
Cuando uno es joven, siempre acaba siendo más atrevido de la cuenta, y dice cosas que quiere hacer y las que jamás se le pasaría por la cabeza; por poner un ejemplo, cuando empecé a estudiar Traducción e Interpretación y decidí probar cómo sería ser traductor (o intérprete), dije que jamás sería autónomo. Pues mira, fui autónomo durante casi tres años y medio. Cuando estudié el Máster de Profesorado, también me prometí que las oposiciones no estaban hechas para mí y que no perdería mi tiempo en ellas. Spoiler: llevo dos años preparándolas.
Con los certificados de idiomas me ha pasado una cosa parecida. Siendo traductor, nunca me habían solicitado ningún tipo de certificado que pusiera de manifiesto el nivel de idiomas con el que contaba, ya que se daba por hecho que mi nivel en inglés, por poner un ejemplo, era alto, ya que cuento con un Grado en Traducción e Interpretación y, además, también tengo experiencia previa en campos relacionados con los idiomas (como la misma traducción, la corrección o la redacción). Tampoco se me había solicitado demostrar mi destreza con el inglés en puestos relacionados con la formación, ya que con mis estudios era suficiente.
Sin embargo, una vez empiezas una carrera tan importante como la de opositar, te das cuenta de que hay muchos pasos que podrías haber dado con anterioridad que actualmente no tienes a tu favor, y que muchos otros competidores han avanzado hacia la obtención de méritos que actualmente no posees, como, precisamente, haberse presentado a certificados de idiomas. Pero ¿es obligatorio hacer exámenes solo para rascar algún punto? ¿La obtención de estos títulos es para todo el mundo? ¿De verdad te diferencia tantísimo tener un certificado o no? Pues la respuesta, como buen traductor, es «depende».
Sigue leyendo