Surrealismo para traductores

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Cuando empecé a trabajar como traductor autónomo —es decir, a trabajar solo ante el peligro, de alguna forma—, tuve que empezar a acostumbrarme a mantener algunas rutinas dentro del entorno laboral para poder crecer como «empresario». Está claro que, cuando llevas tu propio negocio, como es el caso de los autónomos, tenemos que tener claro hacia dónde queremos ir para que nuestros esfuerzos nos lleven a buen puerto.

Durante este año y medio que llevo como autónomo, las rutinas que he ido siguiendo, aunque en diferentes intervalos han sido contactar con empresas entre las que mis servicios son necesarios, como el de traducción, el de redacción o el de formación; consultar ofertas de trabajo en páginas para traductores y para otros profesionales autónomos, ya que suelen haber ofertas interesantes para trabajadores «multifunción» como solemos ser los traductores; y cuidar más mis perfiles en las redes sociales, para que sean atractivos al posible cliente potencial.

En el peor de los casos, el cliente no acepta el presupuesto o cree que mi perfil no se adecua a lo que él necesita. En el mejor, sin embargo, estas rutinas (una hora al día, al menos) dan como resultado un vaivén de correos en los que se acepta el presupuesto, me entregan una prueba para poder formar parte de su base de datos o, ¡el mejor de todos!, en el que envío la factura para poder cobrar mi trabajo.

Entre tantos correos, llegan ofertas un poco especiales. Y cuando digo «especial», no digo que sean proyectos con plazos en condiciones, ni con unas tarifas excelentes, ni siquiera en un formato que nos rente hacerlo. Me refiero a ofertas surrealistas que he recibido en los últimos meses y que me han dejado con la boca abierta.

Escribir en un chat erótico
Uno de los proyectos que más gracia me hizo y, a la vez, que más curiosidad me produjo fue cuando me escribieron para pedirme presupuesto para un proyecto de redacción creativa en el que tendría que estar familiarizado con la lengua inglesa y, además, lenguaje propio de los chats, ya que estaban intentando lanzar un nuevo tipo de chat y necesitaban insiders para «seguirle el rollo» a los nuevos usuarios.

Me pareció un proyecto bastante asequible, pues eran unas cuantas horas al día con una tarifa bastante alta. Me documenté sobre las abreviaturas típicas que se usan en este tipo de mensajería instantánea, pues querían que los usuarios tuvieran un perfil joven y que pudieran seguir una conversación. Todo bien hasta que me dieron más detalles del tipo de chat en el que querían que escribiera.

El chat formaba parte de una página de sexo en directo a través de cámaras web, por lo que mi trabajo era decirle cosas a los protagonistas de los diferentes «espectáculos» y seguir un poco la onda del resto de clientes. Os podréis imaginar que, al final, el mismo cliente pensó que era un poco tontería contratar a un insider para estas cosas, pues eso se anima solo. Lo que él no sabía es que yo ya estaba escribiendo un mensaje de correo electrónico en el que le avisaba que quizás no estaba demasiado preparado para este tipo de cosas.

Transcribir un libro manuscrito… que ya está publicado
Este proyecto es mucho más reciente; de hecho, todavía puedo sentir en mis retinas toda la transcripción que hice durante día y noche para conseguir tener el libro a tiempo. Un editor indio me contactó porque vio que hacía labores de corrección y redacción, y pensó que podría ser un buen candidato para participar en su proyecto: «necesitamos transcribir este libro, ya que tenemos que publicarlo y nos interesaría que, además, alguien como tú le echara un vistazo».

Cuando vi los archivos, pensé que sería una tarea fácil, hasta que llegó la parte de la censura, los borrones y los… ¿plagios? Cuando hablo de «censura», no hablo de palabras como fuck (‘follar’) o shit (‘mierda’), sino palabras como kiss (‘beso, besar’) o ass (‘culo’). No me di cuenta de este detalle hasta que caí en que la palabra «ped», en realidad, era «passed». Evidentemente, se lo comenté a mi cliente y él dijo que ellos se encargaban.

Los borrones fueron más difíciles de sortear. Al principio del libro, todo estaba escrito «a mano» (lo pongo entre comillas porque después me di cuenta de que lo habían hecho con una tipografía bastante extraña) y, como en todos los manuscritos, había señales propias de estos: tachones, correcciones a última hora… y era algo desesperante.

Y peor fue cuando llegó el tema de los plagios, de los que me enteré casi sin querer: busqué una expresión, porque no sabía si la censura había hecho de las suyas y había borrado más de la cuenta. Fue entonces cuando me di cuenta de que el contenido del libro no solo había sido sacado de un libro, sino ¡de dos! Me llevé las manos a la cabeza, pero decidí seguir con el proyecto, cobrarlo y no volver a trabajar con este editor.

Dar clases como si fuera un nativo
Una de las labores que ocupa más parte de mi tiempo es la de formar en lengua inglesa a estudiantes que bien necesitan un poco de apoyo, bien quieren un poco de orientación para poder sacarse un título oficial para convalidarlo en su trabajo, en la universidad o, simplemente, por el placer de estudiar.

Hasta hace relativamente poco, todo lo que hacía era para particulares: yo tenía que buscar mis alumnos, yo tenía que coordinar los precios que iban a pagar por sus clases, yo tenía que buscar el material… hasta que, casi de casualidad, postulé para un puesto de profesor externo en una academia en Málaga y vi que el trabajo que tenía que hacer era más «poner la mano de obra», por decirlo de alguna manera, y que me salía mucho más rentable.

Cuando me vine a Granada busqué la manera de trabajar así, y encontré una academia en línea, de la que hablaré en otro artículo. La cuestión es que, en un momento de confianza, tuve que dar unas clases delante de un grupo haciéndome pasar por nativo. Durante un mes y medio fui Trevor, profesor inglés que daba sus clases desde Bath. Imaginaos la de preguntas que tuvieron los alumnos sobre mis orígenes, mi acento y demás.

Interpretación para contactar con los clientes extranjeros
No se me caen los anillos al decir que durante bastante tiempo tuve que trabajar como camarero para sobrevivir. De hecho, aprendí tanto que muchas tácticas que usé mientras ponía copas las apliqué luego a mi vida como traductor autónomo, como ya os comenté en coordenadas anteriores.

La cuestión es que me contactaron desde un restaurante en Málaga para ver si podía trabajar dos veces en semana con ellos. Al decirles que ya no trabajaba como camarero, aunque sí que lo había hecho en el pasado, me dijeron: «No, no. ¡Es que necesitamos un traductor!». En mi mente se dibujó una escena en la que el dueño del restaurante quería que fuera dos veces en semana a traducirle el menú hasta que terminara, pero nada más lejos de la realidad.

«Lo que nosotros queremos es un traductor para que nos traduzcan las comandas de los clientes, que mis camareros son un poco torpes con los idiomas». Os podréis imaginar mi cara. ¿No sería mucho más fácil (y barato) que los camareros aprendieran inglés, por lo menos? Al final se quedó en una simple anécdota, pues nunca más volví a saber de aquel hombre tan majo.

Volver a redactar una tesis para que no parezca un plagio
A veces, nos entran en el correo proyectos que nos dan quebraderos de cabeza: puede ser que la tarifa sea baja, que las condiciones sean pésimas o, simplemente, que tu moral te impida hacer cierto tipo de cosas. Como autor de Diario de un futuro traductor (una obra que, como cualquiera, puede ser descargada ilegalmente) y como futuro investigador —me encantaría doctorarme, no sé si lo he mencionado alguna vez—, este proyecto me revolvió el estómago.

Con la excusa de que habían visto que hacía proyectos de redacción, una empresa me pidió que volviera a redactar una tesis que ni siquiera se había publicado para «decir lo mismo, pero sin que parezca un plagio». Evidentemente, dije que no era un trabajo para el que estuviera capacitado moralmente para llevar a cabo.

Esto de la «re-redacción» para que no parezca un plagio, sin embargo, me ha pasado más de una vez. No sé si es que ahora se está poniendo de moda, pero este verano he recibido varias ofertas relacionadas con este tipo de prácticas: si no es una tesis, es un guion o es un artículo científico. Pero nunca aceptaría algo así.

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  • Un traductor tras la barra. De primeras, ser camarero no tiene por qué ayudarnos a ser mejor traductor; sin embargo, tras la barra aprendí muchísimas cosas que luego he podido aplicar a mi trabajo como profesional de la comunicación y de los idiomas.
  • Un traductor tras la barra (II). Los clientes no se dan cuenta de que la economía lingüística también es un factor importante para que los camareros les atendamos más rápidos. Segunda parte de lo que aprendí como camarero.