
Hoy es el Día de Andalucía, y quería contaros una historia que me pasó hace mucho tiempo, pero que se ha repetido bastantes veces en el tiempo, pero de diferentes formas. Estoy hablando de los prejuicios que tienen muchos hacia los andaluces, hacia lo andaluz (así en general) y hacia el andaluz (como dialecto).
Hace unos años, me dijeron que parecía muy poco malagueño para ser de aquí, pero demasiado «vasto» para ser de otra parte que no fuera Andalucía. En su momento, no supe bien cómo tomarme esa afirmación, pero estuve pensando en ella días, si no semanas, porque no paraba de venirse a la cabeza otro episodio que tuve relacionado con los tópicos malagueños y andaluces, el hablar de esta tierra y también sobre las consecuencias que tienen sobre la personalidad de los que somos y vivimos aquí.
El primer episodio que he mencionado pasó en una entrevista de trabajo. Como era de cara al público y había que hablar inglés, la entrevista fue totalmente en este idioma, por lo que el entrevistador (que no era andaluz, por cierto) no me escuchó hablar español en ningún momento… hasta el final. Me dio las felicidades (ya en castellano) por mi nivel de inglés y mi acento prácticamente neutro. Al darle las gracias, con mi acento malagueño*, él me miró con cara rara. Y le pregunté que qué pasaba.
«Pero ¿tú de dónde eres, chiquillo?», me preguntó. Le dije que siempre había vivido a 5 minutos de la empresa, por lo que me era muy fácil llegar a la oficina… «No, no, no», me interrumpió. «Es que por tu acento imaginaba que estabas haciendo una Séneca o algo así. Me parece increíble que alguien de aquí sepa tantísimo inglés». Después de unos momentos de charla en los que me sentí bastante incómodo —aunque, como he mencionado antes, sin saber cómo reaccionar—, me dijo que, al verme hablar en español, encajaban más las cosas: «En realidad, tienes demasiada clase o saber estar, no sé cómo decirlo, para ser de aquí, pero también es verdad que no podrías ser de otra parte, tenías que ser andaluz». Creo que nunca he sentido tanta «vergüenza» en no tener un acento neutro también al hablar en español.
Precisamente al salir de la oficina, también recordé un episodio anterior en el que también sentí vergüenza, pero esta vez por soltar un vulgarismo delante de una traductora que también es amante del «buen hablar». Habría sido un comentario anecdótico, humorístico, una raya en el agua, pero a mí me dio por sentirme inferior, algo que ya había visto reflejado en otros aspectos sociales más allá de las conversaciones con amigos. Por ejemplo, en la televisión podemos recoger algunos tópicos de andaluces que han hecho que los de Despeñaperros «p’arriba» nos quieran mirar por encima del hombro.
Pero una cosa: el andaluz no es un habla de pobres, de incultos o de analfabetos, sino que es un dialecto más de entre los muchos que tiene el castellano. Aunque sí es verdad que existe en nosotros una diglosia permanente (es decir, el intercambio de dos lenguas [o, en este caso, variedades dialectales] dependiendo del contexto en el que nos encontramos: a saber, castellano en situaciones más formales y andaluz en las más informales, por poner uno de los ejemplos que aparecen en este vídeo de Nacho Iribarnegaray).