Conexiones | Capítulo exclusivo: Las desconexiones

Para pensar en las conexiones de esta vida, es inevitable también pensar en las veces que uno se desconecta. Es algo que he tratado en terapia junto a mi psicóloga, Marta, pero, en ciertos casos, no pensar en ciertas personas mientras continúas con tu vida es directamente imposible. Y Mario, Lorenzo e incluso Alonso —aunque aún siguiera con él— fueron figuras clave que me empujaron a entender qué era lo que buscaba en mis relaciones, tanto románticas como familiares.

Las conexiones que no funcionaron tan bien fueron (y son) tan importantes como aquellas que sí que lo hicieron, porque me mostraron que el amor, la confianza y el respeto no son negociables.

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Conexiones | Capítulo 20: Conexiones

No hubo necesidad de palabras vacías en nuestra conversación: había suficientes como para rellenar los silencios incómodos que esperaba que hubiera; sin embargo, Alonso tomó la iniciativa y comenzó a hablar. Mientras lo hacía, sentía como una mezcla de resignación y de tristeza se apoderaba de mí. No había apenas necesidad de que hubiera un diálogo, ni tampoco había espacio para negociar. Escuché. Acepté lo que tenía que decirme, con una calma prácticamente obligada, y como si mi mente ya hubiera hecho las paces con lo que estaba escuchando mucho antes de que sucediera.

—Te entiendo perfectamente —dije, con la voz a punto de quebrarse, lo suficiente como para que Alonso lo notara, pero no tanto como para que se detuviera—. Solo quiero que sepas que te quiero, ¿vale?

La llamada terminó con un silencio que se extendió por varios segundos antes de que ambos colgáramos. Me quedé con el teléfono en la mano, observando la pantalla apagarse lentamente hasta que se sumió en la oscuridad. Derramé una sola lágrima y, luego, respiré hondo y dejé que la realidad se asentara en mi mente, como si cada palabra dicha en esa conversación hubiera sido un ladrillo más en una muralla que, en vez de aislarme, me protegía de lo que estaba sintiendo.

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Conexiones | Capítulo 19: El momento

Desperté por la mañana. Apenas había dormido, pero mi madre ya se había levantado y estaba haciendo ruido con la cafetera. La atmósfera en la casa era diferente: me transmitía, en cierto modo, una sensación de tranquilidad y reparación. Me levanté y me dirigí hacia la cocina, como había hecho tantas veces en mi vida cuando olía el café recién hecho.

Cuando la vi, me sorprendí. Había algo en ella que también me daba la sensación de cambio. Estaba relajada, no exhumaba ningún tipo de ansiedad ni de malas energías, sino al contrario. Mostraba una paz interior que no recordaba haber visto en ella jamás.

—Hombre, si tenemos aquí al hijo pródigo —me dijo, sonriendo de oreja a oreja—. ¡Feliz cumpleaños!

—Muchas gracias, mamá —le respondí, yendo directo a abrazarla—. Te he echado de menos.

En ese abrazo, sentí el refugio que necesitaba en ese momento. Era como si, por un momento, todo lo que nos había separado hubiera desaparecido de un bandazo. Después de tanto tiempo, estar cerca de ella me recordó lo importante que era tener a alguien que me entendiera sin necesidad de palabras.

Nos llevamos el café al salón, y poco a poco, la conversación comenzó a volverse más profunda. Sentía la necesidad de contarle todo lo que me había pasado con Alonso, y también explicarle cómo había ido todo en Madrid desde que no hablábamos tan seguido, pero sentía la imperiosa necesidad de saber qué había pasado entre nosotros. De algún modo, esa tranquilidad que se respiraba en un hogar que solía rezumar tensión me dio el valor para preguntarle.

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Conexiones | Capítulo 18: Las arrugas de mis sábanas

Había pasado un año desde la muerte de mi padre y, aunque parecía no importarme al principio, acabó afectándome más de la cuenta. Me sentía fatal por no haberme despedido de mi padre, aunque fuera más por una convención social que por convicción. Volví a ir de manera regular al psicólogo, y fue un tema recurrente en mis sesiones de terapia.

Con Alonso, por otra parte, intenté no cometer los mismos errores que había pasado por alto con Mario y con Lorenzo. Estaba tomándome mi tiempo para disfrutar el noviazgo, el cortejo y la sorpresa. Pero tenía ganas de pasar al siguiente escalón, y Alonso también. Al fin y al cabo, también llevaba con él un año.

Cansados de estar en la casa del uno y del otro, finalmente decidimos mudarnos juntos. Habíamos llegado al punto en el que nuestras casas eran más una formalidad que una realidad práctica. Así que, ya con la decisión tomada, decidimos que la mejor idea era buscar un nuevo hogar en Madrid, uno que nos permitiera vivir juntos sin tener que dividir nuestras vidas en espacios diferentes.

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Conexiones | Capítulo 17: Incendios

Ese lunes tenía pocas cosas que hacer, pero me desperté muy temprano, casi por impulso. El lunes después del fin de semana con Alonso me supo a una broma de mal gusto, pero, a la vez, estaba muy emocionado después de haber pasado esos dos días con él. Aún sentía las mariposas en el estómago, el calor de su abrazo y el placer que me dio tener sexo con él. Todo me parecía tan tierno como interesante. Quería saber más de él, quería estar más con él. Sin embargo, hubo algo que llamó mi atención y me produjo malestar.

Las llamadas de Maca, que el día anterior me habían parecido una nimiedad, empezaron a pesarme como si tuviera un gran yunque alrededor del cuello. Decidí no llamarle, ya que era demasiado temprano, así que abrí el WhatsApp. Vi una ristra de mensajes que no supe encajar. «Papá está en el hospital, llámame cuando veas esto». «Me he cogido un tren, llámame, porfa». «Pinta fatal, Martín. ¿Vas a volver para despedirte?». «Martín, sigo en el hospital. ¿Vas a venir o te quedas en Madrid?». «¿Dónde cojones te metes, Martín? Te he llamado como 20 veces, tío». «Martín, papá ha muerto».

Leí la conversación una vez. No podía ser verdad. Volví a leer los mensajes, como si estuviera buscando alguno que dijera que todo era una broma pesada. No podía procesar lo que veía en la pantalla. Mi padre, con quien había tenido una relación tan complicada y distante, ya no estaba. Me abrumó la sensación de culpa. Había estado tan ausente en mi burbuja de fantasía que no había hecho caso a la realidad.

Decidí llamar a Maca de inmediato. El tono de llamada me pareció eterno, pero respondió la llamada. Parecía estar llorando.

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Conexiones | Capítulo 16: Ganas

Aunque siempre había dicho que las grandes ciudades no estaban hechas para mí, debo admitir que Madrid me abrazó de una forma cariñosa y dulce, casi como si me estuviera cuidando. La ciudad me parecía ofrecer un sentido de oportunidad renovada. A tan solo cinco días de llegar, ya tuve mi primera entrevista de trabajo y, una vez superadas las fases del proceso, a las dos semanas empecé a trabajar como recepcionista en una academia de cursos de español, un puesto parecido al que tenía en Sevilla.

Volver a trabajar pareció calmar mi ansiedad, pero la verdad es que el cambio fue emocionante. El ambiente era acogedor y tener una rutina me ofrecía orden después de haber tenido una época tan caótica. Además, después de unos meses, decidí mudarme de la casa de mi hermana Maca para estar más cerca del centro de la ciudad, quitándome así lo que más pereza me daba del mundo, que era coger el transporte público.

Un par de semanas después de mudarme, y ya con la rutina un poco más hecha a la capital, me contactó Juan, el editor que llevó todo el tema de mi libro. Me propuso que, ya que estaba viviendo en Madrid, podríamos organizar algún tipo de evento para presentar el libro en alguna de las librerías con las que tenían acuerdo. «Podemos aprovechar el Día del Libro, que siempre se venden muchos ejemplares», me convenció Juan.

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Conexiones | Capítulo 15: Desencuentros

Los meses que pasé en mi casa fueron todo menos cómodos. Al no tener trabajo, decidí centrarme en mi recuperación, pero fue muy complicado porque la tensión con mi padre era muy palpable. Apenas hablábamos, pero la mera presencia de uno parecía cabrear al otro, y era algo que tenía que explotar en algún momento. Decidí volver a escribir en mi diario, ese que empecé cuando me dejó Lorenzo, para intentar liberar y descargar mis emociones. Mientras mi vida trataba de reorganizarse a mi alrededor, el papel se convirtió en algo casi terapéutico.

Precisamente un día en el que estaba escribiendo en la pequeña libreta, manida por el tiempo que llevaba usándola de confidente, recibí una llamada totalmente inesperada de una editorial que estaba interesada en publicarme. Digo «inesperada» no porque no supiera quiénes eran —al fin y al cabo, les había mandado el manuscrito de «Horizontes»—, sino porque jamás esperaba que me pasara algo así.

La emoción de después de la llamada y recibir en el correo electrónico un documento titulado «Contrato de edición» se vio opacado, de repente, por la ansiedad de enfrentarme a mi pasado y la tensión actual de mi vida familiar. Firmé los documentos uno tras otro, casi sin pensarlo, con mucha incertidumbre, pero con muchísima esperanza. Estaba seguro de que publicar mi obra me ayudaría a mi recuperación.

Para cuando se publicó «Horizontes», casi seis meses después, ya estaba todo muchísimo mejor. Mi relación con mi padre seguía estancada, como si fuera un estanque lleno de agua sucia que ya empieza a oler mal, pero no me importaba: el psicólogo me había dado el alta (ya solo iba una vez cada tres semanas), había vuelto a buscar trabajo y estaba intentando conocer a gente para ver qué pasaba, aunque admití desde un primer momento que no era mi prioridad y que no estaba en mi mejor momento para hacerlo.

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Conexiones | Capítulo 14: Epílogos

Dicen que los sueños con ansiolíticos son increíbles. No por lo buenos que son, sino por lo raros que resultan. Correr delante de un tornado, pasear 40 perros a la vez o nadar en una pecera con pirañas. Por eso me dio tanta rabia no recordar qué había soñado mientras me había tomado casi un blíster entero. ¿Es que las sobredosis hacían que no se active el aspecto onírico de las drogas? ¿O es que estuve tan entre la línea de la vida y la muerte que mi cuerpo decidió guardarse las energías y no soñar?

Cuando desperté, estaba en una habitación fría, sin gente. Solo escuchaba, muy confundido, cómo las personas que deambulaban por el hospital pasaban por delante de la puerta. Tardé bastante en darme cuenta de dónde estaba, pero sí que recordaba haberme tomado todos esos ansiolíticos. Las luces blancas y frías me cegaban los ojos, y el zumbido constante de las máquinas a mi alrededor me resultó insoportable.

Todo se sentía borroso, como si estuviera de resaca, como si todo estuviera cubierto por una neblina espesa. Escuché voces a mi alrededor, pero solo identifiqué una.

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Conexiones | Capítulo 13: Equilibrio

Me daba miedo de cómo había pasado el tiempo desde que Lorenzo se había ido y lo lento que pasaba el tiempo en clase de repente. Las horas hasta que llegaran las 21:00 se me hicieron eternas. Estuve escribiendo toda la tarde, pero me daban ganas de escribirme un guion en la cabeza para la discusión que sabía que iba a tener con Lorenzo. Tenía ganas de decirle de todo, de mandarlo a tomar por culo por haberme dejado tirado, quizás de darle un beso y por último preguntarle cómo había pasado estos nueve meses.

El profesor me notó distante y distraído, así que me dijo que prestara atención al ejercicio que estaba proponiendo: escribir como si fuéramos otra persona. «Joder, qué oportuno», pensé. Pensé en escribir cómo a Lorenzo se le había ocurrido la gilipollez de escribirme ese mensaje y su razonamiento detrás de mi abandono.

Empecé a escribir el relato. Lo titulé «Amores extraños», como la canción de Laura Pausini, no porque tuviera algo que ver con la letra, sino porque me pareció una descripción ideal de nuestra situación: habíamos vivido un amor intenso, luego yo quería bajar la intensidad y la vida me dio un frenazo de repente. ¿Había algo más extraño que eso?

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Conexiones | Capítulo 12: Reencuentros

Sentirse abandonado era una puta mierda. Lorenzo me había dejado de la peor forma: sin derecho a réplica, sin saber muy bien qué había pasado, sin querer conocer realmente las razones que hicieron que abandonara el barco de una forma tan apresurada y tan mezquina. Si bien lo seguía queriendo, también me sentía muy estúpido haciéndolo. ¿De verdad me valía la pena?

Dejé el piso donde vivía Lorenzo y que compartimos durante seis meses. No podía pagarlo yo solo, así que volví a contactar con mi antiguo casero, que, por suerte, seguía teniendo mi piso de soltero disponible. «He estado reformándolo, aprovechando que te fuiste», me dijo.

El piso se sentía diferente, a pesar de que era mi piso. Era la casa donde me había sentido yo por primera vez y, sin embargo, algo había cambiado. Quizás la casa era una referencia a mi persona, a cómo yo también había cambiado con el tiempo. Al sacar mis cosas de la maleta, volviendo al que fue mi hogar, sentí una extraña mezcla de nostalgia y liberación. Cada rincón me recordaba, a la vez, momentos de descubrimiento personal, de pequeños triunfos y de todo lo que me había definido como persona antes de conocer a Lorenzo.

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Conexiones | Capítulo 11: Distancias

Lo que me estaba pasando con Lorenzo estaba siendo como un viaje en montaña rusa: iba todo tan deprisa que no sabes muy bien qué está pasando. Como las cosas iban bien entre nosotros, y más desde nuestras últimas conversaciones, decidimos pasar a diferentes niveles. Me mudé a su casa, aprovechando que éramos prácticamente vecinos y que queríamos pasar más tiempo juntos, a pesar de que muchos amigos míos no estaban muy de acuerdo con esa idea.

—¿Tú estás seguro de que quieres mudarte con él, Martín? Que apenas lleváis seis meses —me dijo Carla, una compañera de trabajo, mientras tomábamos café en la academia—. Yo lo veo un poco apresurado.

—Lorenzo y yo estamos de maravilla, y creo que es precisamente lo que necesitamos para estar incluso mejor —le contesté, convencido de la idea—.

A partir de la mudanza, que me costó horrores porque no quería, en realidad, renunciar a mi pequeño piso en el corazón de Triana, los planes fueron subiendo cada vez más de intensidad. Ya Lorenzo no solo quería vivir conmigo, sino que se veía a él mismo compartiendo el resto de su vida a mi lado. Que lo exteriorizara me hacía sentir querido, valorado y, sobre todo, ilusionado pero, a la vez, me daba miedo que fuera otro chasco. Si no le parecía bien que escribiera, que era una de mis pasiones, ¿cómo íbamos a continuar con nuestra vida juntos? ¿Cómo íbamos a encajar las piezas?

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Conexiones | Capítulo 10: Horizontes

La relación con Lorenzo estaba siendo un autodescubrimiento en toda regla. A través de él, aprendí a ser más abierto y honesto conmigo mismo. Me di cuenta de que estaba dejándome llevar por la situación. A diferencia de cuando estaba con Mario, que necesitaba dejarlo todo claro desde un principio, con esta relación me di cuenta de que no necesitaba apresurarme ni forzar nada. Podía disfrutar de lo que estábamos teniendo, y no de lo que podíamos llegar a tener.

Conforme pasaban los meses, Lorenzo y yo nos acercábamos más. Si bien existían muchas diferencias, muchas basadas en la diferencia de edad y de niveles de experiencia frente a la vida, nos enriquecíamos el uno al otro y crecíamos a muchos niveles. Lorenzo se convirtió en el apoyo y confidente que necesitaba, alguien en quien podía confiar plenamente.

El tiempo pasaba como si fuera una nube, y llegó el verano. Sevilla se llenó de turistas de vacaciones, y tanto Lorenzo como yo teníamos mucho trabajo: yo, con mis estudiantes de español, que aprovechaban la época estival para aprender la lengua de Cervantes; Lorenzo, por otro lado, tenía muchísimo trabajo en el restaurante, y más aún debido a que tuvo diferentes bajas por distintos motivos.

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Conexiones | Capítulo 09: Reflejos

Siempre menciono que terminar la carrera fue, para mí, un punto de inflexión; sinceramente, creía que el hecho de que me centrara demasiado en Mario y muy poco en los estudios en segundo y tercero de carrera haría que me desencantara de los estudios. Pero no fue el caso. Al dejar mi relación, decidí reunir todas mis energías y utilizarlas en cosas que me beneficiaran.

El verano después de la graduación fue muy interesante. Tenía una idea muy fija, y era la de seguir disfrutando. En mi momento más hedonista, mis placeres estaban centrados en el cuerpo casi de manera exclusiva: salir a comer, salir a beber, salir a conocer a gente… y sí, seguía muy centrado en seguir saliendo a disfrutar de mi sexualidad.

Había momentos en los que me daba miedo el placer, no sé si por la moral judeo-cristiana que todo el mundo tiene programada en la cabeza o porque realmente siempre me había dado miedo que me pasara algo, ya no solo durante el acto, sino que hubiera algún tipo de problema o enfermedad derivada de algo que me hacía disfrutar tanto. Era muy cuidadoso, pero oye, nunca se sabe qué podía pasar.

Al final del verano, me propusieron un trabajo como gestor de estudiantes extranjeros en una academia de español en Sevilla. El puesto estaba bastante bien, solo trabajaba de mañana y cobraba un sueldo bastante decente. Además, mi relación con mi padre estaba llegando a un momento muy complicado, por lo que decidí poner tierra de por medio.

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Conexiones | Capítulo 08: Cadenas

Dejar a Mario fue de lo mejor que podía hacer. Era algo que me repetía a menudo, aunque pocas veces me lo creía. Estar sin él me resultó durísimo al principio; sin embargo, al sentirme también, en parte, liberado, tenía una dualidad de sentimientos que era difícil de definir.

La ausencia de Mario en mi vida se sentía como un vacío insuperable, un mazazo constante que amenazaba con destruir todo lo demás. Las noches eran las peores. A veces, intentaba recordar su cara, como si se tratara de algún tipo de trabalenguas de la infancia del que recordaba solo algunas palabras sueltas; otros, sin embargo, solo echaba de menos tenerlo al lado. Conforme iba llegando el verano, y el calor iba aumentando, el dolor se fue reduciendo y dio paso a una sensación de alivio, claridad y desapego.

Empecé a redescubrirme a mí mismo, a reconectar con las cosas que había dejado de lado por mi relación con Mario. Retomé mis estudios con más pasión, dedicando horas a la biblioteca para las recuperaciones de septiembre y profundizando en temas que me fascinaban. Sentí cómo mi mente se abría de nuevo, libre de las preocupaciones constantes que me había impuesto en mi relación con Mario.

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Conexiones | Capítulo 07: Drogas

Todos los eneros siempre me proponía lo mismo: ponerme a dieta, ser un poco menos perezoso y escribir algo lo suficientemente bueno como para presentarme a concursos literarios. Era una especie de ritual que repetía con la esperanza de empezar el año con el pie derecho, de encontrar un sentido de propósito y renovación. Sin embargo, como siempre, mi inspiración romántica me llevaba por unos derroteros que no me gustaban. Lo que escribía cuando estaba con Mario no me gustaba, ya que no me parecía que tuviera la suficiente calidad.

Sentía que mis palabras, escritas en una prosa torpe y recargada, carecían de la profundidad y autenticidad que buscaba. Escribir con Mario en mi vida era como intentar guardar el cambio de marea en una botella. Las emociones eran tan intensas y caóticas que era difícil de plasmarlas en palabras de una forma coherente y hermosa. En cambio, cuando me había inspirado en otras personas de mi pasado, en historias ajenas o, simplemente, cuando estaba triste, las palabras fluían de una manera diferente, de una manera un poco más sincera y real.

Una tarde de enero, mientras hacía como que estudiaba, me senté frente al escritorio con la pantalla de Word en blanco. Había estado reflexionando mucho sobre mi relación con Mario, y viendo cómo había cambiado todo desde que tuvimos esa conversación; sin embargo, no había ido todo como esperaba. Mario me resultaba una sombra de lo que era. Ya no era como antes: dejó de ser tan atento, estaba como cohibido y también empezó a descuidarme en otros aspectos. Hacía tiempo que notaba cómo ya no me deseaba, que no quería que me metiera en su cama más allá que para calentársela en invierno.

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Conexiones | Capítulo 06: Valores

El viaje de vuelta a casa se me hizo largo e incómodo. Mientras más me acercaba a casa, más pensaba en las posibles conversaciones que podía tener con Mario, pero todas giraban en torno a la inevitable confrontación que nos esperaba. No tenía ganas de discutir con él, pero tampoco quería dejarme dentro todo lo que tenía que decirle. La mezcla de ansiedad y de anticipación me mantenía nervioso, incapaz de encontrarle sentido alguno a todo lo que estaba pasando.

Llegué a mi casa, me duché, dejé toda la ropa lista para lavar y me arreglé para visitar a Mario. Posiblemente, sería la última vez que nos viéramos, sabiendo cómo iba a ser nuestra conversación o viendo cómo había sido la última conversación que habíamos tenido.

Pegué en el timbre, y ni siquiera me esperó en la puerta. Abrió y se fue lentamente hacia el salón. La casa ya no me ofrecía la calidez que solía tener. Mario se sentó en una esquina del sofá, y esperaba que me sentara en el lado que quedaba libre. Tenía mal aspecto, como si no hubiera dormido en días o hubiera estado llorando; quizás, incluso, las dos opciones eran correctas.

—La he cagado, ¿no? —Mario rompió el silencio.

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Conexiones | Capítulo 05: Inercia

Desde el episodio en Granada, las cosas se torcieron un poco entre Mario y yo, aunque él no fuera consciente. Ya no confiaba tanto en él. Me daba miedo cada vez que salía con sus amigos y, de hecho, sufrí bastantes noches en las que no pude pegar ojo, pensando en qué estaría haciendo. Hasta el fin de semana del cumpleaños de su mejor amigo.

José vivía en el pueblo, pero jamás bajaba a la ciudad. Era la típica persona que quería tenerlo todo bien controlado, y en la pequeña casa de campo que había heredado de sus abuelos estaba a gusto. No tenía vecinos, así que podía montar las fiestas que deseara, y había gestionado correctamente las tierras como para tener su propio huerto.

Invitó a Mario, además de a otros amigos, a pasar el fin de semana por allí. «Un poquito de tecno, unos colacaos y p’alante», le dijo a Mario, entre risas, mientras se liaba un porro. Mario extendió su invitación hacia mí, pero la decliné precisamente porque tenía muchos exámenes ese fin de semana. Sinceramente, noté cómo Mario respiraba tranquilo: no quería hacérmelo pasar mal, pero tampoco él se quería privar de nada.

Me prometió que estaría atento al teléfono para preguntarme cómo iba con los exámenes pero, una vez allí, dejó de hablarme. Sabía que había poca cobertura, pero a mí me dio por ser tremendista y pensar en lo peor: que estaba con otra persona, que fuera un poco menos estricto o pesado que yo; que se había tomado una pastilla más de la cuenta; que la mezcla de alcohol y drogas le había afectado…

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Conexiones | Capítulo 04: Adicciones

Necesitaba respuestas, así que hice las preguntas que hacía falta hacer: qué somos, dónde queremos ir, qué vamos a hacer. Y todas tuvieron la correspondiente contestación: Mario y yo éramos novios oficialmente, y al final estábamos los dos apostando por el otro sin tener un destino realmente fijo más allá del seguir conociéndonos, disfrutar el uno del otro, hacernos compañía… Y querernos, claro está. Era algo que se daba prácticamente por hecho.

En ese momento, con tan solo diecinueve años, no estaba totalmente cómodo conmigo mismo, no solo a nivel personal, sino también en cuanto a mi orientación sexual. Aún me quedaban algunos escalones antes de la liberación total que conseguiría unos años después, por lo que había gente a la que ocultaba mi homosexualidad; entre ellas, a mi padre, con el que no tenía muy buena relación entonces y que jamás mejoraría. Aun así, en ese momento, sentía que le debía un cierto respeto… y decidí esconderme una vez más.

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Conexiones | Capítulo 03: Amarneceres

Las cosas con Mario iban de maravilla. Tenía la sensación de estar viviendo algo increíble con este chico. Supongo que, en parte, era porque nunca había tenido ninguna relación formal y, aunque esta tampoco lo era (todavía no nos habíamos pedido salir), las cosas iban rodando. Dormíamos juntos, desayunábamos juntos e, incluso, soñábamos qué queríamos sacar de todo esto. Pero estaba claro que había una mano fantasma que sujetaba el freno de mano y que nos impedía acelerar, que era la relación de la cual acababa de salir Mario.

Es verdad que yo no tenía ninguna intención de que las cosas fueran más deprisa, pero sí necesitaba saber que no estaba perdiendo el tiempo. Me sentía con esa presión en el pecho que solo sienten aquellos que saben que tienen algo que perder, como si de un concurso se tratara y no las tuviera todas conmigo a la hora de responder la pregunta del bote final. Sin embargo, y como decía, yo sentía también que las cosas nos iban bien así.

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Conexiones | Capítulo 02: Encuentros

Hace ya bastante que digo una frase para resumir la vida, y si bien ha cambiado algo en su estructura, podría decir que es una suma de encuentros, desencuentros y reencuentros

Todavía no me había encontrado con Mario, mi primer novio, cuando se me ocurrió. Siempre me ha gustado escribir, aunque jamás pensé que me ganaría la vida así. ¡Y qué alegría me dieron cuando recibí la propuesta de publicar mi manuscrito!

Pero todavía no hemos llegado. Tenemos que volver diez años atrás en el tiempo, justo cuando iba a empezar segundo de Periodismo y mi coche, un Citroën Saxo del 97, decidió dejarme tirado a 1 km de la universidad. Iba a hacer una recuperación de una asignatura que se me había atragantado en el primer cuatrimestre, pero es que había prestado muy poca atención al profesor y demasiada a explorar la vida universitaria: un poco de alcohol, sexo de vez en cuando y nada de rock and roll, que lo que se pinchaba en los bares era reggaetón.

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Conexiones | Capítulo 01: Treintena

No me podía creer que estuviera haciendo la maleta de madrugada, con lo mucho que lo odiaba. Había dejado un par de lavadoras que esperaba que se secaran a tiempo —no lo hicieron—, así que tuve que improvisar sobre la marcha y meter, a regañadientes, unas cuantas camisetas que no sabía si me quedarían bien, porque hacía mucho tiempo que no me las ponía. «Pero mira que son feas», decía, mientras las tiraba a mala manera.

Sabía perfectamente que mi enfado no iba precisamente por la ropa mojada. Ni de coña. Sabía perfectamente que mi enfado tenía nombres y apellidos: Martín Beltrán Lara. Los míos, vaya. Y es que me estaba empezando a caer muy, pero que muy mal.

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