La huida | Chispas de dopamina

Todavía me acuerdo del sentimiento de apuro que tenía al recoger todas las maletas de la casa. No quería estar ni un minuto más entre esas paredes, aunque la razón por la que supuestamente tenía que darme prisa no tendría lugar hasta meses después; sin embargo, tanto él y yo acordamos no anunciar nada por temor a las posibles represalias que se pudieran suceder en los días que vendrían.

Y es que cambiar de ciudad y dejar una relación no es algo fácil… normalmente, claro está. Para mí, fue una decisión casi instantánea, necesaria, reposada y pensada: tenía que alejarme de él y de todo lo que significaba ser suyo. «El amor viene y va», me dije, pero parecía que él no lo entendía. Así que tuve que improvisar una huida, una vía de escape que me hiciera renacer y volver a ser yo mismo.

Y si me acuerdo del apuro, ¿por qué no recuerdo también los momentos buenos? Porque posiblemente nunca existieron.

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