
En octubre harán diez años desde que empezara la carrera de Traducción e Interpretación, y desde entonces he visto a muchos defender el carácter multidisciplinar y polifacético debido al contacto con las diferentes lenguas que aparecen en el plan de estudios de la carrera, y también a la plasticidad de estas para tratarlas desde diferentes puntos de vista, ya sea en un texto técnico o en un texto literario.
Precisamente esta visión de la carrera como unos superestudios en los que priman los idiomas extranjeros, defendida por los traductores profesionales y apoyada por el mundo académico, no nos hace ver la importancia que tienen otros aspectos de la carrera que también tienen mucho que ver con algunos de los posibles trabajos que pueden acabar haciendo los egresados en Traducción e Interpretación, como el uso de las nuevas tecnologías.
No advertir del más que necesario uso del ordenador como herramienta de trabajo para el traductor y de otros elementos que nos puedan ayudar en el trabajo del intérprete me hace pensar que quizás no se ponen al mismo nivel elementos importantes dentro del proceso de traducción. Pero creo que, sin lugar a duda, quien se lleva la palma es lo poco que valoramos nuestra lengua meta de cara a promocionar nuestra carrera.
En la Universidad de Málaga, poniendo siempre este ejemplo por la cercanía obvia que tengo con este centro, durante los dos primeros años tenemos tres asignaturas de Lengua Española—nuestra lengua meta, en este caso—, en la que tratamos asuntos lingüísticos tales como la sintaxis, la fonética y la evolución del español, además de otras asignaturas que tratan de tener un ojo crítico para con la lengua española, como Gramática Normativa o Lingüística General, y otras relacionadas con nuestro futuro trabajo y que nos crean una base para ejecutar nuestro trabajo como lingüistas.
Al final, uno se da cuenta de que intentar ir de puntillas por estas asignaturas es un error. Mi yo estudiante lo hizo con algunas y, aunque me sentía como un perdedor por haberlo hecho y haber tenido que recuperarlas en septiembre, ahora agradezco no haber conseguido el aprobado a la primera, pues haber pasado del barullo de las clases magistrales al silencio de la biblioteca o de mi dormitorio durante las noches de verano me hizo aceptar de buena gana el conocimiento que se mostraba ante mí.
Haber repasado de nuevo todo el contenido relacionado con estas asignaturas —suspendí Lingüística General, Gramática Normativa y Terminología— me hizo obtener un bagaje relacionado con el español que me ha ayudado mucho a tener la mirada más atenta ante los errores, los argumentos mejor preparados bajo el brazo para defender una traducción (o una corrección) y también una actitud defensiva para el correcto uso del idioma, lo que no siempre significa seguir las recomendaciones de instituciones como la Real Academia Española.
El único consejo que se me ocurre dar, y desde mi experiencia personal y profesional, es que, además de intentar aprovechar al máximo las asignaturas arriba mencionadas (siendo sinceros, no son las más motivadoras), si tuviéramos la oportunidad de hacerlo, podríamos apuntarnos a cursos relacionados con la corrección, la ortotipografía y la revisión, como el que hizo Jorge Leiva a través de la Fundación General de la UMA o el que ofrece Cálamo&Cran. Entiendo que no todo el mundo puede permitirse este tipo de formaciones, por lo que otra manera de adquirir este tipo de visión crítica y amor a la lengua española es acudiendo a clases magistrales gratuitas dentro de congresos para estudiantes en contextos universitarios, pero también haciendo algo tan fácil como leer.
Saber dónde tiene que ir un punto, adquirir el conocimiento suficiente como para saber por qué existen las comas criminales, diferenciar entre el guion y la raya, conocer que utilizamos apóstrofos y no apóstrofes, y utilizar el formato de la cursiva y el subrayado son contenidos que aprenderemos para no solo amar más nuestra lengua meta, sino también para mimarla y que tenga un objetivo más claro en nuestros textos.
Great readd thanks
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