
Traducción e Interpretación es una carrera conocida por su versatilidad y por las mil caras que pueden adoptar los graduados ante el mundo laboral, pues no solo nos forman para ser traductores o intérpretes, sino que podemos aplicar nuestros conocimientos a otros campos de la lingüística, la comunicación o de la formación, entre otros ámbitos de otros sectores en los que puede caber nuestro perfil como especialistas del lenguaje, de la cultura u otros factores que puedan parecer interesantes.
Yo tenía muy claro que quería estudiar Traducción e Interpretación para ser profesor de inglés, ya que la docencia siempre ha sido mi vocación principal, pero, cuando conocí la traducción desde dentro, me di cuenta de que ser traductor era algo que me llamaba bastante la atención y que elegiría seguir con este camino. Conocí algunas de las variantes con las que más se trabaja en la vida real, como la traducción técnica, la científica o la audiovisual, además de especializarme en traducción literaria. Una vez conocidos todos los ámbitos de la traducción y haber explotado algún que otro de forma casual, tocaba terminar la carrera y empezar la vida real. Pero, antes, quedaba por hacer algo: el trabajo de fin de grado.
Para muchos estudiantes de Traducción e Interpretación que estén ahora mismo paseando por los pasillos de la universidad, las palabras «trabajo de fin de grado» no significarán mucho más que una asignatura que les queda más o menos lejana, algo de lo que no deben preocuparse todavía; sin embargo, para muchos traductores e intérpretes actuales (y para sus tutores de entonces), esas palabras significaron insomnio, quebraderos de cabeza, reuniones y muchísimo trabajo durante meses.
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