Todos tomamos el 1 de enero y el 31 de diciembre como el principio y el final del año, respectivamente. Y así es, según el calendario, pero hay calendarios especiales. Los que trabajamos dando clases o estamos muy relacionados con el mundo académico, sea al nivel que sea, sentimos que los años empiezan en septiembre y terminan en junio, mientras que en verano se forma un vórtice del espacio y del tiempo donde intentamos generar todo el tiempo libre que luego nos va a faltar.
Sea como fuere, en los inicios y finales del año nos ponemos a pensar en todo lo que hemos hecho, pero también lo que no hemos hecho, durante los meses anteriores. Frases que empiezan con «Tendría que haber…» y «Ojalá hubiera…» se repiten en la mente una y otra vez no solo a lo largo de todos los meses que vivimos, sino, precisamente con más fuerza, en estas fechas tan señaladas.
Yo prefiero centrarme en lo que he hecho durante estos meses, en lo que he vivido y en lo que he experimentado de enero a diciembre, porque pensar en el año escolar (como normalmente hago) no tiene tanto sentido actualmente. Tampoco tiene sentido centrarse en lo que debería haber hecho; al menos, prefiero contaros cosas positivas y que os veáis reflejados.
El 2016 ha sido un año muy especial para mí. Ha sido tan especial que lo he denominado «el año de la búsqueda». Ha sido un año de retroinspección y todo se ha debido a que muchas cosas de mi vida que, anteriormente estaban hechas trizas, han encontrado su lugar: bien se han recompuesto, bien se han eliminado de mi vida para siempre. Hay momentos en los que tu vida necesita un cambio, necesita parar para poder coger carrerilla o cambiar la perspectiva para poder ver algo que, durante un momento, estuvo escondido.
El plano personal ha sufrido algunos cambios desde que empezó el año hasta ahora, pero siento que, aunque ha sido el más afectado por lo «negativo» (ha habido muchos momentos de desmotivación que no he podido sobrellevar y que, actualmente, aún arrastro), hoy soy mucho más feliz que al empezar el año: soy mucho más paciente, independiente, exigente conmigo mismo y feliz que lo era antes de empezar el 2016. Y mucha de esa felicidad se debe al plano profesional.
Puede ser uno de los años más completos en cuanto a profesionalidad se refiere. En enero fui uno de los ponentes de la segunda edición de las Letrartulias que organiza Eugenia Arrés en su oficina, en las que hablé de autoedición y de Diario de un futuro traductor. Febrero fue un mes en el que las palabras clave fueron cambio, trabajo y mudanza: me mudaba a Granada precisamente para colaborar a largo plazo con Eugenia Arrés, y con la que actualmente sigo trabajando. ¡Y encima hacía un año como autónomo! Dejé definitivamente mi trabajo como camarero (una labor que ya os he contado por aquí) y abandonaba la academia que me daba trabajo en Málaga para emprender nuevos retos: trabajar como traductor y como profesor, pero esta vez en línea.
Marzo fue un mes lleno de trabajo, pero también de proyectos terminados: al fin se publicaba el último número de la revista Entreculturas en el que estaba la reseña que el doctor Emilio Ortega había hecho sobre mi obra Diario de un futuro traductor. En abril volvía a la Universidad de Málaga para exponer dos charlas: una sobre perfiles profesionales para los graduados en Traducción e Interpretación, gracias a que la vocalía de la AETI en Málaga me invitó a sus Jornadas de Traducción e Interpretación, y otra sobre consejos teórico-prácticos que se pueden aplicar cuando terminamos la carrera. Este último acto se celebró en la Semana Cultural organizada por el Consejo de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Málaga.
El mes de mayo fue una locura de trabajo, así que asistir al Talking about Twitter en Granada durante el mes de junio fue un respiro. Fue un momento en el que me di cuenta por qué me gustan tanto las redes sociales, la comunicación y relacionarme a través de Internet.
Durante el verano, la cosa fue un poco loca: dejé de escribir en Coordenadas precisamente porque sabía que íbamos a estar hasta arriba en la oficina: estuvimos trabajando con el equipo earrático a tope en proyectos de traducción audiovisual, técnica, de marketing… Creo que siendo camarero en temporada alta he estado menos estresado, pero también lo disfrutaba muchísimo: ¡está muy bien dedicarse a lo que te gusta! También trabajé como gestor de comunicaciones de un periódico, pero la cosa no cuajó demasiado. ¡E incluso me llamaron de un reality show!
Después del verano, empezaron a llegar buenas noticias: en octubre pasé el proceso de selección en una academia y empecé a colaborar con ellos. Volver a lidiar con niños pequeños me sirvió para darme cuenta de que, hasta en momentos en los que no me creía tan preparado, la docencia es lo mío, es mi objetivo final y el que tengo que seguir, aparte de seguir traduciendo.
Noviembre fue un mes genial porque, además de todo el trabajo y nuevos clientes con los que pude contactar, pude presentar Diario de un futuro traductor en uno de los sitios que tenía pendiente: Cálamo&Cran en Madrid. Además de estar muy satisfecho con la presentación y todo lo que pudimos hablar, también tuve la oportunidad de entrevistar a Antonio Martín, director de Cálamo&Cran y cabeza pensante de otros muchos proyectos.
En diciembre asistí al Congreso Phonitec, en la Universidad de Sevilla, sobre idiomas, fonética y nuevas tecnologías, al que asistí como ponente con una charla sobre redes sociales, blogs y orientación*, además de llevar el caso práctico de Diario de un futuro traductor.
Como mencionaba antes, este año ha sido el año de la búsqueda, el año de encontrarme a mí mismo y de buscar lo que me hacía falta para cambiar mi vida a una perspectiva lo suficientemente amable como para poder vivirla, pero también lo suficientemente exigente y emocionante como para que me siga interesando lo que hago. Espero que el año que viene sea «el año de la acción» y el de cumplir más propósitos personales.
*Artículo disponible a partir de enero de 2017.