
Hace unos días, y con motivo del inicio de esta «temporada», decía que había momentos en la vida en los que había que elegir, en los que había que presentar soluciones y poner cartas sobre la mesa que en ningún otro momento nos habríamos propuesto jugar. Y he llegado a los treinta con una mano con la que no estoy muy convencido o, diciéndolo de otra forma —y siguiendo con la metáfora de las cartas—, creo que no estoy jugando una buena partida porque las normas del juego se me resisten. Y es que me encanta la docencia, está claro, pero ¿quiero seguir opositando?
Sé que es algo que traté hace un tiempo en otra de mis páginas, pero también es verdad que la cosa ha cambiado. Por fin hice el examen (en junio de 2021, sin suerte), y no fue lo que esperaba. Sí sabía que iba a ir muy justo, porque, por motivos que hoy no vienen al caso, no le dedique el tiempo ni la energía suficiente a un proceso que requiere, precisamente, eso. Muchísimas ganas, muchísima fuerza, muchísimo interés (y poca presión social, que hay mucha últimamente). Como si de una carrera de resistencia se tratara.
La cuestión es que este año hay oposiciones de nuevo, y uno se pone a pensar en los posibles resultados que podría haber. Si bien solo parecen dos (aprobar o suspender), hay una tercera que cada vez me ronda más la cabeza, y es rendirme. No intentarlo siquiera, no perder el tiempo, no perder el dinero e invertir mis fuerzas en algo realmente productivo (que ya sabemos que las oposiciones son una lotería). Pero claro… viene el momento del «¿y si esta es la vez que meto, por fin, cabeza?».
El problema con esta situación es que no es única, sino que hay muchos como yo. Muchos opositores que se piensan si de verdad vale la pena. Recuerdo que en mi grupo de formación para las oposiciones había gente que había pedido excedencia para dedicarse al 100 % a las oposiciones, y luego llegó la pandemia, y tuvieron que volver a trabajar porque se les estaba agotando los ahorros. O gente que ha decidido ir por otros lares, a dedicarse a otra cosa o, simplemente, probar suerte en el ámbito privado.
Yo tengo muchos planes, pero tengo clara una cosa: no me da miedo dedicarme de lleno a las oposiciones, pero tampoco me da miedo rendirme. Es algo natural, y es algo también que forma parte del proceso del opositor (algo que también traté en otro artículo). La cuestión es que mi principal objetivo en estos nueve meses que quedan es dedicarme todo lo que pueda a las oposiciones, y enfrentarme a ellas con lo que tenga. Según el resultado, pensaré lo de volver a presentarme. Hay otros prados por los que pasear sin tener que sufrir tanto.