
Hay conversaciones incómodas que nos hacen pensar en ciertos temas que nos rodean, como puede ser la economía o aspectos sociales que nos afectan de mayor o menor manera. Uno de ellos, en los que la prensa se ha centrado en los últimos meses, y cuyo impacto fue bastante impresionante, fue los reportajes que surgieron a partir de un tema superimportante, como es la inserción laboral de los jóvenes y uno de los pilares principales de esta: el conocimiento de inglés.
Según estos estudios, publicados en periódicos como El Diario o El Mundo, hacían hincapié en la poca conversión de conocimientos lingüísticos, a pesar de los esfuerzos de la estructura académica basados en añadir y, en cierto modo, perfeccionar o mejorar las asignaturas de lengua extranjera en el currículum educativo.
La cuestión es la siguiente: ¿es suficiente ese esfuerzo para que los alumnos sepan inglés? ¿Es valioso el modelo de bilingüismo que tenemos activo en España actualmente? ¿De verdad vale la pena invertir tantos recursos en aspectos que, a lo mejor, no interesan al alumno? ¿La tasa de conversión de horas de aprendizaje tiene que ir ligada, además, con un estudio adicional en academias u otros centros de formación?
Teniendo en cuenta mi experiencia, como siempre he dicho, como profesor, pero también como alumno, creo que tengo algunas respuestas a todas estas cuestiones, que no soy el único profesional que se ha preguntado si de verdad vamos por el buen camino si, de verdad, queremos que este sistema funcione correctamente. Y voy a tener que centrarme en tres aspectos que me parece lo suficientemente fuertes como para ser los argumentos centrales de esta conversación.
La sombra del bilingüismo
Su instauración fue vista como algo novedoso, necesario y, sobre todo, ambicioso. La preparación que recibirían los alumnos en la lengua inglesa aplicada a otras materias, como las ciencias naturales o las sociales, les prepararía para gestionar mejor la primera lengua extranjera, lo que se traduciría en un alto nivel de comunicación oral y escrita en el idioma de Shakespeare.
Esta transformación social y lingüística también nos dejaba un cambio muy importante, y no menos que el resto: el educativo. Al final, se trataba de mirar desde un prisma diferente no solo a las asignaturas que se iban a impartir en inglés, sino también a los profesores, a los que se le exigiría tener un nivel determinado de idiomas para trabajar.
Como ya sabemos, y ya se ha debatido en estas páginas, los certificados de idiomas están bien para determinar el nivel de idiomas acorde al tiempo en el que se encuentra el candidato, o los conocimientos de idioma aplicados al examen determinado al que se presenta, pero no tienen por qué determinar el nivel que tiene de ese idioma aplicado a ciertas labores, como la enseñanza o la misma traducción, por poner un ejemplo.
Sea como fuere, hay que decir que, tal como está dispuesto, el bilingüismo no funciona todo lo bien que debería. Con los alumnos con los que estoy teniendo contacto últimamente me comentan que no saben más inglés, sino que no tienen claros los conceptos relacionados con las asignaturas que les enseñan en inglés. ¿No sería más óptimo enseñar más horas de inglés y dejar las asignaturas troncales tal como estaban antes de la reforma?
La enseñanza del inglés
Una de las quejas recurrentes de los alumnos —al menos eran las que yo tenía— cuando se les pregunta por el estado de la asignatura de Lengua Extranjera es que siempre se enseña el mismo contenido, que hay demasiada gramática repetida, que siguen un modelo demasiado tradicional (es decir, que no innovan), y que, a pesar del tiempo invertido, la conversión en hablantes expertos en inglés es bastante poca.
La cuestión es que las clases se ajustan a un currículum y que, dentro del poco tiempo del que disponen los docentes, parece difícil la innovación educativa, más allá del uso de las nuevas tecnologías, cuyo uso parece estar ya generalizado en todas las aulas. Volviendo al tema del inglés, es complicado invertir todo el tiempo necesario para plantear actividades que entren dentro del currículum y que también sean favorecedoras para los alumnos.
De hecho, es algo de lo que me di cuenta siendo alumno, pero también como profesor en prácticas: a los alumnos les hace falta una motivación extra para adquirir los conocimientos que se prestan en clase; de ahí que haya que innovar de una forma más incisiva en aspectos relacionados con el trabajo en equipo, las nuevas tecnologías y las formas de presentarles los contenidos, como expliqué en mi trabajo de fin de máster.
Saber inglés no está bien visto
La última arista de este triángulo de razones es increíblemente difícil de explicar, porque no sé si se trata de algo que me imagino, que veo especialmente en jóvenes (y que, con la edad, se va cambiando de idea), o que, simplemente, ya no existe. O es que a lo mejor tiene una empatía diferente estos días.
La cuestión es que a la gente le hace gracia que la gente hable bien inglés. Lo han recogido diferentes medios a lo largo de los años, y es que es una asignatura pendiente que llevamos arrastrando desde hace demasiado tiempo. ¿Por qué nos hace gracia que la gente pronuncie bien el inglés? ¿Por qué obligamos, en cierta manera, a que hablen de una forma impostada para que los entendamos o, simplemente, para que los veamos a «nuestro» nivel?
Hay datos que apoyan esta teoría y esta actitud: parece ser que el buen nivel de inglés está normalmente relacionado con las rentas altas, algo que, por norma social, parece no ser muy bienvenido por parte de gente que no se ha podido permitir ciertas clases. De ahí también viene mucho que la sociedad española, y especialmente los jóvenes, tengan la posibilidad de estudiar más inglés (o idiomas, en general), ya que sus padres no tuvieron la posibilidad.