
No me gustaría darme cuenta de que estoy repitiendo historias cual abuelo demente, pero hoy toca hablar de algo que ya he mencionado con anterioridad, y es por qué elegí estudiar Traducción e Interpretación. Es curioso, porque con catorce años, cuando aún no sabía que quería dedicarme a los idiomas, mis opciones principales eran Magisterio y Psicología: la primera, es obvia; la segunda, todo lo contrario.
Siempre he sido mucho de admirar a la gente que se lo gana a mi alrededor, que cumple sus propósitos, que hace todo lo posible para ser mejor y hacer que los demás también lo seamos. No sé si es que yo he tenido mucha suerte, pero prácticamente la totalidad de la plantilla docente con la que me he topado durante todos mis años como estudiante ha sido maravillosa. Y quizás de ahí viene mi vocación de querer ser profesor, de querer dedicarme a enseñar lo que sé a las futuras generaciones.
La psicología, como dije, era una opción poco obvia. No me gustaban las ciencias, y tampoco se me daban especialmente bien, pero sí que me gustaba escuchar, descubrir, curiosear, sacar conclusiones y hacer crear un producto (un diagnóstico, en el caso de la carrera psicológica) que saliera de mi mente para poder mejorar la de los demás. Pero ambas opciones quedaron enterradas cuando llegó Traducción e Interpretación.
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