
Estar en paro por primera vez en casi siete años me ha hecho darme cuenta de las prioridades de la vida, pero también en qué debo hacer a partir de ahora para no caer en cierto tipo de empleos que no me convienen. Ha llegado un momento de mi vida laboral que me ha hecho recapacitar sobre qué tipo de trabajo es el que quiero hacer, y del tipo de entornos en los que me gustaría ejercer de docente (o de algún puesto complementario a la educación).
Y aunque me prometí esperar un poco más y centrarme en otros aspectos de mi vida, he estado buscando ofertas de empleo en las que pudiera encajar. A veces, incluso me he postulado yo directamente a la empresa (o empresas). Y es aquí cuando llega el quid de la cuestión… ¿Hace falta que presente referencias? Pues depende de la empresa, pero también del puesto o, incluso, de la relación que tengas actualmente con las personas que te podrían referenciar.
La verdad es que yo nunca he tenido una especial afinidad a las cartas de recomendación, porque, al final, son documentos caducos que no muestran una situación real del candidato; especialmente, si hace mucho de esa referencia de algún jefe, superior o compañero. De hecho, la función de recomendación de redes como Linkedin me parece una buena representación de lo que digo: ¿de verdad es relevante ese comentario de un compañero con el que trabajaste hace siete años?
La cuestión es que es innegable que una buena referencia puede abrirte muchas puertas. Aunque no sea un ejemplo relacionado con el mundo laboral, una carta de recomendación propuesta por una profesora que me dio clases en el Máster de Profesorado hizo que mi perfil fuera interesante para que me admitieran en el Máster en las Tecnologías de la Información y Comunicación para el Tratamiento y Enseñanza de Lenguas en la UNED, lo que me hizo pensar que posiblemente haya que pedir referencias cuando las necesitemos, pero es que hay tantos inconvenientes que abruma el solo hecho de solicitarlas.
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