Opositar o no opositar: esa es la cuestión (personal)

Las oposiciones se están convirtiendo en la salida laboral preferida de muchos que, decepcionados con las opciones que les ofrece el mundo profesional tras terminar la carrera (o un máster), deciden ir a lo público para tener una visión laboral a largo plazo, con una estabilidad sin parangón en el sector privado y con unas condiciones bastante buenas en según qué sector del funcionariado.

Es verdad que trabajar como funcionario trae consigo diferentes ventajas que, en un mundo tan cambiante como en el que nos encontramos actualmente, necesitamos algunos para construir una vida alrededor, como la estabilidad que mencionábamos, además de un posible desarrollo y progreso profesional a través de promociones, un buen sueldo (para los profesores de Secundaria, en el subgrupo A1, el sueldo rondaría entre los 1500-1800 €, según la tabla de la Federación de Enseñanza de CC.OO. de 2014), una conciliación familiar envidiable y una igualdad de oportunidades que el sector privado no asegura.

A pesar de existir diferentes pros para empezar la carrera de las oposiciones, hay varios inconvenientes de este proceso. Me recuerda un poco a ser autónomo: aunque dar el paso de iniciar una carrera de fondo como el de las oposiciones es algo que juega a nuestro favor, la verdad es que no creo que se adecue en muchos aspectos a los objetivos personales o profesionales a los que quieren llegar muchos.

Os digo que opositar me recuerda a ser autónomo por varias razones. Muchos sabéis que estudié Traducción e Interpretación para ser profesor de inglés. La elección de esta carrera y no la de Estudios Ingleses, por poner un ejemplo, fue una cuestión pragmática, que pasaba por el «y si» infinito que tenemos a los 18 años cuando no estamos al 100 % convencidos de nuestro futuro laboral. ¿Y si no me gusta estudiar Estudios Ingleses y pierdo tiempo de mi vida haciendo algo que no me llena? ¿Y si acabo arrepintiéndome de ser profesor? ¿Y si quiero hacer algo más allá de las opciones que me ofrece Estudios Ingleses?

La cosa es que, como muchos sabéis, al final quise probar lo que me daba la traducción, y estuve unos años de autónomo, pero después de un tiempo preferí dedicarme al 100 % a la docencia, en gran medida, gracias a no perder el contacto con la enseñanza del inglés a través de academias y plataformas de formación. Mientras estudiaba el Máster de Profesorado, tenía claro que no quería opositar, pero también me algo parecido con ser autónomo mientras estaba estudiando Traducción e Interpretación: que me asustaba probar, que me asustaba tener que enfrentarme yo solo a algo que da tanto miedo. Pero hay que probar.

La cosa es que tanto ser autónomo como opositar fueron decisiones personales y no estuvieron motivadas por ninguna insistencia externa; más bien, muchas de las voces que tengo alrededor me animan a que invierta mi tiempo en algo más productivo que hacer un examen que no se sabe muy bien qué resultados van a tener, aunque entienden mi decisión y la respetan. La cosa es que este es precisamente el problema: cuando hay cierta gente que se mete donde no se tiene que meter.

No me canso de leer en redes sociales que hay padres, tíos, cuñados, conocidos, vecinos y demás animan, de una manera bastante insistente, en el destino laboral de la gente, pero creo que no es incumbencia de ninguna de estas personas. Creo que nadie debe meterse en nuestro destino laboral, porque la sociedad en la que vivimos es diversa y cada uno es un mundo, cada uno tiene sus propias necesidades y sus propias visiones sobre la vida. Pero parece que muchos, por insistencia, han decidido presentarse a unas oposiciones en las que no creen esperando que la estabilidad les llene y les compense el hacer algo que no les llama.

Opositar no es un proceso fácil. Al fin y al cabo, es una prueba en la que dependes, en muchos casos, de la suerte. En el caso de las oposiciones que me estoy preparando —para el cuerpo de Profesorado de Secundaria—, incluso para los que tenemos vocación es una aventura en la que seguir el ritmo es difícil, en la que compaginar trabajo y estudio es difícil, en la que muchas veces queremos renunciar debido a la gran inversión de tiempo y de dinero que necesita un proceso como las oposiciones de Secundaria (son casi setenta temas para estudiar, y hay que preparar una programación didáctica de 12 unidades). ¿Os podéis imaginar llevar un proceso así cuando el único aliciente es la presión de la familia? Yo, desde luego, no.

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