Muchos de vosotros sabéis que mis primeros trabajos no estaban relacionados con la traducción, ni siquiera con la enseñanza, que es otro campo que exploto como profesional, sino que estaba muy alejado de lo lingüístico. Como comenté en Un traductor tras la barra, mi primer empleo fue de camarero en un bar de copas y es una experiencia de la que aprendí muchísimo.
Aprendí tantísimo que, aunque nunca me he considerado camarero, creo que he conseguido el suficiente bagaje como para volver a atender detrás de una barra. De hecho, no me avergüenza decir que, en los malos tiempos, acepté volver a las barras, a trabajar de noche y a atender a clientes para sacarme un pequeño sobresueldo. Sin embargo, siempre he tenido esa bombilla de traductor y lingüista encendida que muy pocos saben apagar cuando trabajan en algo ajeno a nuestro mundo.
Durante todos esos meses en los que trabajé detrás de una barra, tuve que atender a muchísima gente. Jóvenes, mayores, españoles, ingleses, alemanes y demás extranjeros llegaban a nuestro bar y se pasaban la noche bebiendo, riendo y disfrutando. Como es normal, cada una de esas personas habla y se comunica de una forma singular. No obstante, me di cuenta de que siendo de diferentes países y edades, y tomando bebidas totalmente diferentes, compartían muchísimos rasgos lingüísticos comunes.
Noté algo muy curioso: la inexistencia de economía lingüística que tienen algunos clientes para pedir sus copas o, simplemente, para hablar con el que está al otro lado de la barra. Si bien unos piden directamente («¿Me pones un gin-tónic [de Beefeater]?», hay otros (una inmensa mayoría, para mi sorpresa) que prefieren construir frases como esta: «¿Me pones dos tónicas, una con ginebra y otra con vodka? La ginebra que sea Larios y el vodka que sea Absolut». Un montón de palabras que bien se podrían resumir en muchas menos palabras: «Un gin-tonic de Larios y un Absolut con tónica». En estos casos digo que la economía lingüística es importante porque normalmente contamos con muy poco tiempo para atender a los clientes cuando hay mucha gente.
También la idea de «concepto» se les resiste, y os lo voy a explicar con una anécdota que me ocurrió durante la Nochevieja de este último año. Estaba poniendo copas a un ritmo frenético cuando me tocó atender a dos chicos, a los que les pregunté qué querían tomar. «Una San Miguel y un gin-tonic con limón, por favor», me respondieron. Cuando le puse la cerveza y el Beefeater con tónica y su rodaja de limón correspondiente, el cliente se me quejó: yo no entendía qué estaba pasando. «Es que te he dicho que quiero el gin-tonic con limón», me espetó. Le señalé la rodaja de limón, para que viera que estaba allí, aunque supuse que no la había visto. «Que lo quiero con Fanta de limón», me dijo al final. Es decir: lo que quería era tomar una ginebra con refresco de limón, y no un gin-tonic, que, como su propio nombre indica, es ginebra con tónica.
Detrás de una barra se aprende también muchísima adaptación cultural ligada a los licores y las bebidas en general. En épocas como verano, en la que Málaga está llena de británicos, las neveras deben tener elementos como Ginger Ale, agua con gas o sodas, porque son bebidas que suelen tomar bastante los extranjeros. Además, hay elementos que, si bien no son idénticos en las dos culturas, se pueden parecer lo suficiente como para que el cliente lo acepte: cuando el cliente (británico, por ejemplo) pide brandy, normalmente nosotros tenemos coñac; cuando piden Sambuca, nosotros normalmente tenemos Marie Brizard porque el español lo suele pedir más (y es nuestro cliente más «fiel»).
Por último, hay una anécdota bastante graciosa relacionada con la interpretación. Una clienta se me acercó de la mano con un chico que iba bastante perjudicado. Ella hablaba solo inglés, y él solo español, por lo que ella me preguntó si yo sabía hablar inglés. Al decirle que sí, decidió comentarme que quería ligar con el chico, pero que parecía que no se enteraba, por lo que si podría traducirle todo lo que ella le estaba diciendo. Acepté (no era una noche muy movida) y empecé a hacer de intermediario como ya hice con aquella mujer con la policía. La chica vio que la interpretación funcionaba tan bien que la conversación empezó a subirse de tono, y yo preferí no seguir, sobre todo al ver que el chico cada vez estaba poniendo una cara que pasaba por el enfado, la sorpresa y la incredulidad. La verdad es que fue bastante incómodo explicarle que seguía interpretando, a pesar de que él no se lo creía.
Estando detrás de una barra se aprende mucho y se conoce a muchísima gente, como ya comenté en Un traductor tras la barra, pero no es un trabajo que todo el mundo pueda hacer ni es una labor a la que a uno le gustaría dedicarse durante muchísimo tiempo. Sin embargo, en los cuatro locales en los que he trabajado haciendo diferentes labores he aprendido mucho y me he llevado un montón de experiencias que puedo aplicar a mi propio negocio, que eso siempre es de agradecer.
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- Un traductor tras la barra. Todo lo que aprendí durante mi primera época como camarero y todo lo que pude aplicar a mi faceta de traductor, con anécdotas lingüístico-culturales muy interesantes.
- Una interpretación de urgencia. La historia de cómo una noche de cervezas, risas y amigos se convirtió en una interpretación de una ciudadana británica perdida por las calles de la ciudad.
- Lo que aprendí como camarero puede aplicarse a tu start-up. Todo lo que aprendemos siendo camareros (o trabajos diferentes al nuestro) y todo lo que podemos aplicar a nuestro negocio están en este genial artículo de Javier Lacort en Medium.