Después de catorce días seguidos, estaba preparado para contarlo todo.
Después de catorce días sin decir ni palabra, estaba listo. Había llamado a la prensa para ofrecer una exclusiva muy jugosa: seguramente la más grande en este país en los últimos veinte años.
—Si tenéis un momento, os contaré la historia de estos dos amantes —dije, sin percatarme (al menos, al principio) de que había casi treinta cámaras y micrófonos apuntándome,—. Llevan más de seis meses viéndose a escondidas a las afueras de la ciudad —comenté—, pero sus respectivas parejas llevan siendo traicionadas desde hace, por lo menos, tres años, cuando se conocieron en aquel evento en la costa.
Miré una televisión que estaba al fondo de la sala donde reuní a los periodistas. En una de las televisiones salía mi cara, con señal en directo, y con un faldón que resumía mis declaraciones: «El presidente del país tiene una amante y puedo demostrarlo».
—¿Y cómo sabemos que esta información es cierta? Tenemos a otras quince personas, que cuentan una historia parecida, pero no demuestran que estuvieran con el Presidente. ¿Cómo sabemos que usted no está haciendo lo mismo?
—Señorita, yo lo puedo demostrar porque yo soy uno de esos amantes de la historia que no he podido terminar.