Cuando pregunto a los traductores de mi entorno cuál es el factor que consideran más importante para trabajar en este campo, hay varias respuestas que se repiten: lengua meta (en nuestro caso, el español), conocimientos técnicos sobre el tema que tenemos que traducir, una buena labor de documentación, las lenguas origen… Yo soy de los primeros, de los que piensa que los conocimientos de la lengua meta superan con creces al resto de factores, que, aun así, siguen siendo importantes.
Sin embargo, también pienso que las lenguas origen juegan un papel clave en la traducción: hay que entender a la perfección lo que quiere decir el texto para transmitir el mismo contenido a la lengua meta. Hay que conocer bien las estructuras, el sentido que quiere evocar las lenguas de origen para hacer lo mismo con las lenguas de destino y que los lectores tengan la misma actitud hacia el texto.
Sea como fuere, desde que empecé a estudiar Traducción e Interpretación (hace seis años ya, ¡cómo pasa el tiempo!) hasta el momento que escribo estas líneas, me he dado cuenta de que no tengo formación real en una lengua de origen que no sea el inglés. Me explico: no es que no me haya formado mientras estudiara en la universidad (de hecho, tuve dos lenguas de trabajo además del inglés), sino que no me he sentido lo suficiente cómodo como para trabajar con ellas, no he conseguido la suficiente formación autónoma o he acabado tan desmotivado que he decidido darme por vencido con ellas.
La primera de todas es el alemán. Durante el último año de Bachillerato, tuve la oportunidad de participar en un intercambio con estudiantes de un colegio de Alemania. Los estudiantes españoles íbamos a practicar nuestro inglés (su colegio tenía un nivel increíble) y ellos venían a tener un primer contacto con el español. Mi curiosidad hizo que me interesara mucho por el alemán, y en la semana que nos tocó estar en Alemania aprendí muchísimo, e incluso me atrevía a hablar con las profesoras que nos acompañaban en alemán. Estaba tan motivado que, cuando tuve que elegir idiomas en la universidad, no me lo pensé: quería estudiar alemán. Sin embargo, no todo fue como hubiese querido. El exceso de confianza y la desmotivación generalizada, el método de enseñanza y las posibles vías de trabajo con este idioma me hicieron que me diera por vencido y que nunca jamás recuperara lo poco que había aprendido.
A la par que me decantaba por el alemán, me tuve que despedir del francés, y aquí tuvo que ver mucho el orgullo. Bachillerato es una época en la que se exige muchísimo, en la que el estudiante está bajo mucha presión por conseguir la máxima nota posible para obtener una plaza en la carrera que queremos. Y que te repitan una y otra vez que no vas a conseguir plaza en la carrera que quieres, sinceramente, te puede hacer actuar de dos formas: que esa persona te empiece a no caer bien (y todo lo que ello conlleva) o que te vengas abajo. A mí me pasó algo entre medias: me vine muy abajo en los meses previos a la selectividad y empecé a despreciar al francés, porque quien me machacaba tanto era mi profesor de francés. Cuando por fin pude matricularme en Traducción e Interpretación, como dije antes, elegí alemán, pero como una forma de decir: «Ahí la llevas, francés. Au revoir!». De nuevo me remito al orgullo, porque pude comprobar que lo mío no era el alemán y la lengua francesa no se me daba nada mal. Años después, pude volver a hablar con este profesor en un ambiente más distendido y lo que él pretendía era animarme a estudiar todo lo que pudiera, porque sabía que era muy competitivo, y que él jamás habría pensado que yo no lo conseguiría. C’est la vie…
El italiano es otro de mis amores fallidos en el mundo de los idiomas. Tuve la oportunidad de estudiar italiano durante ocho meses en el cuarto año de carrera ya que elegí la vía generalista, donde podíamos elegir una tercera lengua de trabajo para «abrir mercado a los estudiantes que no tengan clara una especialización», por decirlo de alguna manera. Yo ya había estudiado italiano anteriormente de forma autodidacta, por lo que las primeras clases fueron bastante fáciles para mí. También coincidió en que las clases eran por la mañana y por entonces estaba trabajando, así que no acudí todo lo que debería. Cuando por fin pude cuadrar mis horarios en la empresa, las clases estaban avanzadas y mi visión del italiano pasó de facilidad extrema a desgana. Supongo que en el futuro podría recuperarlo, porque es una lengua que me encanta, pero tendría que tomármelo muy en serio para poder trabajar con ella.
¿Y qué me decís de los idiomas orientales (chino, japonés, coreano, etc.)? Yo no tuve la oportunidad ni la valentía de estudiar ninguno de estos idiomas, pero una compañera cercana sí que empezó a estudiar chino de forma externa a la universidad, ya que le picaba la curiosidad y en la Universidad de Málaga solo ofertan inglés, francés, alemán, griego, árabe e italiano. Yo también busqué opciones para estudiar chino (u otra lengua oriental), pero siempre he tenido un mal oído y el chino es una lengua tonal, por lo que la relación que iba a tener con ese idioma no iba a ser lo suficientemente buena.
Por último, tengo que mencionar dos idiomas que mi entorno siempre han visto como idiomas valiosos para mi futuro laboral: el árabe y el ruso. En un principio, los idiomas sí que me parecieron interesantes y atractivos, no solo desde un punto de vista profesional, sino también personal. Sin embargo, jamás tuve contacto con el árabe y apenas tuve un par de clases de ruso. Sabía que no iba a llevarme muy bien con estos idiomas por una razón básica: soy malísimo dibujando, pero soy amante de la caligrafía. Creo que me frustraría mucho al intentar escribir en segundo de los dos idiomas y que no se me entendiera.
Al fin y al cabo, lo que tenemos que hacer los traductores es hacernos entender, pero también disfrutar de los idiomas.
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- Reflexiones sobre la traducción. ¿Por qué no existe una orientación específica para los traductores en la universidad? Es necesaria, pues los egresados que se introducen al mercado actual suelen tener muchas carencias en cuanto a actitud y a aptitud.