De profesión: nativo

Hace tiempo que me gustaría tener una conversación (o, más bien, exponer un caso concreto) en este diario de a bordo en el que cuento mis peripecias personales y profesionales que tiene que ver con el mundo laboral, y que veo que se ha extendido en las ofertas de trabajo a las que accedo últimamente en cualquier sitio web de búsqueda de empleo. Y sí, es la necesidad de ser nativo para cualquier trabajo relacionado con los idiomas.

Durante los últimos años, hemos vivido en una época de cambios en el plano laboral y profesional que hace posible que, sin una formación específica, muchas personas puedan trabajar en ciertos oficios sin que nadie actúe de forma activa contra ellos. El intrusismo laboral en ciertos campos relacionados con los idiomas, la traducción y la interpretación es algo que vivimos día a día como algo rutinario, cuando no debería ser así.

Y digo que no debería ser así no por una queja por una falta de oportunidades —es muy posible que aproveche este parón para hacer algo que me llene o que me llame la atención de nuevo—, sino porque ser nativo no significa ser buen profesional.

No hay que tomar mis palabras como un ataque a los nativos, ni tampoco a los que se consideran buenos profesionales, sino a un fenómeno que se está extendiendo por las profesiones relacionadas con los idiomas que tratan al nativo como alguien superior simplemente por el hecho de haber nacido en un determinado país, cuando quizás no tenga la formación, ni la vocación, ni la actitud suficiente para con el trabajo en cuestión.

Es verdad que estamos en un momento muy delicado a nivel laboral, pero esto se remonta a hace años, cuando, por ejemplo, solicité un puesto en una academia recién inaugurada y, a pesar de que les encantó mi currículum, me comentaron que solo querían nativos para los trabajos que ofertaban. Se remonta también a cuando era traductor y ofrecía mis servicios a puerta fría en algunos comercios cercanos a mi domicilio, y muchos clientes potenciales rechazaban hablar conmigo siquiera porque no les daba buena impresión que fuera español, y no nativo de un país en el que el inglés —mi lengua de trabajo— fuera idioma oficial.

Y me hace pensar, por ejemplo, en academias donde los españoles teníamos que tener un currículum excelente, con nuestro grado, nuestro máster y muchísima experiencia, y a nativos a los que, simplemente, les exigían ser nativos. ¡Que uno de mis compañeros en una de las academias donde trabajé era mecánico de profesión! E, insisto, no digo que no sean buenos docentes —o, mejor dicho, que no sepan comunicarse perfectamente para enseñar—, pero es evidente que se ha primado en muchas ocasiones el perfil de nativo por encima del de docente.

La compañera Irene Corchado, en su blog, hace referencia a que jamás le solicitaríamos a nuestro churrero que revise nuestro currículum, o a nuestro peluquero que le enseñe Lengua a nuestros hijos, debido a que nos importa el resultado. Y en el trabajo debería ser igual (aunque, insisto, en muchos casos no lo es).

Y la verdad es que molesta, sobre todo cuando intentas convencer a los empleadores, explicar que un nativo no tiene por qué ser alguien que tenga conocimientos especialmente buenos del idioma que habla. Ser nativo significa que has aprendido esta lengua desde pequeño, y que te sabes comunicar, pero no significa que lo hables bien, y, mucho menos, no te convierte ni en docente ni en cualquier otro trabajo que incluya estos idiomas como principal baza.

Con los años, me he dado cuenta de que muchos empleadores contratan a nativos simplemente por el hecho de ser un atractivo generalizado para el público potencial de su negocio (academias, negocios en los que hace falta alguien con idiomas, etc.). Pero da rabia que la atracción de posibles clientes pese más que los años de formación de un candidato mucho mejor preparado.