Razones por las que no abriría un pódcast (y una por la que estoy buscando micrófono)

Llevo con la idea romántica de abrir un pódcast desde hace casi más de diez años. Por aquel entonces, aún me dedicaba a la traducción y, junto a Eugenia Arrés, amiga y compañera de profesión, pude participar en algunos episodios de Traducción sin cortes, uno de los primeros proyectos ¿multimedia? relacionados con el mundo de la traducción y usando el mercado y el mundo de la traducción como hilo conductor.

Hace unos días se me volvió a pasar por la cabeza la idea de compartir mis ideas a través de algún medio de Internet; precisamente ahí, en la red, me encontré a mí mismo buscando micrófonos para poder grabar algún vídeo, por ejemplo en TikTok, pero, nada más me di cuenta de los precios de los micrófonos y de la mera idea de verme delante de una cámara, desistí. Me pudo la inseguridad, no os voy a mentir. ¿Vídeos cortos? ¿Un pódcast? ¿De qué exactamente? ¿Tenía que ser sobre educación, mi profesión o de algún que otro hobby?

Me abrumó solo la idea de cargarme un poco más la agenda para pensar, grabar, editar, subir y promocionar más contenido en la red. Si es que bastante tengo con hablar en clase, escribir en el blog, y discutir mentalmente con los sabelotodo de la educación cada vez que publican una frase motivacional sobre «aprender a aprender».

Y sin embargo, aquí estoy: escribiendo un artículo sobre las razones por las que no abriría un pódcast (o cualquier cosa que se le parezca)… mientras una parte de mí se pregunta cómo sonaría mi voz al decir «bienvenidos a otro episodio de…». Porque una cosa está clara: si algo define al profesorado de hoy en día es esa contradicción constante entre el rechazo y la tentación. Rechazamos las modas, pero luego caemos en ellas. Nos quejamos del exceso de estímulos, pero seguimos añadiendo más. Así que, antes de que mi tienda online de confianza me vuelva a sugerir micrófonos porque están en oferta, dejo por aquí las razones por las cuales no me metería en un proyecto así (y una razón por la que a lo mejor sí que me apetece).

Podéis leer también otras entradas en esta sección: por qué dejaría de ser docente, por qué dejaría de opositar, por qué el Máster de Profesorado no es la mejor opción para todo el mundo, por qué jamás haría un doctorado, por qué dejé de trabajar con academias, por qué nunca he pedido cartas de recomendación y por qué dejé de ser traductor autónomo.

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El baile de final de curso

Un tema al que siempre recurro para justificar mis proyectos, mis ritmos o, incluso, el nivel de cansancio que tengo es que mi calendario personal no comienza en enero, sino en septiembre, como todo curso escolar. Y como ya hemos acabado junio, me entra esa sensación de final de curso, de mochila a medio vaciar, de cansancio acumulado. Pero como es mi final de año personal, hay que mirar atrás, recordar un poco lo vivido y comprenderlo un poquito mejor.

Este año me ha parecido extremadamente largo, intenso y, por momentos, desconcertante. Empecé septiembre siendo autónomo, siguiendo la estela de lo que ya estaba haciendo. Es verdad que estaba con diferentes proyectos a la vez, colaborando con varias empresas de formación, con muchísimos alumnos y también con proyectos con los que diría que juré que jamás volvería. Durante esos meses, salté de grupo en grupo, de clase en clase, con una mezcla de alegría, responsabilidad, pero también cansancio.

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Cuando la vocación ya no lo es todo


A estas alturas de la vida, todos debemos tener en cuenta que ser profesor es más que un trabajo; de hecho, para mí es una disciplina basada en la vocación, en la entrega constante a los demás. Es una tarea en la que ponemos nuestro conocimiento, nuestra paciencia y muchas veces, hasta nuestra propia identidad a disposición de todo el que la necesita. Pero ¿qué pasa cuando esa vocación se ve zarandeada una y otra vez por la realidad? ¿Qué pasa cuando esa pasión se encuentra con condiciones laborales complicadas, una falta de reconocimiento insultante o, simplemente, con la burocracia? Pues que pasa lo que pasa: que el desánimo empieza a ganar terreno. Y es algo que quiero compartir en este diario de a bordo en el que llevo diez años contando y compartiendo experiencias.

No es un tema que hable con muchos compañeros de profesión, pero entiendo que, como en el sector de la traducción, cada vez hay más profesionales que sienten que la labor que hacen día a día no está bien valorada. Actualmente, y debido, en parte, al consumo de las redes sociales, tanto alumnos como profesores exigimos resultados inmediatos, eficacia y eficiencia a toda costa. Y hay que recordar una cosa, tal como he comentado en más de una ocasión: el aprendizaje es un proceso lento, humano y completo, y se tienen que tener en cuenta muchos de estos factores a la hora de ponerse delante de una clase.

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Consejos y recomendaciones para aprender (bien) un idioma


Aprender un idioma es una aventura en la que muchos se embarcan por necesidad, imposición o, incluso, mero placer. El aprendizaje está lleno de retos, alguna que otra frustración, pero también muchas satisfacciones. Antes de emprender este viaje, los estudiantes tienen algunas ideas preconcebidas acerca del idioma o del mismo hecho de aprenderlo, que pueden ser limitantes a la hora de aprender de forma activa el idioma. Hoy vamos a hablar de algunos aspectos que me han parecido importantes a la hora de transformar la manera en la que aprendemos un idioma.

Es una recopilación de consejos prácticos, estrategias y también una perspectiva más realista a la hora de aprender un nuevo idioma que me he ido encontrando a lo largo de mi carrera como docente.

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El impacto de las redes sociales en el sector del aprendizaje de idiomas

No sé si os acordaréis, pero hace unos 10-15 años, parecía que no eras nadie, profesionalmente hablando, si no tenías un blog. Por aquel entonces, yo escribía en un blog que luego se convertiría en libro, Diario de un futuro traductor, y estudiantes y profesionales de los idiomas abrían bitácoras prácticamente a diario. No sé si por la exposición generalizada a este tipo de espacios, en los que se podían tratar temas interesantes para el público generalista o también para audiencias más concretas.

Fue una tendencia que no terminé de entender muy bien: escribir un blog significaba guardar parte de tu agenda para buscar temas, escribir los artículos, darles publicidad… Al final, era una acción no productiva que tampoco generaba ningún tipo de conversión en clientela, sino en comentarios de amigos de la profesión, si acaso, acerca de los temas que tratabas, y también de cuentas en redes sociales que trataban los temas de los que se hablaban de una forma menos amable. Aun así, hemos sido muchos los que hemos seguido escribiendo en diarios como este de una forma totalmente vocacional, gratuita y también con ganas de ayudar y de ofrecer contenido de calidad.

Precisamente es en las redes sociales donde me gustaría centrar en este artículo. Si bien las redes sociales han revolucionado cómo las personas aprenden idiomas, ofreciendo oportunidades sin precedentes para acceder a contenido diverso, practicar habilidades lingüísticas y conectarse con comunidades globales, también han creado espacios donde los docentes de idiomas, especialmente los que trabajan/trabajamos en línea, se pueden promocionar. Sin embargo, también presentan algunas dificultades e inconvenientes que hay que tener en cuenta.

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Mi experiencia como funcionario (interino)

Ser funcionario es una opción muy atractiva para la población española, y es un hecho contrastado con diferentes encuestas que se han llevado a cabo durante los últimos años. Hasta tres tercios de la población ve el funcionariado como una opción más que atractiva, y hasta cerca de un 25% de las personas que están en edad activa se ha preparado unas oposiciones en los últimos años.

Para los docentes, para formar parte del entramado público de profesores, el proceso se realiza, por lo menos, cada dos años, en el caso del Profesorado de Educación Secundaria, que es al que optaría yo; sin embargo, este año he sido funcionario interino a través de una vía que jamás había tenido en cuenta: las áreas de Empleo de los ayuntamientos.

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Quién es quién: Estudio de identificación y de valoración lingüístico-social de la tribu «bear»

Nota: Esta entrada es un resumen de mi artículo «Quién es quién: Estudio de identificación y de valoración lingüístico-social de la tribu «bear»», que presenté en modo de póster científico en Maricorners, el Congreso Internacional de Estudios Interdisciplinares LGTBIQ+, celebrado en marzo de 2023. En esta entrada, además, añadiré mis motivaciones personales y profesionales para escribir este artículo.

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Razones por las que no haría un doctorado (y una por la que me atrevería)

Al estudiar Traducción y darme cuenta de que me interesaba más la docencia, aunque es una historia que ya he contado mil veces, también me di cuenta de que me interesaba muchísimo la investigación; de hecho, aunque fuera en ocasiones puntuales, he llevado a cabo algunos estudios más o menos relacionados con los idiomas, la docencia o la orientación profesional y académica. En muchas ocasiones, de hecho, siempre me dije a mí mismo que quería hacer el doctorado. Y ahora que nadie nos lee, debo admitir que he solicitado en alguna que otra ocasión el acceso a los Programas de Doctorado de la Universidad de Málaga.

El doctorado es considerado el culmen de la educación académica, un camino que no solo demanda años de estudio y esfuerzo, sino también una profunda dedicación y pasión por la investigación. Sin embargo, a pesar de que tiene ciertas ventajas y prestigio, hay varias razones por las que alguien podría decidir no embarcarse en esta ardua travesía. En este artículo, presentado en mi serie «Razones» (como las de trabajar como autónomo, con academias, opositar, pedir cartas de recomendación, dejar de ser profesor o estudiar el Máster de Profesorado), hablo de las razones por las cuales jamás me dedicaría al doctorado y una por la cual sí que me atrevería.

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El inglés y su papel en la era moderna

El conocimiento de idiomas se ha convertido en un punto de obligado cumplimiento en nuestras vidas diarias; de hecho, es rara la oferta de trabajo que no requiera tener un nivel determinado de un idioma, especialmente el inglés, aunque también otras lenguas como el alemán, el francés o el italiano.

En el caso del inglés, que es el que vamos a tratar en este artículo, hay que tener en cuenta que se ha convertido en una lengua global que trasciende fronteras y culturas, influyendo en diversos aspectos de nuestro día a día. Desde la forma en que nos comunicamos hasta los productos que consumimos, la presencia del inglés es omnipresente y tiene un gran impacto en nuestra vida diaria.

Si bien nuestro idioma, el español, es una lengua rica, diversa y llena de matices, son cualidades precisamente que se deben, en gran medida, al contacto y la interacción que ha tenido a lo largo de los siglos con otras lenguas. Se estima que aproximadamente un 60% del vocabulario del español proviene del latín, mientras que el 40% restante viene de otros idiomas; de ellos, un gran porcentaje viene del inglés.

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La era digital en la educación

Es un hecho que estamos viviendo en una época de transformación en todos los ámbitos, especialmente en el digital. La tecnología ha revolucionado nuestras vidas en diferentes aspectos y, entre estas aristas, nos encontramos de frente con la educación. En este blog, ya hemos tratado diferentes maneras de tratar la enseñanza en línea y también la formación online desde distintos puntos de vista; sin embargo, está claro que el hecho de que vivamos prácticamente forzados a utilizar la tecnología nos ha abierto, tanto a estudiantes como a docentes, nuevas posibilidades para mejorar la experiencia de aprendizaje.

En este artículo me gustaría explorar las diferentes maneras en las cuales la tecnología ha convertido la enseñanza, además de diferentes aspectos que me gustaría tratar en profundidad acerca de mi papel como docente.

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Preparados, listos… ¡ya!

Me resulta increíble que haga nueve años que iniciara esta andadura bloguera. Con Coordenadas, intenté seguir un poco la estela y el vacío que me había dejado terminar de escribir Diario de un futuro traductor, un blog al que le dediqué horas de mi tiempo como estudiante y también como profesional, cuando publiqué el libro homónimo. Este año, que he cumplido nueve años como bloguero profesional, me he propuesto ciertos cambios a la hora de compartir mi experiencia por aquí.

Este verano, que he dedicado a terminar de publicar y compartir Conexiones, mi primera novela, y que también he tenido un poco más de tiempo, debido a mi experiencia como funcionario interino, he reflexionado acerca de mi presente y mi futuro como docente. ¿Cómo quiero llevar mi carrera? ¿Hacia dónde me dirijo? ¿Tiene fecha de caducidad?

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Llegó el final del curso y esto es lo que he conseguido este año

Antes de nada, debo ser totalmente sincero y debo decir que escribo este artículo prácticamente de seguido, sin ningún tipo de guion, como suelo hacer cuando me pongo delante de la pantalla a compartir mis experiencias en mi diario de a bordo; sin embargo, precisamente porque esta vez cuento cosas un poquito más personales, aunque tengan que ver con el trabajo, me gusta escribir un poco lo que me sale de primeras. Supongo que es porque siento que es lo que me apetece contar, lo que considero más grande o importante y así filtro un poco. O quizás, simplemente quizás, porque si me pongo a escribir el guion posiblemente me dé cuenta de que este artículo no tiene mucho más objetivo que despedirme hasta septiembre.

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Volver a ser autónomo: seis meses después

Muchos conocéis la historia de los docentes que no trabajan en un puesto fijo o que son contratados para la «temporada»: pasan un verano a duras penas para que llegue septiembre con buenos cursos, muchos alumnos y, lo más importante (aunque hace años dijera que no), un sueldo «apañao». Pues eso esperaba yo que me pasara el pasado septiembre. Después de tocar en muchas puertas, lo peor se hizo realidad: a final de mes todavía no tenía nada atado. Coincidía también que se me acababa la prestación por desempleo, así que tuve que tomar una medida radical: postularme como autónomo.

Ya había sido autónomo con anterioridad; de hecho, lo había hecho, incluso, compatibilizando mi trabajo como freelance como por cuenta ajena. Sin embargo, debo decir que mi prioridad no pasaba por volver a trabajar como profesional independiente, sino trabajar en alguna empresa de forma interna. La verdad es que el verano lo pasé bastante mal. Sin cursos, sin apenas paro (por una negligencia que ya contaré en otro momento, pero que tiene que ver con unos negocios que no me gustan) y con una autoestima por los suelos. Es lo que tiene basar tu valía en el trabajo, supongo.

Es verdad que había habido alguna promesa a medias durante los meses estivales, y que las veía con optimismo (porque tampoco me quedaba otra), pero se quedó en nada. Los motivos son variados, pero, al ser cosa del pasado, tampoco me compensa mucho pararme en esto. La cuestión es que vi un filón en volver a ser autónomo, ya que muchos cursos que pedían ciertas consultoras de formación requerían que fueras freelance… así que me tiré a la piscina.

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Tenemos que hablar… de la inteligencia artificial

Hay temas que son difíciles de abordar, precisamente por las problemáticas que supone no solo hablar de ello, sino también tener visiones extremas acerca de estos temas. En otros artículos de la serie «Tenemos que hablar» hemos abordado temas como los certificados de idiomas y de un tema tan crucial como los trabajos de fin de grado. Hoy vamos a hablar de un tema tan complicado como revolucionario: la inteligencia artificial, que está convirtiendo el panorama del campo de los proveedores de servicios de idiomas… y no especialmente desde un punto de vista positivo.

En la actual revolución tecnológica, la inteligencia artificial ha irrumpido en el mercado de la traducción prometiendo eficiencia y precisión sin precedentes; sin embargo, este avance no se libra de las críticas ni de las (obvias) preocupaciones para los traductores humanos. En este artículo, vamos a explorar de manera crítica el impacto de la IA en la traducción e interpretación, además de ofrecer una revisión de las luces y las sombras que se proyectan sobre el panorama lingüístico actual y futuro.

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Ventajas, desventajas y posibilidades de la enseñanza online

Aunque parece que la pandemia del 2020 nos queda lejos, todavía quedan algunos resultados de aquel parón total del mundo, que hizo que nos replanteáramos ciertos aspectos de nuestra vida tal como la conocíamos. En el mundo de la educación, por poner un ejemplo ilustrativo y cercano, los profesores se tuvieron que convertir en expertos del mundo digital de la noche a la mañana, algo que ya iba exigiendo el puesto y el contexto educativo desde hacía bastante tiempo, pero que, en un momento como el que vivimos hace ya casi cuatro años, se tenía que hacer contrarreloj.

Por la crisis del coronavirus —que, como digo, parece que queda superalejada del momento actual—, las casas de todo el país (y diría que, incluso, de todo el mundo) se convirtieron en aulas particulares, en las que los padres, gracias al teletrabajo y a estar en casa, pudieron realizar su labor de tutores en muchísimas ocasiones. Estaba claro que habíamos dado un paso que no podíamos desaprovechar: habíamos dado un paso a la educación online de forma generalizada.

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La leyenda del hilo rojo | Chispas de dopamina

«I still love you more than I should say,
I’m just tryna put that shit away.»
(‘Silly‘, de @troyesivan)

🔹🔹🔹

Me pregunto, una vez más, si seguirás pendiente del hilo rojo que nos une, si seguirás notando su tirantez y cómo quiero que te abrace los dedos y el resto de tu cuerpo. Yo, como siempre, me respondo: no hay cuerda más resistente que los abrazos que todavía nos debemos.

Verano eterno | Chispas de dopamina

«Nos miramos tan dulce, comemos despacio.
Sentada en la nube, me tienes volando.»
(‘amor de verano‘, de @marlenaoficial)

🔹🔹🔹

Ya sabes que no me gusta pasar calor, y que con la medida justa de frío estoy siempre más a gusto, pero creo que ya debes saber a estas alturas que estoy viviendo un verano eterno contigo (y que me está encantando): disfrutando del sol de tu mirada, bañándome en tus besos, quemándome con las ganas que aún nos tenemos.

Productividad al rescate: la técnica del bloqueo del tiempo

Después de unas navidades un poco convulsas, mucha gente se pone manos a la obra con los propósitos de Año Nuevo. Sinceramente, yo este año ni lo he intentado, pero me gustaría continuar con los hábitos buenos que ya estaba teniendo. Siendo autónomo es complicado hacer muchas cosas a la vez y, en la sociedad actual, donde la multitarea y las distracciones son omnipresentes, la productividad se ha convertido en un desafío cada vez mayor. El ritmo de vida que llevamos, sumado a las interrupciones constantes, puede hacer que nos sintamos agobiados y cansados simplemente con planear nuestras tareas. Por eso, es crucial adoptar estrategias efectivas para optimizar nuestro tiempo y alcanzar nuestros objetivos de manera más eficiente. Una de las técnicas más eficaces para lograrlo es el bloqueo del tiempo, un enfoque estructurado que nos permite gestionar nuestros quehaceres de manera más productiva y organizada.

Antes de adentrarnos en la técnica del bloqueo del tiempo, es importante entender por qué la productividad es un factor clave en nuestra vida diaria. Aunque ya hemos hablado de la productividad en otros artículos, hay que recordar que ser productivos nos permite aprovechar al máximo nuestras habilidades y recursos (que son limitados), nos ayuda a lograr nuestros objetivos y nos brinda una sensación de satisfacción y logro personal. Además, la productividad también está relacionada con una mejor gestión del estrés y una mayor calidad de vida, debido a que, si terminamos las tareas a tiempo o de forma escalonada y tranquila, no causamos ningún pico de ansiedad que nos pueda desequilibrar en nuestro día a día.

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Razones por las que el Máster de Profesorado no es lo que buscas (y una por la que puede ser una buena opción para ti)

Hace ya un tiempo que llevo viendo cómo profesionales de diferentes sectores ven en el Máster de Formación del Profesorado una salida sólida a sus problemas laborales, debido a la supuesta estabilidad que ofrece la docencia (y que ya vimos que no se cumplía). No obstante, es importante tener en cuenta que esta opción no es para todo el mundo, y, sin embargo, sí que hay personas para las que esta formación en concreto es la indicada. Aunque pueda parecer una opción atractiva en cuanto a seguridad laboral, la verdad es que —al menos, en mi opinión— hay aspectos fundamentales, como la pasión y la vocación, para tener éxito en esta profesión.

En esta nueva edición de «Razones», después de hablar de otros aspectos laborales y personales (como el trabajo con academias, ser autónomo, opositar o trabajar como profesor), exploraremos las razones de peso por las cuales el Máster de Profesorado puede no ser la elección adecuada para todo el mundo, y también presentaremos una razón por la que estudiar este máster puede ser un acierto.

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Todo lo que aprendí siendo autónomo

Durante los últimos meses, he estado solicitando oferta de trabajo tras oferta; de hecho, he tenido que adaptar mi currículo varias veces porque había que añadir elementos o quitar otros que se habían quedado demasiado antiguos. Sea como fuere, en la última versión he añadido un punto que había dejado pasar en otras versiones anteriores, y es que fui autónomo.

No es que me avergonzara de ello, evidentemente, sino que consideraba que mi experiencia como profesional independiente no se ajustaba al 100% con el perfil por el que estaba postulando: el de la docencia. Ya hemos hablado en otros pasajes de este diario que la docencia y yo ya no somos tan buenos compañeros como antes, porque hemos pasado una relación un poco tormentosa a lo largo de los años, pero este no es el caso que vamos a tratar hoy.

Cuando trabajaba por cuenta propia, centré prácticamente la totalidad de mi tiempo en trabajar. Trabajaba mucho, trabajaba bien y en unas condiciones bastante asequibles. La verdad es que tuve bastante suerte. Debido a mi proyecto Diario de un futuro traductor, tenía bastante contacto con varias empresas y profesionales del sector, por lo que a través de esas relaciones, tuve mis primeros contactos laborales.

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Una página en blanco

El inicio del curso es, prácticamente, como si fuera una página en blanco en la que poder escribir nuevas historias, aunque, por suerte o por desgracia, estas historias me son familiares: exámenes que no suceden, trabajos que aparecen y desaparecen, y un bolsillo lleno de proyectos que hacer en estos meses venideros. El problema, como siempre, es ver por dónde hay que caminar para seguir haciendo el camino.

Hace unos meses hablé de la importancia de la salud mental en entornos personales y laborales, y, de hecho, la terapia me ha hecho darme cuenta de muchos aspectos de mi vida que, a lo mejor, no iban en el camino correcto. El primero de todos fue el síndrome del impostor, que tanto daño nos hace a la gente de la generación milénica, en general, y a los que tenemos profesiones relacionadas con los idiomas/las humanidades, en particular. Hay otros aspectos laborales, como la insistencia por la docencia, incluso siendo un trabajo al que ya le había visto sus pros y sus contras, que me han hecho darme cuenta de que necesitaba ampliar horizontes y conocimientos, y así tener una experiencia personal más plena.

Sea como fuere, toca seguir para adelante y os comento un poco cómo han sido estos últimos meses, que han venido cargados de cosas por contar y de idas que plasmar en este diario de a bordo, que, por cierto, cumple ya ocho añazos. ¡Y por muchos más!

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Un mes de cambios

El transcurso de este «curso» ha estado repleto de cambios y giros inesperados en mi vida laboral. Ha sido un periodo lleno de reencuentros con antiguas empresas y también de enfrentar inestabilidad laboral. A medida que nos acercamos al final del año escolar y se avecina el verano, me encuentro con una lista interminable de proyectos que me gustaría desarrollar. Sin embargo, este es también un momento para reflexionar sobre los meses anteriores, en los que he trabajado arduamente y me he enfrentado a nuevos desafíos.

A pesar de haber trabajado intensamente en diferentes proyectos, me encuentro en una situación parcial de desempleo en la actualidad. No obstante, esto no ha reducido ni un ápice mi entusiasmo ni mi determinación por encontrar nuevas oportunidades laborales. Actualmente, buscar trabajo es una prioridad para mí en estos momentos, pero, mientras, aprovecho el tiempo para descansar y reflexionar sobre mi trayectoria profesional.

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Tenemos que hablar… de los TFG

Hay proyectos que dan como finalizada una etapa, y también algunos que comienzan otros momentos de la vida. La importancia de llevar a cabo ciertos planes hace que nuestras vivencias sean más interesantes, puras, o, simplemente, satisfactorias a ciertos niveles. Hoy empiezo (o continúo, mejor dicho) la sección Tenemos que hablar… con un proyecto que da como terminada la etapa universitaria del grado: el trabajo de fin de grado.

Hace bastante tiempo que veo comentarios al respecto de esta asignatura del curso final del grado, y la verdad es que lo que tengo claro es que hay sentimientos encontrados. Para algunos, es un proyecto para terminar la carrera con un buen sabor de boca, y tener la máxima nota posible es el objetivo principal; para otros muchos, sin embargo, es un trabajo innecesario y problemático. Esto me hizo pensar si realmente los trabajos de fin de grado tienen sentido, o si de verdad hace falta demostrar, una vez más, la valía del estudiante.

Hay un aspecto de los trabajos de fin de grado (TFG) que me recuerda un poco a las oposiciones: los alumnos se juegan mucho, se ponen delante de un tribunal que, en un momento determinado de sus vidas, juzga lo que han aprendido y cómo lo han aplicado a un determinado contexto. pero ¿de verdad demuestra eso? ¿De verdad todos los alumnos deben estar cortados por el mismo patrón?

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La importancia de los proyectos

No es raro comenzar el mes de enero con muchos proyectos y propósitos. Es normal que, en los comienzos de ciertas etapas, como pueden ser los años, obtengamos cierta motivación para cambiar las cosas que no nos gustan, o ponernos las pilas con las cosas en las que nos queremos comprometer más de la cuenta, o, simplemente, continuar con las rutinas que ya teníamos. Pero claro… estamos en abril, y hace unos días, emprendí (de nuevo) un proyecto que había dejado a medias: las oposiciones.

Tenía la sensación de que era algo que me debía, en cierta manera, porque era algo que me había propuesto en septiembre, cuando empezaba el curso, aunque sabía que se me iba a dificultar la situación porque estoy viviendo un momento un poco complicado. Como muchos jóvenes, sufro de una ansiedad basada en la inestabilidad socioeconómica, laboral y —¿por qué no decirlo?— mental.

Es verdad que sé que tengo la suerte o el privilegio de contar con una situación en la que todo me sale, más o menos, tal como debería. Hace tiempo que no puedo ni quiero parar de trabajar (de hecho, ya he tenido que rechazar alguna que otra oferta porque no me da más la vida), pero también es verdad que el hecho de que ir cambiando de empresa cada cierto tiempo es también un evento muy cansado.

Uno ya va teniendo una edad y va queriendo tener una rutina, saber lo que la vida tiene para ti en forma de hábitos laborales y sociales. Creo que es una de las cosas que me calmaría la ansiedad recurrente que tengo, y también que me ayudaría a terminar de una vez por todas con la inestabilidad laboral. Pero todavía toca ponerse al día con el estudio, llegar al examen en buena forma, aprobar y conseguir algo, que ya sabemos que no es nada fácil.

Realidad de la sociedad española y su relación con el inglés

Hay conversaciones incómodas que nos hacen pensar en ciertos temas que nos rodean, como puede ser la economía o aspectos sociales que nos afectan de mayor o menor manera. Uno de ellos, en los que la prensa se ha centrado en los últimos meses, y cuyo impacto fue bastante impresionante, fue los reportajes que surgieron a partir de un tema superimportante, como es la inserción laboral de los jóvenes y uno de los pilares principales de esta: el conocimiento de inglés.

Según estos estudios, publicados en periódicos como El Diario o El Mundo, hacían hincapié en la poca conversión de conocimientos lingüísticos, a pesar de los esfuerzos de la estructura académica basados en añadir y, en cierto modo, perfeccionar o mejorar las asignaturas de lengua extranjera en el currículum educativo.

La cuestión es la siguiente: ¿es suficiente ese esfuerzo para que los alumnos sepan inglés? ¿Es valioso el modelo de bilingüismo que tenemos activo en España actualmente? ¿De verdad vale la pena invertir tantos recursos en aspectos que, a lo mejor, no interesan al alumno? ¿La tasa de conversión de horas de aprendizaje tiene que ir ligada, además, con un estudio adicional en academias u otros centros de formación?

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Vivir a través de la inercia

El otro día escuché, no sé dónde, que hay momentos en los que la mente te dice que pares un segundo a reflexionar si lo que estás haciendo con tu vida te hace feliz, te completa, te llena o, simplemente, te estás dejando atropellar por los quehaceres diarios. Y es curioso porque, en según qué momentos de la vida, en las pocas pausas que se nos dan para hacer esa reflexión, como puede ser antes de las campanadas de fin de año, en septiembre (con el comienzo del curso) o en los cumpleaños, nos da mucho miedo tomar una curva por si nos arrepentimos de seguir conduciendo hacia adelante.

Y digo que es curioso porque las personas jóvenes estamos viviendo una época de constante adaptación y transformación, debido a las situaciones que nos encontramos prácticamente de forma generalizada —precariedad económica y laboral, problemas para acceder a la vivienda, relaciones personales que ya no llenan tanto como antes, una consciencia de los problemas de la salud mental…—, al final acabamos cometiendo los mismos errores que cometieron los que vinieron antes que nosotros: hacer las cosas por inercia. Y es que… es muy difícil salir de ahí.

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Una revisión necesaria

Llevo trabajando, prácticamente, los mismos años que llevo escribiendo en este blog, y, como tanto mi trabajo como mi vida han cambiado a lo largo de este tiempo, creo que es hora de un cambio, de una revisión de cómo estoy haciendo las cosas para ver en qué puedo mejorar.

Siempre que me he embarcado en un proyecto abierto al mundo, como es el caso de, evidentemente, Diario de un futuro traductor, pero también de cualquier charla o conferencia, siempre he tenido un punto en común con todos ellos, y es que quiero contar historias que valgan la pena. Es curioso que tenga este ítem en concreto como inamovible, cuando tengo un libro a medias desde hace años porque la vida capitalista me arrolla, pero también es verdad que me gusta poner en valor lo que se hace de forma altruista.

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Razones por las que dejaría de ser docente (y una razón por la que será mi trabajo para siempre)

Aunque es algo que he repetido en muchas ocasiones, no está de más decir que yo he sido traductor casi de casualidad, porque yo lo que siempre he querido ha sido ser profesor. Traducir se convirtió, por así decirlo, en una transición necesaria, por la que tuve que pasar para que la vida me pusiera de nuevo en mi lugar. Al final, llevo años enseñando, prácticamente desde antes que me dedicara a traducir, y es precisamente el puesto al que espero optar durante el resto de mi vida laboral.

La cosa es que no es fácil. Como veremos en este artículo, parte de la serie «Razones» que llevo escribiendo desde hace ya unos años (como las de trabajar como autónomo, trabajar con academias, opositar o pedir cartas de recomendación), el ambiente laboral actual nos pone zancadillas de forma continuada a los que queremos trabajar como docentes, ya sea por dinero, por dificultad de estabilidad o, simplemente, porque no hay trabajo relacionado con la enseñanza.

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Sobre los fracasos y las victorias

Voy a contar una historia que necesito para poner en contexto el resto de acciones que se vienen, que se van y que nunca vendrán, y es que estoy acostumbrado al fracaso, al tropezón, pero estoy también acostumbrado a las autoexigencias que pueden o no llevarme a rascar alguna victoria. La cuestión es: ¿vale la pena quemarse hasta el punto de perder la salud, la pasión, o, simplemente, el tiempo?

Sea como fuere, lo primero que debo admitir, y antes de seguir escribiendo, es que llevo en terapia ya un tiempo debido a, precisamente, esa sensación de cansancio por tener una voz demasiado crítica y poco comprensiva conmigo mismo, a la vez que me sigo autoexigiendo de manera muy directa e, incluso, demasiado violenta, sin tener en cuenta el contexto, cómo me encuentro, o si de verdad me apetece hacer algo.

Precisamente este contexto es el que me ha hecho darme cuenta de que quizás embarcarme en ciertos proyectos, como las oposiciones, es algo que no me apetece, o que no es el momento, o que quizás el momento ya ha pasado. El pensamiento intrusivo de que se está haciendo algo que no cuadra con nuestro estado de ánimo o nuestros objetivos a corto o a medio plazo, o que seguramente no dé los resultados que esperamos, es una tarea muy cansada. Y, claro, uno acaba exhausto.

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Las cosas, claras y las oposiciones, espesas

Hace unos días, y con motivo del inicio de esta «temporada», decía que había momentos en la vida en los que había que elegir, en los que había que presentar soluciones y poner cartas sobre la mesa que en ningún otro momento nos habríamos propuesto jugar. Y he llegado a los treinta con una mano con la que no estoy muy convencido o, diciéndolo de otra forma —y siguiendo con la metáfora de las cartas—, creo que no estoy jugando una buena partida porque las normas del juego se me resisten. Y es que me encanta la docencia, está claro, pero ¿quiero seguir opositando?

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Y llegaron los treinta

Revisando mis notas, me he dado cuenta de que hace justo cinco años pasaba por un momento de «crisis». Justo cumplía 25 años, y estaba en una bifurcación imaginada (e imaginaria) que me hizo decantarme por un camino concreto a nivel profesional. No lo sabía entonces, pero también estaba construyendo un andamio para cambiar mi vida también en el aspecto personal.

Parece ser que tomamos (o tomo, así, en primera persona del singular) ciertos aspectos de la vida, como los momentos de crisis, para intentar buscar soluciones que ni llegaríamos a considerar en momentos normales de la vida, y es ahí cuando entra en juego también la suerte, el destino, y otras cosas en las que se puede creer (o no) para justificar lo que nos está pasando.

Sea como fuere, hoy se cumplen siete años (no treinta, que esos los cumplí yo hace unos meses), con una ilusión renovada por escribir, en general, y hablar de mi profesión y de mis aficiones, en particular, en este pequeño diario de a bordo que no pretende ser más que eso: un lugar donde volver y ver de dónde vengo, y vislumbrar (¿por qué no?) adónde voy.

El síndrome del impostor | Chispas de dopamina

Hace tres años ya, por estas fechas aproximadamente, estaba sentado en la que sería mi oficina durante casi dos años, esperando a mi turno. Después de haber dejado mi trabajo anterior, esta era una gran oportunidad para poder meterme en la rueda del trabajo: siempre que empezaba a trabajar, acababa con mil y una oportunidades. Pero en ese momento, a pesar de saber que tenía muchísimas posibilidades de llevarme el puesto, estaba nervioso, ansioso por saber la respuesta incluso antes de que empezara.

Y cuando empezó no mejoró la cosa, la verdad. No supe cómo venderme, más allá de referirles mi experiencia en el currículum, que los dos entrevistadores habían imprimido. Uno de ellos, llegado un momento, interrumpió, incluso, al otro entrevistador de forma brusca.

—No necesitamos escuchar más. Gracias.

Me sentí pequeñito, con ganas de llorar, pensando que no solo había perdido ese trabajo, sino también la rueda a la que me había aferrado como objeto de socorro.

—¿Está todo bien?
—Sí, te llamarán. Muchas gracias.

Me quedé un poco triste, ya que el impostor que tenía dentro de mí me decía que no había conseguido el puesto. Me despedí y salí del pequeño despacho donde hicimos la entrevista. «Te llamarán». La frase era el típico comodín para quitarse el marrón de encima, y dejar claro, en realidad, que esa llamada nunca se producirá… así que, viendo todo lo perdido, me llegó la inspiración.

Volví. Toqué la puerta. Aún tenían mi currículum sobre la mesa. Los dos entrevistadores me miraron sorprendidos.

—Disculpad, pero creo que no he sabido hacerlo todo lo bien que sé hacerlo. Tengo todo lo que necesitáis, solo necesito un par de días de adaptación. Me da vergüenza admitirlo, pero…
—Creo que te estás equivocando —me dijo uno de los entrevistadores—.
—¡No, no me equivoco! De verdad que soy el candidato perfecto. ¡Me encanta todo lo que hacéis, y puedo ser un gran miembro del equipo!
—¡Por eso decimos que te equivocas! Tranquilo, que vas a poder demostrar todo lo que dices porque estás dentro.

Me sentí aliviado, los nervios se disiparon y los tres nos reímos. Me despedí con un «gracias», y el resto es historia.

Los amantes | Chispas de dopamina

Después de catorce días seguidos, estaba preparado para contarlo todo.

Después de catorce días sin decir ni palabra, estaba listo. Había llamado a la prensa para ofrecer una exclusiva muy jugosa: seguramente la más grande en este país en los últimos veinte años.

—Si tenéis un momento, os contaré la historia de estos dos amantes —dije, sin percatarme (al menos, al principio) de que había casi treinta cámaras y micrófonos apuntándome,—. Llevan más de seis meses viéndose a escondidas a las afueras de la ciudad —comenté—, pero sus respectivas parejas llevan siendo traicionadas desde hace, por lo menos, tres años, cuando se conocieron en aquel evento en la costa.

Miré una televisión que estaba al fondo de la sala donde reuní a los periodistas. En una de las televisiones salía mi cara, con señal en directo, y con un faldón que resumía mis declaraciones: «El presidente del país tiene una amante y puedo demostrarlo».

—¿Y cómo sabemos que esta información es cierta? Tenemos a otras quince personas, que cuentan una historia parecida, pero no demuestran que estuvieran con el Presidente. ¿Cómo sabemos que usted no está haciendo lo mismo?

—Señorita, yo lo puedo demostrar porque yo soy uno de esos amantes de la historia que no he podido terminar.

56 horas | Chispas de dopamina

Eran un poco más de las doce de la noche. Era bastante tarde para la hora a la que se tenía que despertar (aunque P. siempre se quejaba de que dormía poco, le gustaba mucho trasnochar), pero estaba bastante contento: iba a reencontrarse con D., que se había ido de viaje casi sin avisar. Es curioso cómo pasa el tiempo cuando estás junto a alguien y lo difícil que le fueron esas 56 horas en las que estuvo sin él.

Entre la burrocracia y la titulitis

Durante mi época como técnico de formación, en la que una de mis labores era coordinar el equipo de tutorización y los cursos que tenían asignados, me di cuenta de una cosa que luego he podido comprobar en otros entornos: España está enferma. ¿Diagnóstico? Titulitis aguda. ¿Síntomas? Exigencia de unos títulos determinados para ejercer puestos no cualificados.

Y digo que está enferma porque hay ciertos puestos para los que la formación (o, mejor dicho, cierta formación) no es tan importante. Conozco a personas que han trabajado en puestos similares a los que gestioné que no tenían una formación específica o relacionada con el puesto de tutor, pero que sí que tenían otros factores que eran importantes para llevar a cabo el trabajo de forma solvente, como la experiencia profesional o certificados de idiomas.

En este caso, todos los candidatos que podrían llegar a formar parte de este proyecto tenían que tener una serie de formación relacionada con los idiomas bastante alta o ser nativos (aunque ya sabemos que no siempre funciona correctamente), además de tener formación específica relacionada con la docencia. Al final, era un aspecto burocrático más (o «burrocrático», como decía yo) que nos restaba tiempo a las personas que estábamos detrás del proyecto en búsqueda de personal, que nos podía sorprender en los días previos a los inicios de las formaciones y que nos podía, incluso, tumbar grupos enteros de alumnos que estaban esperando pacientemente su formación. La pregunta es: ¿es necesario este filtro tan exhaustivo y exigente para personas que pueden hacer perfectamente su labor sin tener un título específico?

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Los horizontes profesionales que pudieron ser (y que podrán ser en el futuro)

El día 31 de enero, que empecé a trabajar como tutor de nuevo, se habían cumplido ya unos meses desde que estuviera en paro (aunque yo, como culo inquieto, empecé a buscar trabajo casi desde el principio de mi supuesto descanso) y, aunque costó que surgiera una propuesta laboral, sí que estuve haciendo entrevistas, normalmente a través de métodos electrónicos. Y es curioso lo que nos hace considerar una conversación con unos extraños acerca de nuestro futuro profesional. Y una de ellas, la que más me rondaba la cabeza, es si era la hora de dejar de buscar puestos como docente e intentar buscar en otros lares.

Es una cuestión que da mucho vértigo, y es una hipótesis que, por fin, ponía sobre la mesa: ¿y si ser docente se había acabado para mí (o, al menos, de la forma en la que había estado trabajando hasta ahora)? Teniendo en cuenta que estamos ante una situación económica, social y laboral muy delicada, es también normal que personas preparadas tengan algunos ases en la manga para enfrentarse a este tipo de problemas, y yo soy una de esas personas.

Si bien he trabajado en campos laborales, como el de la traducción, el de la formación, el de la docencia e incluso en el de la hostelería, debo decir que ahora mismo tengo algo muy claro: me apasionan los idiomas, me encanta la formación y no me importaría tener otros perfiles en cuenta que no tuvieran la docencia como punto central, al menos, en un futuro.

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Mi experiencia con el síndrome del burnout

Nota: Esta entrada esta programada para diciembre de 2021; sin embargo, en ese momento no me sentía con las suficientes fuerzas para explicar qué me pasaba realmente, ya que, aunque estaba en el paro, anímica y psicológicamente estaba bastante desgastado. Después de una lectura exhaustiva, he decidido publicarla.

Es curioso, pero en diciembre, cuando hacía ya unas semanas que había dejado de trabajar y, mientras buscaba trabajo que hacer durante los próximos meses, intenté aprovechar el tiempo que tenía libre para ponerme al día con algunos proyectos que había ido dejando de lado de forma progresiva porque, como se suele decir, «no me daba la vida pa’ más». Y es que, aunque costara, había que empezar a hacer cosas que te hicieran reconectar con lo que te apasiona de la vida.

Y es que en un momento tan difícil como el que hemos vivido, el estrés es algo que tenemos que evitar a toda costa, aunque no lo hagamos muy bien: una encuesta reciente determina que hasta un 90 % de los trabajadores españoles ha sufrido estrés en el trabajo en el último año, y casi un 60 % lo sufre de forma ocasional; de hecho, también se observa que el estrés afecta a la salud del trabajador, con posibilidad de que recaiga por los nuevos modelos de trabajo, como, por ejemplo, el trabajo remoto o teletrabajo.

Sea como fuere, me puse a pensar en las veces que dejar de trabajar ha sido para mí un alivio o una bendición, según se mire, debido, precisamente, a motivos relacionados con el estrés; precisamente, han sido dos los casos principalmente llamativos para mí, debido a los problemas de salud que han causado y cuya principal solución era abandonar el barco. Y es que este problema tiene nombre: el síndrome del burnout.

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Las lecciones del 2021

Llegar al final del año con cosas que contar es algo de lo que me siento orgulloso normalmente, pero es que llego a diciembre con la sensación de que estos doce meses me han atropellado, en diferentes aspectos; sin embargo, sí que siento que he podido salir ileso y que he sacado muchas lecciones de las que puedo aprender para ser un mejor profesional, pero también una mejor persona.

Sinceramente, tengo dos partes muy diferenciadas de este año: la que he estado empleado y la que, por suerte o por desgracia, estoy en paro. Actualmente, considero que las lecciones que he ido adquiriendo a lo largo de este tiempo son totalmente complementarias y que, de hecho, son perfectamente válidas para (casi) cualquier momento de la vida, porque ¿a quién no le gusta aprender cosas en mitad de una situación tan complicada como la que tenemos, para salir mejor del bache?

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Razones por las que nunca he pedido cartas de recomendación (y una razón por las que las pediré a partir de ahora)

Estar en paro por primera vez en casi siete años me ha hecho darme cuenta de las prioridades de la vida, pero también en qué debo hacer a partir de ahora para no caer en cierto tipo de empleos que no me convienen. Ha llegado un momento de mi vida laboral que me ha hecho recapacitar sobre qué tipo de trabajo es el que quiero hacer, y del tipo de entornos en los que me gustaría ejercer de docente (o de algún puesto complementario a la educación).

Y aunque me prometí esperar un poco más y centrarme en otros aspectos de mi vida, he estado buscando ofertas de empleo en las que pudiera encajar. A veces, incluso me he postulado yo directamente a la empresa (o empresas). Y es aquí cuando llega el quid de la cuestión… ¿Hace falta que presente referencias? Pues depende de la empresa, pero también del puesto o, incluso, de la relación que tengas actualmente con las personas que te podrían referenciar.

La verdad es que yo nunca he tenido una especial afinidad a las cartas de recomendación, porque, al final, son documentos caducos que no muestran una situación real del candidato; especialmente, si hace mucho de esa referencia de algún jefe, superior o compañero. De hecho, la función de recomendación de redes como Linkedin me parece una buena representación de lo que digo: ¿de verdad es relevante ese comentario de un compañero con el que trabajaste hace siete años?

La cuestión es que es innegable que una buena referencia puede abrirte muchas puertas. Aunque no sea un ejemplo relacionado con el mundo laboral, una carta de recomendación propuesta por una profesora que me dio clases en el Máster de Profesorado hizo que mi perfil fuera interesante para que me admitieran en el Máster en las Tecnologías de la Información y Comunicación para el Tratamiento y Enseñanza de Lenguas en la UNED, lo que me hizo pensar que posiblemente haya que pedir referencias cuando las necesitemos, pero es que hay tantos inconvenientes que abruma el solo hecho de solicitarlas.

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Mi experiencia como técnico de formación

Trabajar como docente es mi pasión, y creo que lo he dejado claro más de una vez en este cuaderno de campo. Precisamente por eso me fue tan difícil —o, mejor dicho, le di tantas vueltas— aceptar un trabajo diferente, en el que, si bien mi conocimiento relacionado con la docencia era primordial, no era el punto principal del puesto.

Durante seis meses (desde febrero a agosto de 2021), trabajé como coordinador técnico de formación, un puesto que se creó debido a una gran alta carga de trabajo que había por un proyecto de una administración pública. En este puesto, mis funciones principales estaban relacionadas con la gestión de alumnado y del personal encargado de las formaciones para esta institución pero, también, ser el punto de unión entre el cliente y la empresa.

Está claro que un cambio de puesto como este también tenía unos cambios de tareas y de responsabilidades que se vieron reflejadas en mi día a día, y me gustaría plasmar en este registro lo que supuso ampliar mis horizontes y descubrir otro perfil que, como veremos, ya tenía ganas de probar.

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De profesión: nativo

Hace tiempo que me gustaría tener una conversación (o, más bien, exponer un caso concreto) en este diario de a bordo en el que cuento mis peripecias personales y profesionales que tiene que ver con el mundo laboral, y que veo que se ha extendido en las ofertas de trabajo a las que accedo últimamente en cualquier sitio web de búsqueda de empleo. Y sí, es la necesidad de ser nativo para cualquier trabajo relacionado con los idiomas.

Durante los últimos años, hemos vivido en una época de cambios en el plano laboral y profesional que hace posible que, sin una formación específica, muchas personas puedan trabajar en ciertos oficios sin que nadie actúe de forma activa contra ellos. El intrusismo laboral en ciertos campos relacionados con los idiomas, la traducción y la interpretación es algo que vivimos día a día como algo rutinario, cuando no debería ser así.

Y digo que no debería ser así no por una queja por una falta de oportunidades —es muy posible que aproveche este parón para hacer algo que me llene o que me llame la atención de nuevo—, sino porque ser nativo no significa ser buen profesional.
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Un septiembre diferente

Septiembre suele ser un mes que me motiva por los planes que empiezan y, sobre todo, por el trabajo que comienzo; sin embargo, este año va a ser muy diferente. Por primera vez en siete años, y desde que terminé la carrera de Traducción e Interpretación, allá por el 2014, estoy en paro. No es algo que me pillara por sorpresa, ya que conocía de antemano que se me terminaba el contrato en un mes tan difícil como agosto para encontrar trabajo como docente, pero, aun así, me siento raro.

De momento, tengo dos mentalidades, que se pelean entre sí y que también recoge mi tipo de personalidad: por un lado, tengo ganas de «aprovechar» que tengo prestación por desempleo, que será la primera vez que solicite, y me gustaría aprovechar este parón para cerrar frentes que estaban sin terminar, como el Máster en las Tecnologías de la Información y de la Comunicación en el Tratamiento y Enseñanza de Lenguas de la UNED; por otra, sin embargo, me encuentro en la necesidad de seguir trabajando, de seguir sintiéndome productivo, y, sobre todo, de seguir cumpliendo objetivos laborales y personales.

Sea como fuere, el primer paso está dado: si bien esto no es una situación que yo haya elegido, ya que jamás he estado en paro desde 2014, soy consciente de que necesito un cambio, de que necesito parar y de que necesito desconectar para reconectar con el camino que debo seguir. Como comentaré en artículos posteriores, y más adelante, llevo a cuestas una serie de ¿decepciones? laborales y personales que, quizás, me hayan hecho no disfrutar tanto de lo que hago, o cegarme con el fracaso, o, simplemente, han convertido lo que debería ser mi pasión en algo que no me llena.

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Todo sigue igual, todo está cambiando

Hace unas semanas que leí el título de un artículo que se llama, precisamente, como la publicación que estás leyendo. Hablaba sobre la política actual, pero yo no vengo a hablar de política, sino a hacer un poco de revisión de este curso que ha sido tan especial y tan complicado a partes iguales.

Desde septiembre, cuando volvía a empezar, como casi cada curso, decía que este curso iba a ser una revisión de todo lo que no pudo ser el año anterior, pero, como casi siempre, me equivocaba, ya que al final estos meses han ido por otros derroteros, debido a los cambios de planes, a las paradas para ¿descansar? y, sobre todo, por mi vida personal y profesional.

Actualmente estoy agradecidísimo de tener la posibilidad de seguir creciendo como profesional, y, de hecho, es algo que me está ayudando a darme la oportunidad de escribir de vez en cuando lo que me pasa por la cabeza, o lo que me gustaría que me hubieran dicho antes de tomar según qué decisiones o, simplemente, lo que va ocurriendo en mi vida, como forma de llevar un registro de las coordenadas en las que voy pisando, que, precisamente, fue el origen de crear este blog que ya inicié hace más de cinco años.

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Tenemos que hablar de… los certificados de idiomas

Cuando uno es joven, siempre acaba siendo más atrevido de la cuenta, y dice cosas que quiere hacer y las que jamás se le pasaría por la cabeza; por poner un ejemplo, cuando empecé a estudiar Traducción e Interpretación y decidí probar cómo sería ser traductor (o intérprete), dije que jamás sería autónomo. Pues mira, fui autónomo durante casi tres años y medio. Cuando estudié el Máster de Profesorado, también me prometí que las oposiciones no estaban hechas para mí y que no perdería mi tiempo en ellas. Spoiler: llevo dos años preparándolas.

Con los certificados de idiomas me ha pasado una cosa parecida. Siendo traductor, nunca me habían solicitado ningún tipo de certificado que pusiera de manifiesto el nivel de idiomas con el que contaba, ya que se daba por hecho que mi nivel en inglés, por poner un ejemplo, era alto, ya que cuento con un Grado en Traducción e Interpretación y, además, también tengo experiencia previa en campos relacionados con los idiomas (como la misma traducción, la corrección o la redacción). Tampoco se me había solicitado demostrar mi destreza con el inglés en puestos relacionados con la formación, ya que con mis estudios era suficiente.

Sin embargo, una vez empiezas una carrera tan importante como la de opositar, te das cuenta de que hay muchos pasos que podrías haber dado con anterioridad que actualmente no tienes a tu favor, y que muchos otros competidores han avanzado hacia la obtención de méritos que actualmente no posees, como, precisamente, haberse presentado a certificados de idiomas. Pero ¿es obligatorio hacer exámenes solo para rascar algún punto? ¿La obtención de estos títulos es para todo el mundo? ¿De verdad te diferencia tantísimo tener un certificado o no? Pues la respuesta, como buen traductor, es «depende».

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Las cinco fases del opositor

Siempre dicen que la vida empieza cuando termina nuestra zona de confort. Ya he dicho en más de una ocasión que trabajar como traductor (o como camarero, o como cualquier otro trabajo que no fuera profesor de inglés) era, en cierto modo, la opción más fácil para mí, aunque conseguir trabajo en esta industria sea algo difícil (que no imposible), pero decidí salir de la rutina en 2017 y he de decir que ha sido una de las mejores ideas que he tomado en mi vida.

La cosa es que ahora que este proceso de oposiciones está acabando y la fecha del examen se va acercando me he dado cuenta de que los opositores pasamos por diferentes fases desde el principio del curso a la fecha de la convocatoria, y no todas son agradables, ni bonitas ni, mucho menos, fáciles. La idea de que unas oposiciones son el camino fácil o que cualquiera puede o debe opositar tiene que acabar, no solo porque no es verdad, sino porque tampoco es sano presionar a nadie para que pase por un proceso que no le llena.

Sea como fuere, y después de mucho darle vueltas a la cabeza sobre el tema, he diferenciado cinco fases por las que he ido pasando durante estos últimos meses, y también algunos compañeros con los que comparto objetivos a nivel profesional.

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El año que nos cambió

Posiblemente haya tenido que reescribir estas líneas unas ¿7, 8? veces porque no me creía lo que estaba escribiendo. Algunas veces era demasiado políticamente correcto; otras, sin embargo, demasiado pesimista. Y es el que el 2020 ha dejado una sensación de haber pasado rápido, de haber pasado como una tormenta que lo deja todo alborotado, pero también de haber pasado casi de puntillas debido al confinamiento, primero, y las restricciones, después.

A pesar de todo, debo decir que el 2020 me ha dejado momentos muy buenos, tanto en el nivel personal como el laboral, y también debo decir que, por (muchísima) suerte, podremos recordar el 2020 como ese año que nos cambió, y, en la mayor parte, hacia una posición mucho más favorable.

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Miradas | Chispas de dopamina

«¿Cómo olvidar que, en esta esfera,
te acercabas a mi vera
y proyectabas equilibrio alrededor?»
(‘Gran esfera’, de @lacasaazuloficial)

🔹🔹🔹

Es curioso que lo que haga cuando se cruzan nuestras miradas es quedarme un segundo más de la cuenta mirándote fijamente en la retina y pensando en por qué no nos conocimos antes, o por qué siento que te conozco aun haciendo solo un ratito que te vi por primera vez.

Olor a libro nuevo | Chispas de dopamina

«Me gusta cuando paso del mundo,
Y nosotros dos pensamos la misma mierda.»
(‘Me gusta’, de @don_patricio)

🔹🔹🔹

Olor a libro nuevo. Ver una película tirados en el sofá. Abrir la ventana un día con buen tiempo. El primer sorbo del café por la mañana. Una mirada. Un roce. Un abrazo. Ver cómo pasan las estaciones sin darte cuenta. Viajar en coche. La brisa en la cara. Vacaciones. Un beso. El beso. Ese que jamás nos dimos. Y nada más.

Razones por las que dejaría de opositar (y una por la que llegaré hasta el final)

Después de pasar por la experiencia de ser autónomo, y también de trabajar con academias y otros tipos de formación, llegó a mi mente la idea de querer ser profesor. Pero ser profesor de Secundaria no es algo fácil, y ya hemos comprobado que hay que realizar, como mínimo, una inversión de tiempo y dinero para estudiar el Máster de Profesorado, que está siendo un éxito a nivel nacional.

Las razones son varias, pero creo que la de ser habilitante —al menos, hasta antes de la pandemia del coronavirus de 2020, mediante acuerdo entre comunidades autónomas y el Gobierno Central— es una de las más atractivas, a nivel laboral e institucional, como comentamos en situaciones anteriores. Sin embargo, y hablando de razones, hay diferentes motivos por las cuales he estado pensando varias veces en dejar el proceso de las oposiciones a medias, y uno muy importante por el cual me gustaría luchar hasta el final.

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Claves para entender el éxito del Máster de Profesorado

¿Nunca os han dicho que quienes mejores viven en este país son los profesores? A simple vista, parece que tienen razón: vacaciones por doquier, una jornada laboral fija, un sueldo muy decente… Ver todas estas ventajas a tan solo un pequeño trámite de distancia es muy jugoso; sobre todo, teniendo en cuenta, que solo hay que hacer un máster que ahora mismo está siendo trending topic en la mente de mucha gente.

Pero para entender el éxito —al menos, en cifras— del Máster de Profesorado (que yo cursé en la promoción 2017-2018, y del que hablé hace ya bastante), hay que entender también que las personas que lo están haciendo no solo buscan ser profesores, sino que otros muchos solo quieren abrirse en otros campos y también por presión familiar, como hemos hablado en otros casos. Sin embargo, y a pesar de que todo está bastante claro, ¿de verdad vale la pena estudiar un máster solo para conseguir, al menos sobre el papel, un trabajo para toda la vida»?

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Mi experiencia como tutor de inglés online

Después de mi experiencia trabajando en academias, decidí que era el momento de apostar por otro tipo de formación. Aunque ser profesor de inglés era (y sigue siendo) mi objetivo final, tenía la sensación de que era el momento de cambiar de tercio, de darle una vuelta de tuerca y de encontrar algo que me motivara de nuevo. Y a finales de agosto, justo cuando todo se tornaba negro, encontré la solución (¿o debería decir que me encontró ella a mí?).

Casi de la nada, tenía una entrevista en una empresa de formación para trabajar como tutor de inglés. Trabajar como tutor de inglés no es algo nuevo para mí; de hecho, ya mencioné mi experiencia como especialista en la enseñanza online de idiomas en varias ocasiones, pero esta vez era muy diferente a toda la experiencia que había tenido con anterioridad.

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Volver a empezar

Después de un verano en el que el término «nueva normalidad» ha perdido casi su significado (de tanto usarlo, como diría la más grande) y con las pilas cargadas después de unas vacaciones —no sé si merecidas, pero sí necesarias—, volver a un sitio del que nunca me he ido del todo siempre es raro, pero siempre asoma el mismo sentimiento los 31 de agosto: empieza todo de nuevo.

Volver a empezar este curso va a ser un déjà vu bastante curioso: voy a volver a prácticamente todos los planes que me dejé en septiembre del año pasado, y a recuperarlos después de que este año imposibilitara, entre otras cosas, la celebración de las oposiciones para el cuerpo de Profesorado de Secundaria y Bachillerato en toda España; además, me gustaría seguir creciendo en el campo profesional, si bien sigo trabajando como tutor de inglés (y, de momento, todo va bastante bien).

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Mapas por explorar

Es un hecho que se repite todos los años: llega el calor, las ganas de pasar más tiempo desconectado y no delante de una pantalla, y también la sequía de ideas. Y, claro, llega también el parón consiguiente. Pero este año es diferente, por razones evidentes. De hecho, el año pasado dije que ese verano iba a ser el más extraño de mi vida. Bueno, sorpresas te da la vida: este es todavía más raro. Y no solo en el plano profesional: en lo personal también está siendo inusual, pero hasta puntos que ni siquiera me podría imaginar.

La verdad es que no sé muy bien por dónde empezar, más allá de la situación que estamos viviendo todos y que no sabemos muy bien cómo va a acabar (o cuándo, que también es importante). Pero si comparamos todos los planes que os contaba en septiembre sobre este nuevo curso con los que se han producido o con los que tienen posibilidad de realizarse… pues nos quedamos con una lista de elementos bastante reducida.

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Teletrabajando, que es gerundio

En mitad de una pandemia, el mundo solo se puede parar para algunos. Entre los ERTE, los servicios esenciales y los problemas de algunos para decidir quiénes trabajaban y quiénes no, también otro concepto se convirtió en trending topic en muchas empresas: el trabajo remoto (o teletrabajo). Para muchos, trabajar desde casa era algo nuevo; para otros, sin embargo, sí que era un antiguo conocido.

Durante mis años de autónomo, trabajar desde casa era lo normal, a pesar de que una parte de mi trabajo lo hacía fuera de las cuatro paredes a las que llamaba hogar, entre las clases presenciales y la posibilidad de tener un espacio para trabajar con otros profesionales relacionados con mi campo. Pero teletrabajar no era algo que me resultara extraño, sino que, más bien, echaba de menos hacer un trabajo como el mío desde una localización diferente a una oficina.

Seamos sinceros: desde que empecé a trabajar como tutor de inglés, pensé que este trabajo era muy propenso a hacerse desde casa. Lo necesario, que era un buen ordenador y una buena conexión a Internet, ya lo tenía, por lo que solo quedaba la confianza de nuestros jefes y tambien que se diera la oportunidad de hacerlo para ver si, en realidad, era un trabajo por el que valía la pena trabajar desde casa.

Después de casi dos meses trabajando desde casa, podría decirse que he tenido el tiempo suficiente para ver qué ventajas y desventajas he tenido durante estas semanas, pero también veo el teletrabajo desde una retrospectiva objetiva como para ofrecer algunas medidas que nos podría hacer el trabajo más cómodo para todos una vez volvamos a la normalidad.

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Día del Libro: ideas para regalar(te) el mejor libro

En enero de 2020 me propuse varias cosas, y una de ellas era leer más. Si bien ya había intentado seguir diferentes formas de cumplir mis propósitos de Año Nuevo (sin éxito), este año, en el que estaba estudiando oposiciones, no parecía ser tampoco el escenario idóneo para introducir literatura más allá de la que tenía pendiente estudiarme en algunos temas.

Sin embargo, parece ser que estoy cumpliendo mi objetivo de leer, al menos (y de media, pues empecé tarde), un libro por mes, y la verdad es que estoy muy contento de haber retomado este hábito. Estoy tan contento que me he suscrito a Novelas Eternas, una lista de distribución de libros a bastante buen precio con mujeres como protagonistas y mayoritariamente escritas por mujeres, una oportunidad que no podía dejar escapar.

El Día del Libro ha cobrado una importancia mayor durante los últimos años tras la publicación de Diario de un futuro traductor, una recopilación de antiguos artículos y nuevas visiones de la traducción y de la interpretación de un chaval de 22 años que apenas sabía de la carrera profesional que tenía delante. Ahora mismo, aunque sigo considerando que es una obra de la que me siento orgulloso, considero que no me representa tanto como otros aspectos de mi vida que sí que he desarrollado después.

Precisamente con motivo del próximo Día del Libro, he decidido recopilar algunos libros, todos relacionados con la traducción, la interpretación, la enseñanza, los idiomas y —sorpresa— las oposiciones, para regalar(nos) el mejor libro.

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Ser traductor como (mi) trabajo de transición

No me gustaría darme cuenta de que estoy repitiendo historias cual abuelo demente, pero hoy toca hablar de algo que ya he mencionado con anterioridad, y es por qué elegí estudiar Traducción e Interpretación. Es curioso, porque con catorce años, cuando aún no sabía que quería dedicarme a los idiomas, mis opciones principales eran Magisterio y Psicología: la primera, es obvia; la segunda, todo lo contrario.

Siempre he sido mucho de admirar a la gente que se lo gana a mi alrededor, que cumple sus propósitos, que hace todo lo posible para ser mejor y hacer que los demás también lo seamos. No sé si es que yo he tenido mucha suerte, pero prácticamente la totalidad de la plantilla docente con la que me he topado durante todos mis años como estudiante ha sido maravillosa. Y quizás de ahí viene mi vocación de querer ser profesor, de querer dedicarme a enseñar lo que sé a las futuras generaciones.

La psicología, como dije, era una opción poco obvia. No me gustaban las ciencias, y tampoco se me daban especialmente bien, pero sí que me gustaba escuchar, descubrir, curiosear, sacar conclusiones y hacer crear un producto (un diagnóstico, en el caso de la carrera psicológica) que saliera de mi mente para poder mejorar la de los demás. Pero ambas opciones quedaron enterradas cuando llegó Traducción e Interpretación.

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A la lengua meta hay que quererla

En octubre harán diez años desde que empezara la carrera de Traducción e Interpretación, y desde entonces he visto a muchos defender el carácter multidisciplinar y polifacético debido al contacto con las diferentes lenguas que aparecen en el plan de estudios de la carrera, y también a la plasticidad de estas para tratarlas desde diferentes puntos de vista, ya sea en un texto técnico o en un texto literario.

Precisamente esta visión de la carrera como unos superestudios en los que priman los idiomas extranjeros, defendida por los traductores profesionales y apoyada por el mundo académico, no nos hace ver la importancia que tienen otros aspectos de la carrera que también tienen mucho que ver con algunos de los posibles trabajos que pueden acabar haciendo los egresados en Traducción e Interpretación, como el uso de las nuevas tecnologías.

No advertir del más que necesario uso del ordenador como herramienta de trabajo para el traductor y de otros elementos que nos puedan ayudar en el trabajo del intérprete me hace pensar que quizás no se ponen al mismo nivel elementos importantes dentro del proceso de traducción. Pero creo que, sin lugar a duda, quien se lleva la palma es lo poco que valoramos nuestra lengua meta de cara a promocionar nuestra carrera.

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Opositar o no opositar: esa es la cuestión (personal)

Las oposiciones se están convirtiendo en la salida laboral preferida de muchos que, decepcionados con las opciones que les ofrece el mundo profesional tras terminar la carrera (o un máster), deciden ir a lo público para tener una visión laboral a largo plazo, con una estabilidad sin parangón en el sector privado y con unas condiciones bastante buenas en según qué sector del funcionariado.

Es verdad que trabajar como funcionario trae consigo diferentes ventajas que, en un mundo tan cambiante como en el que nos encontramos actualmente, necesitamos algunos para construir una vida alrededor, como la estabilidad que mencionábamos, además de un posible desarrollo y progreso profesional a través de promociones, un buen sueldo (para los profesores de Secundaria, en el subgrupo A1, el sueldo rondaría entre los 1500-1800 €, según la tabla de la Federación de Enseñanza de CC.OO. de 2014), una conciliación familiar envidiable y una igualdad de oportunidades que el sector privado no asegura.

A pesar de existir diferentes pros para empezar la carrera de las oposiciones, hay varios inconvenientes de este proceso. Me recuerda un poco a ser autónomo: aunque dar el paso de iniciar una carrera de fondo como el de las oposiciones es algo que juega a nuestro favor, la verdad es que no creo que se adecue en muchos aspectos a los objetivos personales o profesionales a los que quieren llegar muchos.

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A veces hay que perderse

Dicen que a veces hay que perderse para volver a encontrarse, pero la verdad es que es curioso el hecho de que siempre evitamos hacer lo necesario para perdernos. Llámalo rutina o llámalo como quieras: al final todas esas acciones repetidas una y otra vez en el tiempo, que nos acaban quitando las ganas de arriesgar, hacen que tomemos caminos que quizás no deseamos tomar nunca.

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Razones por las que dejé de trabajar con academias (y una razón por la que volvería)

En marzo de 2015, empecé mi andadura como autónomo, aunque, como muchos sabéis, acabé dejándolo en junio de 2017 para dedicarme en exclusiva a la enseñanza de idiomas. Desde entonces, no he parado de trabajar en puestos relacionados con la docencia, ya sea en empresas no relacionadas con la enseñanza como en academias y centros de formación.

Dejar la traducción, como he mencionado en varias ocasiones, no fue fácil, pero dadas mis experiencias como gestor de mi propio negocio y las ofertas surrealistas que me fui encontrando durante mi tiempo como profesional freelance, la verdad es que prefería trabajar por cuenta ajena.

Mi sorpresa ha sido que, a pesar de que el servicio de formación no reglada en España goza de una salud bastante buena —gracias a la necesidad de acreditación de idiomas por parte de las instituciones universitarias, los colegios bilingües y la necesidad de unos conocimientos lingüísticos suficientes para ser competitivo en el mundo laboral—, últimamente me he encontrado con algunos aspectos de las academias que me han hecho decir hasta aquí y no volver a trabajar con ellas.

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RuPaul’s Drag Race: Category is… doblaje vs. subtitulado

Han pasado ya cincuenta años desde los disturbios de Stonewall, ocurridos en junio de 1969 y considerados como un punto de inflexión para el colectivo LGTB+ y, sobre todo, para las drag queens y transexuales que iniciaron la revuelta. Este motín por la libertad sexual y de identidad de género, que actualmente sigue en boca de todos, les permitió ganar visibilidad en las décadas siguientes, pero no fue hasta los años noventa, con películas como Las aventuras de Priscilla, reina del desierto o el documental Paris is Burning donde se mostró al mundo cómo era ser una drag queen.

Hoy en día, el fenómeno drag (del verbo drag, ‘arrastrar’, por cómo arrastraban los vestidos que se ponían los hombres que se travestían) se ha convertido en parte de la cultura popular del colectivo LGTB+ y del público más general a través de programas como el de competición de drags producido por RuPaul, el artista más famoso a nivel mundial de este mundillo.

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Pongamos que hablo de traducción

El 30 de septiembre se celebra San Jerónimo, patrón de los traductores, y muchos de nosotros —sí, sigo siendo traductor— aprovechamos este día para hablar de ciertos aspectos de la traducción que nos gusten, que nos apasionen o, en algunos casos, que nos sorprendan. Y, aprovechando mi posición de «lejanía» en cuanto a la profesión se refiere, me gustaría hacer una reflexión acerca de mi cambio de visión sobre la profesión.

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Nuevos horizontes para este curso

Septiembre siempre es un mes emocionante para aquellos que nos dedicamos a la docencia, ya que es como nuestro enero: todo empieza en septiembre, y tenemos que organizar nuestra vida a partir de lo que pase en este nuevo curso. Y no es por nada, pero, con todas las puertas abiertas que tengo ahora mismo frente a mí, estoy con una mezcla entre alivio y vértigo.

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El verano más raro de mi vida (por ahora)

Este año ha sido una locura. Algunos me diréis: «¡Pero si estamos en junio!», pero muchos sabréis (y los profesores seguro que estáis de acuerdo conmigo) que yo entiendo los años como los cursos escolares. Ahora que el mío está a punto de terminar, se aproxima un verano en el que no sé muy bien qué va a pasar conmigo.

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Andaluz tenías que ser

Hoy es el Día de Andalucía, y quería contaros una historia que me pasó hace mucho tiempo, pero que se ha repetido bastantes veces en el tiempo, pero de diferentes formas. Estoy hablando de los prejuicios que tienen muchos hacia los andaluces, hacia lo andaluz (así en general) y hacia el andaluz (como dialecto).

Hace unos años, me dijeron que parecía muy poco malagueño para ser de aquí, pero demasiado «vasto» para ser de otra parte que no fuera Andalucía. En su momento, no supe bien cómo tomarme esa afirmación, pero estuve pensando en ella días, si no semanas, porque no paraba de venirse a la cabeza otro episodio que tuve relacionado con los tópicos malagueños y andaluces, el hablar de esta tierra y también sobre las consecuencias que tienen sobre la personalidad de los que somos y vivimos aquí.

El primer episodio que he mencionado pasó en una entrevista de trabajo. Como era de cara al público y había que hablar inglés, la entrevista fue totalmente en este idioma, por lo que el entrevistador (que no era andaluz, por cierto) no me escuchó hablar español en ningún momento… hasta el final. Me dio las felicidades (ya en castellano) por mi nivel de inglés y mi acento prácticamente neutro. Al darle las gracias, con mi acento malagueño*, él me miró con cara rara. Y le pregunté que qué pasaba.

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Acciones para cumplir los Propósitos de Año Nuevo

Hace casi un mes que empezó el año y, con él, los propósitos de todos los 1 de enero. Pensar que el tiempo se divide en años y que no es un flujo continuo nos ayuda a pensar que podemos cambiar nuestra vida del día a la mañana, que el que se acuesta el 31 de diciembre no es el mismo que el 1 de enero y que todo va a ser bueno, bonito y fácil a nuestro alrededor. Pues no es así.

He dejado que pasara un mes antes de escribir este artículo por diferentes factores; entre ellos, además del poco tiempo del que dispongo al pertenecer a la poca conocida generación «sí-sí» (como apuntaba mi compañera de trabajo hace unos días), es que he querido dejar un tiempo de barbecho para ver si lo que me he propuesto cumplir durante estos doce meses tiene algún tipo de sentido.

Lo primero que debemos tener en cuenta es que los propósitos pueden quedar en el olvido si no somos concretos con ellos. Decir «Quiero perder peso» es un concepto muy amplio: ese peso del que nos queremos desprender puede ser solo 1 kg; sin embargo, si nos ponemos metas específicas, más cerradas y, sobre todo, realistas, podremos cumplirlos.

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Presunción de sobresaliente

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Durante los últimos días no solo he pensado en lo que prácticamente todo el mundo piensa, que es en todo lo que he hecho este año y en cómo me puede afectar al año que entra (¡como si el tiempo no fuera un continuo que no se detiene para nadie!), pero también me he acordado de un concepto que me gustaba mucho de una profesora que tuve durante la Secundaria.

En esa época, a mí me flipaba la asignatura de Lengua Castellana y Literatura, y el hecho de que ella diera una asignatura un tanto difícil de tragar para un adolescente como esa de una forma tan amena y con tanta soltura (la experiencia de tantos años, supongo) fue uno de los gérmenes de mi actitud para con la docencia.

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Mi experiencia con el NaNoWriMo

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Cada mes de noviembre, todos los aficionados al arte de escribir se proponen algo: «tengo que terminar esa maldita novela que tengo a medias». Y es que producir literatura no es nada fácil. Los que escriben (o escribimos, si me puedo dar el gusto de añadirme) sabemos cómo es el mundo de las historias que tenemos que contar y, muchas veces, lo que tenemos en la cabeza no es lo que acaba sobre el papel.

La inspiración va y viene, no podemos tratar de hacer que trabaje para nosotros como si fuera un empleado en plantilla, sino que tenemos que esperar a que aparezca, como aquel funcionario que apareció después de 10 años y que no había dado un palo al agua. Pero para eso está el NaNoWriMo.

El NaNoWrimo (o #nanowrimo2018), el mes nacional de escritura de novelas, se presenta como un enfoque diferente para todos aquellos que tenemos una obra a medias, para todos aquellos que queremos contar una historia y a los que nos da miedo de lo que podemos llegar a escribir. Durante el mes de noviembre, el NaNoWrimo nos anima a terminar una obra en 30 días. Pero ¿es eso posible? Sigue leyendo

Estudiar en la UNED: ventajas y desventajas de estudiar en línea

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Hace apenas un mes comencé a estudiar en la Universidad Nacional de Educación a Distancia el Máster Universitario en las Tecnologías de la Información y de la Comunicación en el Tratamiento y la Enseñanza de Lenguas Extranjeras. Las razones para estudiar este máster son varias, que detallaré más adelante. Pero un resumen de lo que ha pasado durante este mes se podría resumir en dos palabras: caos controlable.

Durante estas casi cinco semanas que llevo de curso, me ha explotado la cabeza más de una vez por una metodología de enseñanza a la que no estoy acostumbrado (la no presencial) y a unos ritmos de trabajo muy diferentes a los que he llevado no solo en otros entornos académicos, sino también laborales y personales.

Sea como fuere, en este artículo pretendo comentaros mi experiencia estudiando en la UNED, las ventajas y desventajas que he encontrado en este mes y poco que llevo con él y unas pequeñas conclusiones. Si queréis evitaros el leeros el artículo, os diré que no puedo estar más contento con la experiencia.

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Razones por las que dejé de ser traductor autónomo (y una razón por la que volvería)

student-849822_1920Dice Alejandro Sanz en una de sus últimas colaboraciones que inventamos Twitter para desahogarnos, y creo que tiene razón (aunque la canción en la que aparece esta referencia me parezca una mierda). Utilizamos esta red social para contar cosas que nos pasan en nuestro día a día, aunque también compartamos noticias, recursos y otros enlaces interesantes. Hace ya un tiempo que he visto como (ex)compañeros de profesión acudían a la red del pájaro azul (traductores autónomos noveles o recién egresados de la carrera) que han decidido dejar de intentarlo, dejar de querer formar parte de este gremio por las dificultades con las que se encuentran día a día en su búsqueda de trabajo y  de nuevos clientes.

Como muchos sabéis, hace más de un año que dejé de trabajar como traductor autónomo y, si bien sigo colaborando con algunos clientes antiguos de forma muy esporádica (con todo en regla, por si alguno pregunta), ahora dedico mi tiempo completamente a la docencia, ya sea trabajando o estudiando. Sea como fuere, he decidido pensar en las razones que a mí me hicieron darme cuenta de que no quería formar parte (al menos, de momento) del gremio de los traductores, aunque siempre he dicho que siempre volvería.

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Sobre la motivación en el alumnado de Educación Secundaria

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El 26 de septiembre tuve la oportunidad de presentar (finalmente) mi Trabajo de Fin de Máster, para dar así por finalizado mi Máster Universitario en Profesorado de Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato, Formación Profesional y Enseñanza de Idiomas y, a la vez, también mi paso por la Universidad de Málaga. Mi proyecto, titulado «Alternativas en la búsqueda de la motivación en el alumnado de Educación Secundaria en la asignatura de Primera Lengua Extranjera», versaba sobre la motivación como hilo conductor, pasando por diferentes teorías y recursos que se podrían utilizar en el aula.

Asimismo, también tenía en cuenta, como base pragmática, mi experiencia en el período de prácticas como profesor de Inglés y el proyecto de unidad didáctica que tenía pensada exponer durante estas dos semanas en la que estuve trabajando. Por otro lado, también tuve que exponer las diferentes mejoras que se podrían haber hecho en esta unidad didáctica a través del período de observación previo, los comentarios de los alumnos y de mi tutora, y también del rendimiento de la unidad didáctica. Sigue leyendo

Llegó septiembre: planes para este curso

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Cuando era joven (ya uno va coleccionando unos cuantos años), recordaba que decía que el verano se acababa cuando terminara la Feria de Málaga, que, para los no malagueños, suele ser durante la tercera semana del mes de agosto. Lo que decía tenía su razón de ser: durante las semanas siguientes, mis amigos se preparaban para la vuelta al colegio y, algunos, se tenían que encerrar en casa para intentar aprovechar al máximo el tiempo para intentar recuperar las asignaturas que tenían pendientes.

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Sobre deseos y logros

Me parece que las despedidas, cuando son cortas, saben mejor. Cuando vamos a los puntos que queremos tocar antes de decir adiós (o un «hasta luego», en este caso), tenemos más tiempo de pensar en lo que toca hacer después de despedirse: seguir viviendo.

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La lectura final de «Diario de un futuro traductor»

Diario de un futuro traductor - Ismael Pardo

Es imposible hacer un repaso por mi vida académica, profesional y personal sin tener en cuenta Diario de un futuro traductor. Es imposible no emocionarse pensar que hace más de siete años de la creación de un blog que llamó la atención de profesionales y alumnos, y que me permitió participar en casi una decena de charlas y de eventos; entre ellos, el ENETI de 2014, y algunas charlas enmarcadas en diferentes contextos de la Universidad de Málaga.

También emociona pensar que hace tres años que publiqué Diario de un futuro traductor, el libro que recoge los artículos más interesantes del blog y que agregó el diseño increíble de Josco Trejo, un prólogo de la traductora Eugenia Arrés y más contenido (entrevista con un terminólogo de la Unión Europea y profesor universitario, una lingüista y una reinterpretación de una entrevista a unos recién egresados).

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Mi experiencia con el bullet journal

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Vivimos en la era de la tecnología. Los ordenadores, los teléfonos móviles y demás dispositivos electrónicos se han convertido en la base de la sociedad. Los utilizamos para algo tan sencillo, tan simple o tan básico como saber qué hora es, escuchar música o leer un libro, pero también para acciones más complejas como saber cuánto le falta al autobús, pedir comida a domicilio o hablar con nuestros seres queridos.

Como la tecnología forma parte de nuestra sociedad y está tan arraigada, es curioso ver cómo todavía se lee en papel, e incluso miramos por encima del hombro a aquellos «pringados» que imprimen sus tarjetas de embarque en lugar de mostrar el archivo digital que podemos descargar desde el correo electrónico.

Precisamente, en una era tan tecnológica como esta, es impensable buscar la productividad en algo tan analógico como una libreta y un par de bolígrafos, pero precisamente ese es el secreto de los bullet journals: nos aleja de lo tecnológico los suficiente como para hacer atractivo algo tan simple como lo es una lista de tareas, aunque no es su único objetivo.

Después de más de un mes probando este método, no solo estoy viendo mejoras en mi productividad, sino que también estoy recogiendo algunos puntos que podría mejorar y otros que he dado por imposible, por culpa de mi nulo componente creativo.

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Máster de Profesorado de Secundaria: sobre las salidas profesionales y las oposiciones

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Volver a estudiar era algo que tenía planeado casi desde que me gradué de Traducción e Interpretación en 2014, pero sentía que debía dejarlo en segundo plano hasta que estuviese preparado. Quería saber qué era ser traductor profesional, ser autónomo, trabajar con clientes directos y, sobre todo, saber si todo eso era para mí.

El año pasado me di un descanso de la traducción (sí, actualmente no trabajo como traductor) y sentía, igualmente, que volver a estudiar seguía siendo un camino lógico para mí: quería seguir preparándome, aun si hubiera seguido en el mundo de la traducción. En más de una ocasión mencioné mi intención de estudiar el Máster Europeo de Traducción Audiovisual de la UAB… si sus precios no fueran tan prohibitivos.

Pero llegó el momento de decidir qué quería hacer con mi vida, y la docencia, que siempre ha estado ahí para animarme y orientarme, como si de una persona se tratara, tenía la respuesta: debía probar a estudiar el Máster de Profesorado en Secundaria. También he mencionado en más de una ocasión que mi objetivo final era dedicarme a la enseñanza, aunque dedicara parte de mi vida laboral a la traducción.

Una vez terminada la etapa de traducir y de saber que lo que quería era volver a estudiar, convertirme en profesor e intentar vivir de esto profesionalmente, tocaba adentrarse en el máster. De entrada, no tenía muy buenos comentarios, pero vi muchísimas salidas académicas y profesionales interesantes en los que era necesario un máster como el que estoy estudiando.

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Por qué el 2018 va a ser un buen año

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Después del año de la búsqueda y del año de la inspiración, ha llegado el año de la acción (o eso es lo que pretendo). El 2018 viene con la esperanza de que se recojan los frutos que se han sembrado en 2017, que para mí ha sido uno de los años más difíciles a nivel personal y profesional.

Tomé una de las decisiones más valientes, estúpidas o increíbles que podría haber tomado: decidí dejar de trabajar en un trabajo relativamente estable para volver a casa a encontrarme a mí mismo.

Mucha gente me dijo que había sido estúpida porque dejar hoy en día un trabajo que te diera de comer o que te pagara los gastos era un lujo que muy pocos se pueden permitir a día de hoy; otros, me decían que era increíble porque parecía destinado al trabajo que había estado haciendo hasta ahora.

Yo considero que fue una decisión valiente: encontrarme a mí mismo me valía más el hecho de saber que estaba haciendo lo que creía que era correcto, aunque me costara perder un trabajo bastante jugoso, que seguir trabajando en algo que no me llenara. Y todo esto me lo ha demostrado el tiempo.

Supongo que lo he denominado «el año de la inspiración» porque me he podido inspirar en muchos niveles para llegar a este año con las ganas (y las ideas) suficientes para cambiar mi vida. ¿Queréis saber qué he aprendido en estos seis meses? Sigue leyendo

Consejos para un traductor (autónomo) en paro

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Cambiar de vida nunca es fácil, pero cuando las ganas de hacerlo te vienen de repente tienes que ver qué es lo que ocurre. Llevaba casi tres años de autónomo cuando me puse a pensar qué quería hacer durante el resto de mi vida: si bien traducir me había llenado durante bastante tiempo, llevaba una temporada con dudas. ¿De verdad quería estar traduciendo el resto de mi vida? Si la respuesta no era un «sí» rotundo, prefería ver qué pasaba.

Por la cabeza, se me pasaron por la cabeza muchísimas cosas, pero casi todas tenían que ver con la inestabilidad que te da ser autónomo, con los planes de futuro que tenía en la cabeza (que, irónicamente, tenían que ver con ideas que ya había maquinado en el pasado) y con que había recuperado mi pasión por la docencia.

Sea como fuere, decidí parar durante unos meses para ver qué es lo que me hacía falta para volver al redil con más fuerza o quedarme en otro lugar en el que mi pasión floreciera para trabajar al 100 %. Y sí, durante un tiempo (bastante poco, de hecho), fui un ni-ni. Así que me quedé en el paro. Pero este tiempo de inactividad (insisto, no llegó a la semana) me sirvió para recapacitar en la oportunidad que es la interrupción del trabajo para hacer otros planes.

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Las coordenadas del regreso

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Hace un tiempo, en una conversación sobre las idas y venidas de la vida, me dijeron una frase que se me ha quedado grabada al rojo vivo en la memoria: «uno siempre vuelve donde fue feliz». Y hoy estoy intentando volver a un camino que, hace un tiempo, dejé de lado. Muchos no lo saben, pero yo siempre, siempre, he querido ser profesor.

Ser profesor es algo que me llena tanto a nivel personal como a nivel laboral: hacer que alguien pueda aprender de tus conocimientos y que pueda crear nuevos a partir de ellos es, posiblemente, la recompensa más grande que pueda tener un profesor; además, poder estar en contacto con gente es algo que echaba de menos de cuando era traductor. Sí, he dicho era traductor.

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Descanso del senderismo laboral

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Si 2016 fue el año de la búsqueda, como dije en mi despedida el 31 de diciembre, este era el año de la acción que necesitaba. En estos seis meses, he tenido la oportunidad de trabajar con nuevos clientes, afrontar nuevos proyectos y tener nuevos conocimientos gracias al aprendizaje específico de ciertas tareas.

Sin embargo, el año de la acción se ha convertido el año de la reacción. Os cuento: estoy a punto de cumplir los 25 años, y es una fecha especial. Llevo unas semanas sin saber muy bien qué quiero hacer. Parece que no soy el único: hay algo llamado «la crisis de los 25». Los que la sufren tienen dudas sobre si lo que están haciendo en ese momento es algo que les apasione y les llame suficiente la atención como para dedicarle el resto de su vida.

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¿Qué hace un traductor como tú con un mercado como este?

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Quienes me siguen desde hace unos cuantos años saben que mi pasión, incluso antes de empezar a estudiar Traducción e Interpretación, es la enseñanza. Aunque le cogiera el gusto a la traducción y le pillara el tranquillo (o no) a la interpretación, la docencia fue el motivo principal por el que empecé esta carrera. Siempre he sido muy práctico en la vida e intentado que todo lo que haga tenga un fin práctico.

Después de estar un montón de años con la idea de querer estudiar Traducción e Interpretación no quería que Filología fuera una opción. No quiero menospreciar a los filólogos (de hecho, siempre he pensado en hacer Estudios Ingleses para aumentar mis conocimientos), pero cuando estaba en Bachillerato veía a la filología como una disciplina oscura, teórica y pesada, algo muy alejado de lo que buscaba en la vida.

Cuando Guillermo Pinilla me ofreció ser ponente en un congreso por y para estudiantes en la ciudad de Soria, en la que me iba a encontrar con gente con unos pensamientos de actitud parecidos a los míos, no me lo pensé y acepté en el momento. Me acordé de cuando estaba en el instituto y pensaba en que lo que iba a estudiar me iba a abrir muchas puertas, y así fue.

Mi charla ¿Qué hace un traductor como tú con un mercado como este? trataba de arrojar un poco de luz a los estudiantes presentes los cambios del grado respecto a la licenciatura, las opciones que tenemos los graduados en un mercado tan masificado y globalizado como este, además de algunos consejos para el estudiante. Sigue leyendo

Entrevista a Ismael Pardo: «Hay que invertir tiempo y corazón»

blogging-336375Las relaciones humanas son muy curiosas, pero también la vida en general. Durante mis años detrás de Diario de un futuro traductor, tuve el placer de contactar con cientos de estudiantes de toda España (y parte del extranjero) gracias a mi pasión por enseñar y a la posibilidad de orientarlos académica y profesionalmente.

Muchos de esos estudiantes me preguntaron acerca de la carrera o me empezaron a seguir a partir de la creación del blog cuando comenzaron a estudiar; algunos, a día de hoy, ya la han terminado o están a punto de hacerlo. Y te enorgullece, de alguna forma, ver cómo esas personas crecen y van consiguiendo sus objetivos.

También algunos de ellos se convierten en amigos. Puedo nombrar a Ildefonso Muñoz, que empezó pidiéndome ayuda sobre la carrera y ha acabado siendo un gran apoyo personal y profesional, además de ver cómo se convirtió en tesorero de la AETI, o Clara von Essen, un caso similar y de cuyos éxitos me enorgullezco día a día.

La (mal llamada) entrevista que hoy me hace Adelina Bordea, estudiante de Traducción e Interpretación de la Universidad de Málaga, es más una conversación entre amigos. La cuestión es que Adelina quería contar con mi experiencia en su blog, que a día de hoy no está disponible, y no quería desaprovechar la experiencia de haber sido entrevistado por una chica tan brillante.

Adelina, además de futura traductora, se está labrando una carrera como creadora de contenido y bloguera de moda a través de su página My Sweet Paradise.

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La guía definitiva para ser productivo

Dar charlas es algo que me gusta, me apasiona y me inspira. No sé si es por mi faceta como profesor, o quizás porque me gusta estar en contacto con estudiantes y otros colegas de profesión, pero lo que sí sé es que es una experiencia que me hace querer dar más de mí. El día 24 de abril de 2017 tuve la oportunidad de volver a dar una charla delante de estudiantes.

Integrada en la Semana Cultural de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Málaga, e invitado por el Consejo de la Facultad de Filosofía y Letras, este año decidí que mi charla versara sobre algo que nos preocupa a estudiantes y a trabajadores independientes: la productividad.

El año pasado también participé en esta semana que se celebra la Facultad de Filosofía y Letras con una charla sobre consejos teórico-prácticos sobre la inserción laboral, y de la que salí muy satisfecho. Este año no iba a ser menos: hablaríamos de qué es la productividad, algunas técnicas y métodos para ser más productivo, y algunas anécdotas sobre la productividad en mi vida laboral (y también personal).

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Consejos para el traductor autónomo principiante

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Trabajar en algo que te gusta es algo que no todos tienen la suerte de poder decir. La verdad es que desde que me hice autónomo, hace ya más de dos años, hasta ahora, que soy totalmente independiente económicamente y en otros aspectos, he pasado por varios trabajos hasta poder estar en la posición en la que me encuentro.

Desde entonces, muchas cosas han sido solucionadas por el método de la experiencia de otros. Preguntar a compañeros cómo se hace algo o pedirles recomendaciones en perfiles profesionales para poder conseguir trabajo ha sido algo que he intentado hacer desde el primer momento (a veces, con resultados bastante pésimos); sin embargo, hay otros muchos aspectos de ser autónomo que he tenido que aprender a través de mi experiencia y del método «ensayo-error». Sigue leyendo

Traductores sin complejos

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Para mí «Traducción e Interpretación», por mi caso personal, significa mucho más que la carrera universitaria que me ha dado los conocimientos (básicos) para empezar a elaborar mi vida profesional. Para mí los cuatro años de universidad también significaron la orientación de muchos y la mía propia. Supongo que la faceta de profesor que llevo desde hace varios años fue la que dirigió esta parte de mi carrera.

Sea como fuere, gracias a estos momentos, pude orientar y descubrir la carrera a muchos estudiantes, y también hablar con los futuros traductores e intérpretes desde un punto de vista menos formal, más de tú a tú, dándole la oportunidad de que me contaran las ideas que tenían en la cabeza y cómo se podían conseguir (si se podían, claro está).

Hay que tener en cuenta que este tipo de estudiantes son de la generación millennial, cuyos factores principales son la preparación y la competitividad; sin embargo, es curioso ver la cantidad de veces que he tenido que hacer frente a los complejos de estos estudiantes para ofrecerles una respuesta y una orientación de calidad.

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Mi currículo de los fracasos

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En una época tan competitiva como la que estamos viviendo, no podemos permitirnos dejar pasar casi ninguna oportunidad laboral. Todos hemos tenido nuestro momento de buscar trabajo, y, durante ese tiempo, nuestro mejor amigo ha sido el currículo. De hecho, lo sigue siendo para los que buscamos trabajo mientras estamos trabajando.

El currículo es un documento muy especial que, a pesar de ser bastante «formal», es muy personal. Dentro de unos límites, cada uno lo estructura como quiere, le añade imagen corporativa o incluso una foto. En algunos países, añadir ciertos datos está prohibido o no se recomienda para evitar discriminaciones, y en otros es obligatorio añadir algunos detalles para que te consideren como candidato.

El otro día, en una charla informal con un par de estudiantes de Traducción e Interpretación, me preguntaron qué pensaba sobre los currículos y si les podía dar algún consejo sobre lo que debían tener para que una empresa te contratara. Después de darle muchísimas vueltas al tema y no ponerme de acuerdo ni conmigo mismo, se me encendió la bombilla: la clave del éxito (laboral) no solo está en lo que se muestra en un documento como el currículo, sino que está en lo que no se enseña.

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La maravilla de ser (traductor) autónomo

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Lo digo y no me lo creo: hoy, precisamente hoy, cumplo dos años como autónomo. Hace un año tampoco me creía lo rápido que pasa el tiempo, pero es verdad que, cuando estás haciendo lo que te gusta (en mi caso, traducir, enseñar, comunicar y orientar a estudiantes), el tiempo se pasa volando.

En cuestión de un año, me he dado cuenta de que había algunas claves que había que tener en cuenta, pero también muchísimo más por aprender y, sobre todo, por experimentar. Siendo autónomo tienes que sacar adelante, casi por obligación, un montón de cosas que puede que no se aprendan en otros trabajos: fiscalidad, facturación, actitudes empresariales y muchísimo más para que tu negocio siga a flote.

Son muchas horas invertidas en trabajo, a veces no productivo, pero, como decía, en mi caso, han sido dos años fantásticos, con sus idas y sus venidas, en los que he tratado de luchar por lo que quiero: una independencia laboral en la que hay que estar preparado para todo, incluso para ser un superhéroe, si la situación lo requiere. Pero ¿qué es lo que me gusta tantísimo de ser autónomo?

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La gamificación: de los (video)juegos a las aulas

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Muchos ya lo saben, pero además de ser traductor de inglés y de ofrecer otros servicios lingüísticos, paso una gran parte de mi tiempo como profesional autónomo ejerciendo de profesor con diferentes clientes y en diferentes modalidades. Actualmente, invierto mi tiempo como docente en tres partes (aunque no iguales): con una academia en línea, con una academia presencial y con algún que otro particular.

En las tres intento utilizar el mismo método, en el que me siento más cómodo, y es el de aplicar una teoría que ya hemos aprendido a una práctica con situaciones reales, del día a día y aplicados al objetivo del alumno (si está estudiando para un examen, si está estudiando para mejorar en su trabajo, etc.).

Sin embargo, en un cara a cara, como las clases particulares, y con un método como el online, en el que hay poco margen de maniobra más allá de ceñirnos a un manual y a un estilo de cómo hacer las clases, no hay tanta flexibilidad como sí podemos tener más «libertad» en unas clases en la que tenemos que cubrir contenido pero no cumplir unas reglas estrictas de seguimiento de las clases. Sea como fuere, en este artículo vengo a explicaros cómo implementé la gamificación casi sin querer en mis clases y, además, qué tiene de malo y de bueno.

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Medios sociales y orientación profesional

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Durante los días 19 y 20 de diciembre se celebró el Congreso Internacional Phonitec en la Universidad de Sevilla, en el que se reunieron académicos y profesionales relacionados con los idiomas, la traducción, la fonética y las nuevas tecnologías a exponer diferentes ponencias sobre diversos temas.

Entre ellos, estaba la orientación profesional, con una mesa redonda titulada «La implementación de las nuevas tecnologías con una orientación profesional», en la que tuve el placer de participar con una minisección a la que titulé «Redes sociales y orientación profesional: el caso de Diario de un futuro traductor».

En ella expliqué por qué el uso de blogs y medios sociales en general me parecía un buen método para orientar a una generación como la actual, que pasa una buena parte de su tiempo libre (y de su tiempo profesional) en Internet.

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La oficina a cuestas: cómo es trabajar con tableta

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Cuando me preguntan por las cosas que no me gustan de ser autónomo, se me ocurren muchas, pero el tema del que voy a hablar hoy, precisamente, es una de las cosas que más me gusta: siendo traductor autónomo no necesito una oficina física para trabajar, sino que puedo hacerlo en cualquier lugar.

Ser profesionales freelance nos da movilidad. Nos permite trabajar mientras estamos de viaje, por lo que podemos acudir a eventos, irnos de vacaciones y hacer un proyecto puntual o, incluso, reunirnos con clientes en alguna otra ciudad: sea como sea, podemos tener una oficina totalmente operativa gracias a la magia de los equipos portátiles.

De hecho, yo ya he hecho uso de esa magia gracias a mi equipo portátil. Y no, mi oficina portátil no es un ordenador portátil, ni siquiera un ultrabook (¿acaso no son la misma cosa?). Cuando tengo que trabajar fuera de mi equipo habitual, utilizo una tableta. Y hoy os voy a explicar cómo se trabaja desde un equipo de este tamaño, además de las ventajas y los inconvenientes.

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El año de la búsqueda

writing-1149962Todos tomamos el 1 de enero y el 31 de diciembre como el principio y el final del año, respectivamente. Y así es, según el calendario, pero hay calendarios especiales. Los que trabajamos dando clases o estamos muy relacionados con el mundo académico, sea al nivel que sea, sentimos que los años empiezan en septiembre y terminan en junio, mientras que en verano se forma un vórtice del espacio y del tiempo donde intentamos generar todo el tiempo libre que luego nos va a faltar.

Sea como fuere, en los inicios y finales del año nos ponemos a pensar en todo lo que hemos hecho, pero también lo que no hemos hecho, durante los meses anteriores. Frases que empiezan con «Tendría que haber…» y «Ojalá hubiera…» se repiten en la mente una y otra vez no solo a lo largo de todos los meses que vivimos, sino, precisamente con más fuerza, en estas fechas tan señaladas.

Yo prefiero centrarme en lo que he hecho durante estos meses, en lo que he vivido y en lo que he experimentado de enero a diciembre, porque pensar en el año escolar (como normalmente hago) no tiene tanto sentido actualmente. Tampoco tiene sentido centrarse en lo que debería haber hecho; al menos, prefiero contaros cosas positivas y que os veáis reflejados.

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Entrevista a Antonio Martín: «Cada vez se toleran menos los errores en los textos»

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Cuando me preguntan qué es lo que considero más importante a la hora de enseñar, les puedo dar una respuesta más o menos larga, pero todas se resumen en que el profesor debe motivar al alumno a aprender y a descubrir lo que puede hacer por sí mismo gracias a las enseñanzas del profesor, además del aprendizaje autónomo. Uno de esos profesores que motiva, que cautiva por su carisma y por sus enseñanzas es Antonio Martín. Y desde que tuve la oportunidad de conocerlo personalmente en el II Curso de Ortotipografía y Corrección de Estilo, organizado por el doctor Jorge Leiva Rojo de la Universidad de Málaga, se convirtió en un referente personal como profesional lingüista y como profesional docente.

Ahora que he tenido la oportunidad de presentar Diario de un futuro traductor en Cálamo & Cran, su gran proyecto de formación y su casa —«la tuya también, que lo sepas», me ha dicho más de una vez—, decidí aprovechar para preguntarle sobre su gran proyecto, que ahora cumple 20 años, además de sus implicaciones en asociaciones como UniCo y en el grupo de lingüistas Palabras Mayores.

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Los autónomos sí que somos superhéroes

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El tiempo pasa y todavía no me creo que hace ya casi dos años que sea profesional autónomo. En marzo de 2015 decidí que era el momento de hacerme autónomo y, como comenté hace ya unos meses, vender mi libro Diario de un futuro traductor y empezar a colaborar con colegas y regularizar mi situación laboral con otros clientes con los que quería empezar a trabajar.

Supongo que en ese 2015 tomé muchas decisiones que estaban enfocadas a emprender una aventura laboral que me apetecía y que era necesaria por muchas razones. No solo las laborales que acabo de mencionar, sino también muchas otras de carácter personal. Por ese entonces estaba trabajando detrás de una barra (donde la verdad es que aprendí muchísimo y, de hecho, volvería después de ver que los comienzos no son fáciles para nadie) y no me sentía cómodo haciendo algo que no me gustaba.

Así fue cuando, después de darle muchísimas vueltas, decidí empezar a intentar ganarme la vida con lo que había estudiado. Y fue entonces cuando me di cuenta de que las cosas que se decían sobre los autónomos eran verdad: son (somos, de hecho) unos auténticos superhéroes.

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El día que dije no a los realities

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Que cada vez hay más programas de telerrealidad o reality shows es algo innegable: desde grabar a personas anónimas (y no tan anónimas) encerradas en una casa donde tienen que convivir para ganar un premio, como la marca Big Brother/Gran Hermano, hasta programas en los que graban la vida de celebridades de diferente tipo, como Keeping Up with The Kardashians, sin olvidar los programas más curiosos, en los que había que construir una casa, con un título tan poco original como La casa de tu vida.

Llevando este tema a nuestro terreno, puedo decir que traducir realities no es nada sencillo, por todos los personajes que actúan e interactúan dentro del programa, así como la gran cantidad de carga cultural que existe dentro de las conversaciones del día a día, además de una relación con otras temporadas del programa u otros elementos internos o externos relacionados con él. Cuando se traduce un programa de estas características se quiere hacer una relación, precisamente, con el nombre de este tipo de programas, telerrealidad, y mostrar un lenguaje lo más real posible. Y es parte de ese lenguaje, además de otros elementos visuales, lo que nos hace sentir que el reality es parte de la realidad, hace que lo vivamos y que nos metamos dentro. Pero ¿habéis pensado alguna vez en las implicaciones que tiene el meteros, literalmente, en un reality show?

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Elegir alemán como lengua de trabajo y otros desastres

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Cuando pregunto a los traductores de mi entorno cuál es el factor que consideran más importante para trabajar en este campo, hay varias respuestas que se repiten: lengua meta (en nuestro caso, el español), conocimientos técnicos sobre el tema que tenemos que traducir, una buena labor de documentación, las lenguas origen… Yo soy de los primeros, de los que piensa que los conocimientos de la lengua meta superan con creces al resto de factores, que, aun así, siguen siendo importantes.

Sin embargo, también pienso que las lenguas origen juegan un papel clave en la traducción: hay que entender a la perfección lo que quiere decir el texto para transmitir el mismo contenido a la lengua meta. Hay que conocer bien las estructuras, el sentido que quiere evocar las lenguas de origen para hacer lo mismo con las lenguas de destino y que los lectores tengan la misma actitud hacia el texto.

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Reflexiones sobre la traducción

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Después de celebrar año y medio como trabajador autónomo, después de celebrar mi sexto año el día de San Jerónimo, patrón de los traductores, y después de celebrar casi dos años desde que me graduara, me he puesto a reflexionar sobre la traducción, sobre qué es lo que está pasando desde el punto de vista de un traductor todavía novato que espera celebrar muchísimo más en el futuro relacionado con esta disciplina.

La traducción ahora es mi modo de vida. Considero que la traducción es mi trabajo a tiempo completo, aunque hace unos años ni siquiera pensaba que esto fuera a ocurrir. Yo empecé a estudiar Traducción e Interpretación porque quería ser profesor de inglés y porque pensé que era una carrera que recogía varias cosas que me gustaban: idiomas, pues siempre me ha gustado aprender lenguas (¡y enseñarlas!); una aplicación práctica de los conocimientos aprendidos, ya que durante la carrera no se enseñan idiomas, sino que se aplican a un fin, como es la traducción y la interpretación, en este caso; y, por último, la subjetividad, pues no es una ciencia exacta y cada traducción depende de muchos factores.

Y aunque ahora considere, como acabo de decir, que la traducción es mi trabajo, también pude usarla como prisma dentro de mi carrera universitaria como aprendizaje y como base para mi futura carrera profesional. Ahora que soy traductor, también tengo bastante claro que quiero que sea mi futuro. Y supongo que, ya que estamos aquí, debería explicar por qué estoy reflexionando acerca de todo esto. Y las razones son varias.

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La experiencia de la enseñanza en línea

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Desde hace tiempo digo que soy traductor por profesión, profesor por vocación y comunicador por afición. Es verdad que me dedico a la traducción, y también es verdad que es algo que me encanta. Aunque digo que la comunicación es mi afición, también me dedico a ella profesionalmente y también es una parte de mi trabajo que desempeño con gusto. Pero podríamos decir que mi objetivo final es ser docente.

Hace tiempo que llevo pensando en poder trabajar de profesor universitario. Aún no tengo claro si como doctor o como profesor asociado. Sea como fuere, podría decirse que ya estoy cumpliendo la mitad del sueño al trabajar como profesor de inglés. No es algo nuevo: llevo dando clases de inglés desde que soy pequeño, ayudando a mis vecinos y a otros compañeros de clase a hacer los deberes o a estudiar para sus recuperaciones.

También podría decirse que mi faceta como profesor tiene tres facetas bien diferenciadas: cuando trabajaba para particulares, cuando trabajaba para academias in situ y, ahora mismo, que trabajo dando clases en línea. Hoy os voy a contar mi experiencia con esta última etapa, que es la que estoy desarrollando ahora.

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Surrealismo para traductores

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Cuando empecé a trabajar como traductor autónomo —es decir, a trabajar solo ante el peligro, de alguna forma—, tuve que empezar a acostumbrarme a mantener algunas rutinas dentro del entorno laboral para poder crecer como «empresario». Está claro que, cuando llevas tu propio negocio, como es el caso de los autónomos, tenemos que tener claro hacia dónde queremos ir para que nuestros esfuerzos nos lleven a buen puerto.

Durante este año y medio que llevo como autónomo, las rutinas que he ido siguiendo, aunque en diferentes intervalos han sido contactar con empresas entre las que mis servicios son necesarios, como el de traducción, el de redacción o el de formación; consultar ofertas de trabajo en páginas para traductores y para otros profesionales autónomos, ya que suelen haber ofertas interesantes para trabajadores «multifunción» como solemos ser los traductores; y cuidar más mis perfiles en las redes sociales, para que sean atractivos al posible cliente potencial.

En el peor de los casos, el cliente no acepta el presupuesto o cree que mi perfil no se adecua a lo que él necesita. En el mejor, sin embargo, estas rutinas (una hora al día, al menos) dan como resultado un vaivén de correos en los que se acepta el presupuesto, me entregan una prueba para poder formar parte de su base de datos o, ¡el mejor de todos!, en el que envío la factura para poder cobrar mi trabajo.

Entre tantos correos, llegan ofertas un poco especiales. Y cuando digo «especial», no digo que sean proyectos con plazos en condiciones, ni con unas tarifas excelentes, ni siquiera en un formato que nos rente hacerlo. Me refiero a ofertas surrealistas que he recibido en los últimos meses y que me han dejado con la boca abierta.
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