplo de aire fresco. Es verdad que estar sin Mario se sentía como un vacío difícil de superar, pero me prometí dejarnos ese espacio que tanto nos hacía falta. A veces, deseaba escuchar su voz y estar horas hablando con él; otras, sin embargo, me sentía aliviado al no tenerlo al lado.

Mientras descubría las calles de la Ciudad Condal, también me redescubría a mí mismo, a reconectar con las cosas que habían sucedido en la relación con Mario y también a desconectar de lo que había pasado en las últimas semanas, para no mirar nuestra relación desde un punto de rabia ni tampoco de injusticia.

Los primeros días del curso fueron muy especiales. La escritura, que había sido una gran fuente de regocijo durante mi adolescencia, seguía formando parte de mi vida, aunque en Barcelona me di cuenta de que la había dejado de lado. Había decidido apoyar el arte de Mario, mientras dejaba el mío en una posición que no le pertenecía. Había decidido, casi de forma inconsciente, dejarme a mí en un segundo plano.

Al caer en la cuenta de toda esta situación, evidentemente mis escritos trataron acerca de Mario. Y cuanto más escribía, más enfadado estaba con él. Y cuanto más enfadado estaba con él, menos le echaba de menos. Y cuanto menos le echaba de menos, más me daba cuenta de que quizás lo mejor era estar separados.

Fue entonces cuando llegó Bru. Era un antiguo amigo de la infancia. Había vivido más de diez años en mi barrio, justo dos pisos por encima de mí, y pasábamos todos los veranos juntos. Su madre, catalana, al divorciarse de su padre, decidió volver a Barcelona, a que Bru estudiara allí y pudiera estudiar el catalán en condiciones.

No sé si se enteró porque comenté algo por alguna red social, pero me escribió un WhatsApp.

𝗕𝗥𝗨
𝘊𝘶𝘤𝘶, 𝘣𝘰𝘯𝘪𝘵𝘰𝘰𝘰𝘰. ¿𝘊𝘰́𝘮𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘢́𝘴? 𝘖𝘺𝘦, 𝘲𝘶𝘦 𝘩𝘦 𝘷𝘪𝘴𝘵𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘢𝘯𝘥𝘢𝘴 𝘱𝘰𝘳 𝘉𝘢𝘳𝘯𝘢, ¿𝘤𝘰́𝘮𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘮𝘦 𝘩𝘢𝘴 𝘥𝘪𝘤𝘩𝘰 𝘯𝘢𝘥𝘢? 𝘕𝘰 𝘴𝘦́ 𝘯𝘪 𝘢 𝘲𝘶𝘦́ 𝘩𝘢𝘴 𝘷𝘦𝘯𝘪𝘥𝘰 𝘯𝘪 𝘯𝘢𝘥𝘢, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘵𝘦 𝘦𝘴𝘤𝘳𝘪𝘣𝘪́𝘢 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘷𝘦𝘳 𝘴𝘪 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦𝘴 𝘵𝘪𝘦𝘮𝘱𝘰 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘷𝘦𝘳𝘯𝘰𝘴. ¿𝘛𝘦 𝘩𝘢𝘤𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘣𝘪𝘳𝘳𝘢 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘯𝘰𝘤𝘩𝘦?

𝗠𝗔𝗥𝗧𝗜́𝗡
¡𝘏𝘰𝘭𝘢𝘢𝘢! 𝘑𝘰𝘥𝘦𝘳, 𝘲𝘶𝘦́ 𝘥𝘦 𝘵𝘪𝘦𝘮𝘱𝘰. 𝘗𝘶𝘦𝘴 𝘮𝘪𝘳𝘢, 𝘴𝘪 𝘵𝘦 𝘥𝘪𝘨𝘰 𝘭𝘢 𝘷𝘦𝘳𝘥𝘢𝘥, 𝘦𝘭 𝘷𝘪𝘢𝘫𝘦 𝘩𝘢 𝘴𝘪𝘥𝘰 𝘶𝘯 𝘱𝘰𝘤𝘰… 𝘪𝘮𝘱𝘳𝘰𝘷𝘪𝘴𝘢𝘥𝘰.

𝘏𝘢𝘣𝘪́𝘢 𝘩𝘶𝘦𝘤𝘰 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘌𝘴𝘤𝘶𝘦𝘭𝘢 𝘓𝘢𝘮𝘣𝘥𝘢 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘩𝘢𝘤𝘦𝘳
𝘦𝘭 𝘤𝘶𝘳𝘴𝘰 𝘥𝘦 𝘌𝘴𝘤𝘳𝘪𝘵𝘶𝘳𝘢 𝘊𝘳𝘦𝘢𝘵𝘪𝘷𝘢, 𝘺 𝘯𝘪 𝘮𝘦 𝘭𝘰 𝘱𝘦𝘯𝘴𝘦́.
𝘈𝘯𝘥𝘰 𝘶𝘯 𝘱𝘰𝘤𝘰 𝘳𝘦𝘨𝘶𝘭𝘢𝘳 𝘥𝘦 𝘢́𝘯𝘪𝘮𝘰𝘴, 𝘵𝘶𝘷𝘦 𝘮𝘰𝘷𝘪𝘥𝘢 𝘤𝘰𝘯 𝘮𝘪 𝘤𝘩𝘪𝘤𝘰

𝘺 𝘭𝘢 𝘷𝘦𝘳𝘥𝘢𝘥 𝘦𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘮𝘦 𝘷𝘦𝘯𝘥𝘳𝘪́𝘢 𝘣𝘪𝘦𝘯 𝘥𝘦𝘴𝘤𝘰𝘯𝘦𝘤𝘵𝘢𝘳.
¿𝘗𝘰𝘳 𝘥𝘰́𝘯𝘥𝘦 𝘯𝘰𝘴 𝘷𝘦𝘮𝘰𝘴?

𝗕𝗥𝗨
𝘗𝘶𝘦𝘴 𝘮𝘪𝘳𝘢, 𝘮𝘪𝘴 𝘤𝘰𝘭𝘦𝘨𝘢𝘴 𝘺 𝘺𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘳𝘦𝘮𝘰𝘴 𝘱𝘰𝘳 𝘢𝘲𝘶𝘪́.

𝘗𝘢́𝘴𝘢𝘵𝘦 𝘺 𝘯𝘰𝘴 𝘷𝘦𝘮𝘰𝘴, 𝘺 𝘢𝘴𝘪́ 𝘮𝘦 𝘤𝘶𝘦𝘯𝘵𝘢𝘴. 😊❤️

Cuando terminé las clases de aquel día, me vestí y me dirigí hacia donde había quedado con Bru. Hacía años que no lo veía, aunque sí que había mantenido el contacto con él. La verdad es que me apetecía mucho verlo; sin embargo, como siempre, no sé por qué, se me ocurrió que no sabría de qué hablar con él…

Todas esas dudas se disiparon en cuanto lo vi. ¿Por qué siempre tratamos de autosabotearnos? Mis miedos no se podían alejar más de la realidad. Nos dimos un fuerte abrazo, y estuvimos contándonos qué había sido de nuestras vidas: él estaba saliendo con un chico de su clase de la universidad, y también estaba pasando un mal momento. Su padre había muerto. Su madre se había vuelto a casar (y divorciar). Ahora vivía con su tía, que estaba mucho más cerca de la ciudad que su madre, que prefería vivir en el pueblo ahora que podía teletrabajar.

Yo le conté lo mío también: que la relación con mi padre era desastrosa, que mi madre y yo éramos uña y carne, que mi hermana era un apoyo gigantesco… pero cuando llegó el momento de hablar de Mario, se paró el mundo. Decidí no entrar en ese pozo. Le comenté un poco por encima cómo era nuestra relación y por qué sentía que me había fallado (o, al menos, a la confianza que teníamos)… y Bru sonrió.

—Martín, no puedes ser así con la gente —me dijo—.

—¿Así cómo?

—Pues que no puedes esperar que sean de cierta manera y enfadarte por que luego no lo sean. O peor, ¡enfadarte por estar esperando a que cambien! Nadie cambia por nadie…

De alguna manera, se me abrieron los ojos. Estaba claro que estaba con Mario casi por inercia, por el miedo a sentirme solo y a volver a empezar. También estaba claro que, no solo con Mario, sino con el resto de mis parejas, tenía que tratar de ser un poco más empático y comprensivo. También estaba seguro de que necesitaba madurar en muchos aspectos antes de continuar con cualquier relación.

Bru y yo nos despedimos al final de la noche con un abrazo justo delante de la parada de metro. En el momento antes de que nuestros caminos se separaran, sacó su móvil y decidió hacer un selfi. «Directa a Facebook, verás cómo habla la gente del barrio», dijo, mientras su teléfono soltó un sonido, que anunciaba que acaba de cargar la foto.

Yo me dirigí a la escuela. Allí me esperaba mi habitación (que, por suerte, es individual), justo cómo me la dejé: hecha una pocilga. Decidí arreglar un poco el desastre, ahora que estaba un poco más animado. Puse el móvil a cargar y me fui a la ducha. Pensé en todo lo bueno que me merecía y que me esperaba una vez tuviera esa consciencia de querer cambiar, de querer madurar y de querer sentirme más flexible… Sin embargo, los ánimos no duraron mucho.

Cuando salí de la ducha, que pareció un momento, pero estuve casi media hora, cogí mi teléfono y me vi lo siguiente:

𝗠𝗔𝗥𝗜𝗢
17 𝘮𝘦𝘯𝘴𝘢𝘫𝘦𝘴 𝘯𝘶𝘦𝘷𝘰𝘴

Al leer el nombre de Mario, casi se me da un vuelco al corazón. No había hablado con él en todo el día, precisamente por la inercia de la que había hablado antes con Bru. Por la inercia de querer darnos ese espacio… pero es verdad que no había hecho nada por mantener el contacto con Mario. Seguramente porque sabía que lo que íbamos a hablar no me iba a gustar.

Cuando abrí el hilo de mensajes, no era lo que esperaba: era incluso peor. Mario decidió sacar su yo más celoso, haciendo referencia a la foto de Bru como la foto «después del polvo», como si hubiera habido algo entre nosotros; hablando de mi amigo como «el hijo de puta por el que te fuiste a Barcelona» y refiriéndose a mi viaje como la mayor «traición». Se pensaba, de cierta manera, que todo este viaje había sido orquestado para serle infiel.

No supe qué contestarle en ese momento, pero precisamente que leyera sus mensajes y no respondiera, fue la gota que colmó el vaso. Mario decidió llamarme y pedirme explicaciones… O eso decía él. En realidad, la llamada fue una ristra de insultos, uno detrás de otro, hacia mí. No tenía fin, parecía que los tenía bien guardados dentro de sí.

Terminó con un «Cuando vuelvas, hablamos, pero no quiero saber nada más de ti hasta entonces». Y colgó. Yo no supe reaccionar. Solo me salió llorar como si fuera un niño desconsolado. Estaba claro que la inercia podía más que cualquier otra cosa: no era capaz de cambiar lo que sentía por Mario, pero tampoco era capaz de demostrarme a mí mismo que todo eso podía cambiar. Me metí en un pozo del que me iba a costar salir, sobre todo por la vuelta que me esperaba.

CONEXIONES | Capítulo 06: Valores

Deja un comentario