Conexiones | Capítulo 08: Cadenas

Dejar a Mario fue de lo mejor que podía hacer. Era algo que me repetía a menudo, aunque pocas veces me lo creía. Estar sin él me resultó durísimo al principio; sin embargo, al sentirme también, en parte, liberado, tenía una dualidad de sentimientos que era difícil de definir.

La ausencia de Mario en mi vida se sentía como un vacío insuperable, un mazazo constante que amenazaba con destruir todo lo demás. Las noches eran las peores. A veces, intentaba recordar su cara, como si se tratara de algún tipo de trabalenguas de la infancia del que recordaba solo algunas palabras sueltas; otros, sin embargo, solo echaba de menos tenerlo al lado. Conforme iba llegando el verano, y el calor iba aumentando, el dolor se fue reduciendo y dio paso a una sensación de alivio, claridad y desapego.

Empecé a redescubrirme a mí mismo, a reconectar con las cosas que había dejado de lado por mi relación con Mario. Retomé mis estudios con más pasión, dedicando horas a la biblioteca para las recuperaciones de septiembre y profundizando en temas que me fascinaban. Sentí cómo mi mente se abría de nuevo, libre de las preocupaciones constantes que me había impuesto en mi relación con Mario.

La escritura, que había sido una fuente de frustración durante mi tiempo con Mario, volvió a ser un pilar importante. Sin la sombra de nuestra tumultuosa relación, las palabras fluían con más facilidad y sinceridad en los pequeños textos que iba creando. Empecé a escribir cuentos cortos, ensayos y poemas, explorando mis emociones y experiencias con una nueva perspectiva. Parecía que escribir «Drogas blandas» fue solo el comienzo, ya que pronto me encontré inmerso en una vorágine creativa que me llenaba de vida.

También hice nuevas amistades. Aunque Bru seguía por Barcelona, hablaba bastante con él, teniendo también tiempo de reconectar con mis compañeros y amigos de clase. Organizamos salidas, cenas y noches de cine, y empecé a sentir que volvía a formar parte de sus vidas. Rodeado de gente que me apoyaba y valoraba, me di cuenta de lo solitario que había sido mi mundo con Mario.

La libertad me permitió explorar mi vida con una nueva mirada. Los paseos por mi ciudad ya no eran intentos de escapar de mis pensamientos, sino aventuras para descubrir nuevos rincones y conocer a nuevas personas. Ah, claro, y también estaba el tema del sexo.

Volver a estar soltero me hizo sentir las ganas de tener encuentros casuales con gente. Si bien nunca había sido una persona promiscua, los meses anteriores, que no habían sido muy fructíferos en cuanto a vida sexual se refería, me habían hecho darme cuenta de que era una persona mucho más carnal de lo que creía. Quería que me tocaran, sentirme deseado y demostrar que, aunque con mis inseguridades, podía alimentar a mi ego lo suficiente como para poder hacer algo tan sencillo como ligar. Y bueno, vamos a decir que me dejé llevar.

El sexo era una parte muy importante en mi recuperación como persona, teniendo en cuenta que me había sentido despreciado y, de alguna manera, trabado con las actitudes que había tenido Mario al final de nuestra relación, así que tener encuentros casuales con diferentes hombres me hacía darme cuenta de lo desconocido que era mi cuerpo para mí, de las conexiones que podía llegar a tener con gente aunque fuera a través de un polvo casual, y de las ganas que tenía de seguir explorando.

Estaba claro que, además, el hecho de haber conectado por primera vez con el ejercicio en mi vida me hizo darme cuenta de que tampoco estaba tan mal ponerse en forma; de hecho, me pareció beneficioso desde el primer momento. La dopamina que generaba durante las sesiones de entrenamiento me hacían abandonar la idea de querer pensar en Mario, en el caos generado y en todo lo que había sufrido.

Llegó septiembre, y unos días antes de empezar el curso, me llegó una noticia inesperada: «Drogas blandas y otros desastres» había sido seleccionada como finalista en el concurso literario al que lo había presentado. Sinceramente, no podía estar más satisfecho. No solo se trataba de un reconocimiento a mi escritura, sino también de una validación del universo a la decisión que había tomado de dejar a Mario y seguir adelante con mi vida. Era una señal de que estaba tomando el camino correcto.

Con el tiempo, el recuerdo de Mario se fue desvaneciendo, convirtiéndose en una lección valiosa y un capítulo importante de mi vida, pero no más que eso. Aprendí a priorizarme a mí mismo, a valorar mi bienestar y a buscar relaciones que me nutrieran y me hicieran crecer. La libertad que tanto deseaba se convirtió en mi nueva realidad y, con ella, una sensación de paz y plenitud que nunca había sentido con tanta fuerza.

CONEXIONES | Capítulo 09: Reflejos

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