Conexiones | Capítulo exclusivo: Las desconexiones

Para pensar en las conexiones de esta vida, es inevitable también pensar en las veces que uno se desconecta. Es algo que he tratado en terapia junto a mi psicóloga, Marta, pero, en ciertos casos, no pensar en ciertas personas mientras continúas con tu vida es directamente imposible. Y Mario, Lorenzo e incluso Alonso —aunque aún siguiera con él— fueron figuras clave que me empujaron a entender qué era lo que buscaba en mis relaciones, tanto románticas como familiares.

Las conexiones que no funcionaron tan bien fueron (y son) tan importantes como aquellas que sí que lo hicieron, porque me mostraron que el amor, la confianza y el respeto no son negociables.

Mario
Me da la sensación, después de todos estos años, que Mario fue un enigma para mí que no pude entender ni descifrar, una mezcla de certezas y de dudas constantes. Si bien es verdad que nuestra relación fue muy intensa, estuvo marcada por unas grietas que, con el tiempo y la experiencia, resultaron imposibles de ignorar. Su capacidad para hacerme sentir especial, querido y valorado fue tan auténtica como fugaz. Al final, me di cuenta de que era el tipo de persona que podía brillar con luz propia, pero también hacía que hubiera más sombras que cualquier otra cosa.

Después de nuestra ruptura y también de nuestro encuentro en Sevilla, me contaron que Mario seguía felizmente casado. Sabía que eso iba a pasar después de su confesión, pero también me dio la sensación de que ese matrimonio no estaba construido sobre una base sólida y real, sino por una cuestión de rutina y costumbrismo. No estoy diciendo que Mario empezara a tener dudas sobre su relación al acostarse conmigo, sino que él ya las llevaba de casa. Me di cuenta también de que Mario era un inconformista, alguien que quería tener más a pesar de tenerlo todo, y eso era algo que jamás entendería de él.

Años después, supe que se mudó a Barcelona con su ya marido, precisamente porque Maca se lo encontró en un AVE Madrid-Barcelona. La conversación no fue muy duradera, ni tampoco fue cómoda, así que no entraron en muchos detalles. Mario quiso preguntar por mí, o eso sintió Maca, pero era imposible que esa conversación tuviera lugar delante de Pablo, el marido de Mario, que miró fijamente y extrañado a mi hermana durante la breve conversación. Y así quedó Mario en mi vida: como un eco, como una historia inconclusa que nunca encontró su desenlace, pero que tampoco lo necesitaba.

Lorenzo
A veces, recuerdo cuando mi padre, que adoraba a Manolo García, cantaba a pleno pulmón aquello de «nunca el tiempo es perdido»; sin embargo, si pienso en Lorenzo siento que el tiempo sí que fue algo que se perdió en nuestra relación. La intensidad era solo equiparable a la traición posterior. Nunca más supe directamente de él, aunque sí escuché rumores y también alguna que otra historia que me confirmaría la misma vida.

Mis amigos de Sevilla lo vieron por la ciudad, visitando locales y restaurantes que solía frecuentar cuando vivía por allí. Algo me dice que lo hacía buscándome, como si hubiera estado esperándolo después de tantísimo tiempo, aunque, sinceramente, creo que lo más lógico es que estuviera buscando a alguien con quien pasar la noche o, simplemente, con quien echar un rato sin ningún tipo de pretensión.

En las redes sociales me encontré un anuncio que indicaba que Il Paradiso, el restaurante donde trabajaba Lorenzo cuando lo conocía, cambiaba de gestión. Él, en mitad de la foto de promoción y con una sonrisa de oreja a oreja, se proclamaba como el que tenía la cocina italiana de mejor calidad en la ciudad (y era muy posible, cocinaba muy bien). En parte, ver esa foto, esa imagen de él sonriente, me hizo hasta un poco de ilusión. Las razones por las que huyó de esa manera, me jodió tantísimo la confianza y me hizo verme como algo inferior a lo que era todavía no las sabía, pero me alegró ver que estaba bien, con fuerzas y con ganas de empezar algo nuevo.

De nuevo, en el libro de mi vida, todo lo que había construido con Lorenzo era un capítulo de relleno, unas páginas que sabes que, aunque tienen un pedazo imprescindible de la trama, están tan mal contadas que dan ganas de saltárselas.

Alonso
Fueron poco más de 24 horas, pero la separación con Alonso debida a mis inseguridades me dio que pensar en qué estaba pasando por su cabeza mientras yo gestionaba mis problemas. ¿Qué pensó cuando le dejé tirado en el restaurante? ¿Qué hizo cuando vio que no le cogía las llamadas? ¿Qué decidió hacer cuando vio que ya no estaban las maletas cuando volvió a casa?

Sé que fueron unas horas duras para él. Nunca hemos comentado qué hizo durante esos momentos, pero entiendo que él, que normalmente sabe gestionar muy bien esos momentos de delirio, tuvo que romperse un poco. Darme un espacio que necesitaba no habría sido un problema para él si lo hubiera pedido, si me hubiera explicado en condiciones o si, simplemente, hubiera habido algún detonante que lo acotara. Pero no era así. Yo simplemente lo necesitaba y cogí la ocasión menos oportuna para salir huyendo.

El tiempo que necesité para mí, para intentar sugestionarme de por qué merecía seguir siendo feliz con Alonso, lo tenía que hacer separado de él. Mi cuerpo y mi mente exigían que así lo fuera, para poder sentir lo que es no tener a quien quiero a mi lado. Es verdad que yo siempre he pecado de transparente, y precisamente en este momento fue mi momento más opaco: no fui claro con lo que quería ni con lo que necesitaba. Para mi sorpresa, Alonso siempre ha sido muy transparente con lo que ha sentido y lo importante es que Alonso no necesitaba esa separación para saber que quería estar conmigo.

Según sus palabras, él quiso estar conmigo desde que fingimos ser pareja para que no me quitaran la mesa en aquel restaurante. Y desde entonces no quiere volver a compartir mesa con nadie más. Y con eso me quedo.

Deja un comentario